Democracia y Política

El militarismo que salió de la tumba

maxresdefault¿Quién podía imaginar, aún en los momentos más álgidos y tormentosos de la locura, que un militar ordinario, procaz y alucinado, sin formación ideológica alguna surgiera en los inicios del Siglo XXI como el nuevo mesías de las masas depauperadas que hoy perviven en la miseria extrema a lo largo de América Latina? ¿Y cómo pensar que el ojo zahorí de Fidel Castro podía captar en ese militar que olía a militar recién llegado del campo, al hombre que sería históricamente el instrumento cuasi perfecto para revivir su vieja ambición de construir un aparato propio en el «patio trasero» del imperio representado en Estados Unidos?

Ni mandado a hacer: aquel militar que sabía de marxismo lo que un torero de charcutería, le cayó del cielo a un Fidel fracasado, criticado a sus espaldas por sus propios herederos y, para mayor desgracia, impedido de moverse por América Latina con el atractivo que generaba su figura en un amplio sector de la izquierda carente de un líder (macho y militar) que le hablara recio y fuerte al imperialismo.

Chávez, antes de llegar al poder, puso su destino en manos de uno de los directores de cine más imaginativo de la historia: Fidel Castro, que lo convirtió en su actor preferido y, a raíz de su enfermedad, en su muñeco de ventrílocuo. De hecho, cuando el rey de España le dijo «¿por qué no te callas»? estaba mandando a callar al propio Fidel Castro.

Para quienes lo conocieron cuando apenas era un militar subalterno, cantando acompañado de un «cuatro» (instrumento musical muy popular en Venezuela) la sorpresa fue mayúscula cuando lideró el golpe contra Carlos Andrés Pérez porque nadie se lo tomaba en serio y le colocaron el mote de ‘El Loco Chávez’. Suena raro pero los militares no son dados a esos comportamientos histriónicos, pero si alguien le supo sacar provecho a esa «debilidad» artística fue precisamente Chávez.

Siendo presidente desarrollaba un tsunami de ansiedad cuando veía un micrófono en el escenario. De allí a enamorarse de la televisión y de usarla a cualquier hora del día y de la noche apenas hizo falta un paso. Contaba a sus amigos el veterano líder de izquierda Luis Miquilena y que en principio estuvo a su lado, que no había manera de que siguiera la línea de un discurso previamente establecido sino que, de repente disparataba y se lanzaba a hacer cualquier promesa o contar alguna anécdota de su infancia, la mayoría de las veces adornadas con aliños de su imaginación.

Que lograra ser líder de una conspiración en 1992 y una acción militar durante la cual murieron muchos venezolanos (entre ellos una pareja de jóvenes vascos que pasaba por el lugar de los enfrentamientos) sólo nos indica que el golpismo y el militarismo no están desterrados de América Latina y que la brecha entre civiles y militares a la hora de manejar el poder sigue siendo un peligro extremadamente vigente.

Lo peor de todo es que a la valentía y al coraje para defender la patria (que se supone es su misión) se le unió una inexpugnable ambición de poder y se dedicó a convertir a la sociedad civil en un cuartel, con todas las limitaciones que ello significa para el ejercicio de las libertades.

De la misma manera arbitraria en que disponen de los recursos para la tropa, de esa misma manera los militares asaltan el tesoro público. Si bien Chávez y su grupo usaron la excusa del combate contra la corrupción, hoy esta alcanza niveles incalculables según Transparencia Internacional. El mito de que los militares iban a poner orden y acabar con la inseguridad se ha derrumbado porque Venezuela está prácticamente a la cabeza en el continente en asaltos, secuestros, homicidios, las redes del narcotráfico y las modalidades más perversas de la delincuencia.

Una colaboradora de Hugo Chávez en la campaña confesó que cuando el Comandante Eterno supo que había ganado las elecciones (gracias las grandes cifras de abstención) su actitud cambió completamente y afabilidad dio un vuelco impresionante. Se volvió autoritario y poco accesible para aquellos que no fueran militares o sus incondicionales. A los pocos meses comenzó a traer médicos cubanos para que atendieran los servicios de salud en los barrios pero abandonó los hospitales y los ambulatorios que hoy están en la ruina.

Cuando un periodista de ‘El Nacional’ le preguntó por qué siendo militar había ganado todos sus torneos electorales civiles y, ¡ay! perdido la única batalla militar, la del golpe del 4 de febrero, se indignó y gritó «no había sido una derrota» sino un amanecer de la victoria del pueblo.

Hoy se presume que está sepultado en Caracas en una pequeña colina desde la cual dirigió su derrota militar. Sus amigotes han renombrado el sitio como «El Cuartel de la Montaña«. En verdad es un cuartelito y no llega ni a loma. Eso sí, desde allí se ven las viviendas miserables de las barriadas pobres que en 15 años y con los mayores ingresos petroleros de la historia, el gran locutor de la revolución no logró cambiar. Son el recuerdo de sus mentiras.

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Miguel Henríque Otero es presidente-editor del diario El Nacional

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