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El metaverso del cambio

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La construcción de un universo paralelo debe ser una labor extenuante. Casi orwelliana, diría uno.

Se requiere esfuerzo para pretender que la realidad no existe y que lo que objetivamente percibimos es falso.

Como cuando el presidente Petro en Aracataca afirma que Colombia tiene “uno de los peores sistemas de salud del mundo” donde la gente “tiene un carné de una EPS, que se ha repartido por millones” y donde, además, “fuimos uno de los 20 peores países del mundo en resistir la enfermedad del Covid”.

Según el primer mandatario, el nuestro es un sistema de salud donde “millones han muerto prematuramente” porque se mira “a la persona como un cliente” y “se clasifica a los seres humanos por si tiene dinero o no lo tiene, si es blanco o negro” y no “como un sujeto de derechos”.

O como cuando se reúne en París y da su diagnóstico sobre la COP 27 y los esfuerzos por controlar el cambio climático. “Estamos en una situación peor”, dice. Todo por culpa de los tecnócratas, que “reemplazan a los políticos”, quienes, a su juicio, deberían estar a cargo. La COP “pasó a ser una instancia de tecnocracia y no política y termino siendo conservadora”, afirmó. En su opinión, “la crisis climática es un problema económico”, recordando que la solución propuesta por los asistentes –sobre la cual difiere– está atada a la “teoría del neoliberalismo [en] la que se basan las actuales economías de los gobiernos del mundo”. Y hace luego una dramática profecía: si Colombia utiliza todas sus reservas de carbón “la humanidad muere”.

Sin embargo, el desafío a la realidad del presidente no fue solo en Paris y no solo durante un par de días.

Antes –en una reunión secreta, según lo reveló este medio– les había pedido a los contratistas chinos del metro de Bogotá que modificaran la primera línea, ya en plena construcción, para que fuera subterránea, con el fin de que los ocho millones de bogotanos tengan “un sistema de transporte cómodo, no contaminante y poderoso”. Requerimiento que, ante el estupor de la alcaldesa de ciudad, fue explicado no como una “cuestión de ego” sino de “dignidad”. La gente no debe ser “transportada como animales”, dijo el presidente: “yo quiero que sea tratada como personas”.

Y más antes aún había causado una tormenta en los mercados financieros cuando afirmó que la inflación rampante del país se debía a la importación de alimentos por culpa de los TLC y que la solución era imponerle “un impuesto transitorio a los capitales golondrina”. La reacción de los mercados fue la esperada: pánico total y una disparada de dólar a la estratósfera. Ante lo cual Petro, en un discurso posterior dijo que “ahora se ha puesto de moda que el presidente no puede hablar porque el dólar se cae o se dispara”. Y se lamentó: “¿Cuándo han dicho que la libertad política queda subsumida por cinco ricos que se les ocurre sacar los dólares del país?”.

Veremos hasta dónde llega el presidente de los colombianos con sus esfuerzos por construir un universo paralelo a punta de retórica. La luna de miel presidencial ha sido corta y el matrimonio con la opinión pública, como lo demuestran las últimas encuestas, tambalea.

El sistema de salud colombiano es uno de los mejores del mundo. El Índice de Inclusión en Salud de The Economist, publicado hace algunos días y que mide 37 diferentes indicadores, lo coloca entre los primeros diez sistemas sanitarios del planeta. Ya lo había dicho varias veces la OMS: es universal, solidario y tiene la mayor cobertura del hemisferio. El manejo del Covid, según Bloomberg, fue el mejor de la región y estuvo dentro de los primeros doce del mundo. La salud en Colombia es un derecho desde 2015 y el 97% de la población está cubierta, sin importar su raza, género o condición social, con casi el 100% de los procedimientos médicos aprobados.

Las reservas totales de carbón colombiano son equivalentes a tan solo un año del consumo mundial. Y las exportaciones representan menos del 1% de lo que se consume en el mundo en el mismo período. Si Colombia explota todas sus reservas de carbón en un año nadie morirá, lo máximo que le ocurrirá humanidad es que algunos europeos pasarán un invierno incómodo. Más desconcertante es el llamado a politizar lo que esencialmente es un tema científico. No parece que el calentamiento global se vaya a solucionar echando discursos antiyanquis, quemando banderas o apedreando bancos. Nuestra contribución al problema es la deforestación de la selva y ojalá tomemos iniciativas efectivas para controlarla, como, por ejemplo, emitiendo bonos de carbono. Neoliberales o no, han demostrado ser una buena herramienta para lograr el objetivo.

Los que de seguro son neoliberales son los “cinco ricos” que supuestamente le han callado la boca a Petro. No son colombianos y se llaman Morgan Stanley, Goldman Sachs, J.P. Morgan, BlackRock y uno que otro más. Este país les debe 121 billones de pesos y si deciden irse, este gobierno del cambio no tendrá ni con que pagar el recibo de luz del Palacio de Nariño.

Más absurda aún es la posición sobre el metro de Bogotá. Hubiera sido fascinante ver la cara de los anfitriones de Sciences. Por cuando supieron que su invitado sugería que un metro elevado no podía ser “un sistema de transporte cómodo, no contaminante y poderoso”. Entre otras cosas porque la mayoría de los sistemas de metro, incluido el de Paris (pero también el de Nueva York, el de Londres, el de Madrid y el de Tokio) son subterráneos y elevados a la vez. Con la misma dignidad viaja un pasajero en un metro elevado que subterráneo. Si es lo uno o lo otro depende de decisiones técnicas, como el trayecto, el costo, el terreno, etc., y no de caprichos ideológicos. O políticos.

Porque en el fondo eso es ante lo que estamos: un gobierno que descarta la realidad objetiva, que se mide en las cifras y en los hechos, para reemplazarla por un metaverso de su invención. Y una vez construido este universo de fantasía, donde el metro elevado es indigno, los TLC generan hambre, el sistema de salud es homicida y el petróleo y el carbón colombiano acabarán con el planeta, entonces se podrán implementar soluciones a problemas inexistentes que se ajusten a su ideologizada cosmovisión política.

 

 

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