El mito eterno (I)
Fue la más rubia de las perseidas, la estrella más rutilante que atravesaba el firmamento de un lado a otro en las noches de san Lorenzo de nuestra infancia, la inolvidable Sugar Kane con faldas y a lo loco de aquel tiempo en el que el ayer todavía no formaba parte del ahora y el Cine Avenida, nuestro particular Cinema Paradiso, alimentaba más de una utopía por venir. Han pasado casi 60 años desde aquella noche de verano de 1962 y Marilyn Monroe parece cada día más viva. Fue la primera en atravesar todas las puertas del mundo y su belleza, superviviente al mundo antiguo y reclamada por el mundo futuro, parece eterna, como el retrato de Dorian Gray.
Nacida como Norma Jeane (Baker) Mortenson y criada en Los Ángeles entre familiares lejanos, casas de acogida y orfanatos, a los 16 años ya se encontró casada por primera vez con James Douggherty, con el que nunca se sintió feliz, pero tampoco triste: “No teníamos nada que decirnos. Me moría de aburrimiento”; el matrimonio se rompió cuando él quiso tener hijos y ella quiso tener una carrera de actriz. Aunque se divorciaron cuatro años después, en realidad llevaban desde hacía tiempo separados. A los 20 años se enroló en la 20th Century-Fox, que le proporcionó una intensa formación en canto, baile, técnica dramática e interpretación cinematográfica, pero que nunca creyó en sus posibilidades como actriz. Como tampoco lo hizo la Columbia, por lo que tuvo que alternar sus escasos y mínimos papeles tras la pantalla con su trabajo de modelo. Norma Jeane era el sueño de cualquier fotógrafo por su capacidad para seducir a la cámara de una forma natural.
A través de Johnny Hyde, vicepresidente de la William Morris Agency, a principios de los años 50, convertida ya en Marilyn Monroe, consiguió pequeños papeles en dos importantes películas: el drama Eva al desnudo (Joseph Mankiewicz, 1950), en la que fue testigo presencial del enfrentamiento artístico entre Bette Davis (Margo) y Anne Baxter (Eva), dando vida a Miss Cawell, “una graduada de la Escuela de Arte Dramático de Copacabana”, y la película de cine negro La jungla de asfalto (John Huston, 1950), protagonizada por Sterling Hayden, pero cuya actuación no pasó desapercibida para la crítica, que empezó a considerarla como una “actriz seria”. En diciembre de 1950, Hyde, que se había convertido en su amante (“no creo que estuviera mal que le permitiera amarme como lo hizo”), negoció un nuevo contrato para ella con la 20th Century-Fox. Todavía no había cumplido 25 años.
Consagración
Su consagración llegaría a los 28 años, poco después de haber mantenido un romance con el director Elia Kazan, quien se refirió a ella como “una criatura deliciosa”. En un solo año, 1953, trabajó en tres películas importantes: la primera fue Niágara (Henry Hathaway), en la que interpretó a una mujer fatal que planeaba asesinar a su marido (Joseph Cotten); las seductoras escenas en las que aparecía cubierta solo por una sábana o una toalla, o la famosa toma larga en la que andaba contorneándose, despertaron algo más que el interés del público por la trama de la película y el New York Times comentó que “las cataratas y la señorita Monroe son algo para ver”; las otras dos películas, Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks) –»es la historia de mi vida: a mí siempre me toca la parte del caramelo llena de pelusa»– y Cómo casarse con un millonario (Jean Negulesco) le convirtieron en un auténtico sex symbol, imagen que se acrecentó tras la publicación de unas fotografías de gran carga erótica en el primer número de la revista Playboy.
Al filo de los 30 años de edad se había separado de Joe di Maggio (la gran estrella del beisbol), había iniciado una nueva relación, esta vez con el dramaturgo Arthur Miller, que la conduciría a su tercer matrimonio y consiguiente divorcio, había pleiteado y ganado a la Fox, se había planteado crear su propia productora (Marilyn Monroe Productions, MMP) y acudía al estudio de Actores de Lee Strasberg en Nueva York para llegar a cumplir su gran deseo de ser una “actriz maravillosa”. Además, su inquietud por adquirir una buena cultura le hizo entablar una buena amistad con Truman Capote, al que había conocido en el rodaje de La jungla de asfalto, y la convirtió en una voraz lectora: en su biblioteca estaban presentes las obras de Kafka, Thomas Mann, los principales novelistas rusos, Oscar Wilde, James Joyce y no pocos poetas, entre ellos Rainer María Rilke, Dylan Thomas y Federico García Lorca.
En el año 1955 protagonizó, junto con Tom Ewell, La tentación vive arriba (Billy Wilder), interpretando el papel de una mujer que se convierte en el objeto de las fantasías sexuales de su vecino. La escena de la rejilla del metro se convirtió en una de las más famosas de la historia del cine y la película en uno de los mayores éxitos de taquilla del año; al parecer, esta escena (se rodó primeramente en la Avenida Lexington de Nueva York ante más de 2.000 personas) fue el detonante de su separación con Di Maggio, nueve meses después de su matrimonio, aunque antes de casarse estuvieron más de dos años de relaciones. La actriz siempre reconoció que Joe era un hombre decente y confesó: “Nuestro matrimonio fue una especie de amistad difícil y loca con privilegios sexuales”; según la versión del popular lanzador de los Yankees, cuando se juntaban en el dormitorio, “era como una lucha de dioses que desataba rayos y truenos”.
Bus stop (Joshua Logan, 1956) fue la primera película en la que participó la MMP y supuso el reconocimiento de su talento también como actriz dramática, mientras que El Príncipe y la corista (Laurence Olivier, 1957), filmada bajo su propia productora, sirvió para medirse con éxito al director y al mismo tiempo pareja de reparto, que en aquel momento era al actor más distinguido del Reino Unido. Tras su conflictivo rodaje comenzaron a agudizarse los problemas anímicos y emocionales que la Monroe venía arrastrando desde tiempo atrás. Algunos años después Olivier reconocería: “Tal vez entonces estaba demasiado ocupado dirigiendo y no me di cuenta del enorme potencial que tuve a mi lado, hay momentos en que está maravillosa, creo que Marilyn era única”.
Comedia perfecta
Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959) es seguramente la comedia más perfecta que jamás se haya realizado. Marilyn, en estado de gracia, encarna a la sexy e ingenua Sugar Kane, la cantante de una banda de música femenina en la que se enrolan para escapar de la mafia disfrazados de mujer Joe (Toni Curtis) y Jerry (Jack Lemon). Se trata de una de las mejores interpretaciones de su carrera, a pesar de las dificultades de su rodaje. Tras la película, los periodistas le preguntaron a Wilder si pensaba trabajar más con Marilyn y esta fue su respuesta: “Lo he discutido con mi médico, con mi psiquiatra y mi contable y me han dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico para someterme de nuevo a una prueba semejante”. Sin embargo, nunca ocultó su admiración: “Marilyn era un absoluto genio como actriz cómica, con un sentido extraordinario para los diálogos cómicos. Tenía ese don. Nunca después he vuelto a encontrar una actriz así”.
A principios de los años 60, Marilyn realizó sus dos últimas películas. El multimillonario (George Cukor, 1960) le sirvió para interpretar canciones de Cole Porter, conocer a Ives Montand, su pareja de reparto, y mantener un romance libre y desenfadado con el actor francés: «Junto con mi marido y Marlon Brando, Ives Montand es el hombre más atractivo que he conocido». Vidas rebeldes (John Huston, 1961) es considerada por el escritor Manuel Vicent como la síntesis más turbadora entre la literatura y el cine: “La verdadera obra dramática era la que a Huston le transmitían los actores en los descansos y al final del rodaje, la muerte real de Clark Gable, el desamor de Marilyn y la tortura mental a la que la sometía Arthur Miller, la profunda neurosis de Montgomery Clift. No hay novela que pueda mejorar esa mezcla de pena, gloria, soledad y esa confusión que sucede dentro y fuera de la pantalla”. Mientras tanto, su amigo Truman Capote presionó sin éxito para que Marilyn interpretara el personaje de Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s, papel que finalmente recaería en Audrey Hepburn.
Durante este período, la salud y el estado anímico de Monroe se fueron deteriorando notablemente y su autoestima tocó fondo, paradójicamente cuando mayor era su éxito. Se echó en brazos de John F. Kennedy, que había accedido a la presidencia de Estados Unidos en enero de 1961 (también se habla de un posible idilio con su hermano Robert, fiscal general del Estado), se puso en manos de psicoanalistas y, para combatir su insomnio, tomaba somníferos. Después de finalizar el tormentoso rodaje de Vidas rebeldes, anunció su divorcio de Arthur Miller y fue internada en una clínica psiquiátrica, que acabó siendo una auténtica pesadilla (“sentía que estaba en una especie de cárcel por un delito que no había cometido. Allí reina una inhumanidad primitiva”), de la que pudo ser rescatada gracias a la enérgica intervención de Joe Di Maggio, que seguía amándola en lo más hondo de su ser. Posteriormente, siguió un tratamiento de rehabilitación en una clínica de la Universidad de Columbia.
El 19 de mayo de 1962, en un Madison Square Garden abarrotado, le cantó a John F. Kennedy el celebérrimo Happy Birthday, Mr. President. Dos meses y medio después, en la madrugada del 4 al 5 de agosto, fue encontrada muerta por una sobredosis de barbitúricos en el dormitorio de su casa de Los Ángeles. Tenía el teléfono descolgado y tan solo 36 años. Nunca se ha podido esclarecer si se suicidó o la suicidaron.