El momento hobbesiano
Un momento de la manifestación ante la subdelegación del Gobierno ayer en Tarragona para protestar por la detención del ex presidente catalán Carles Puigdemont. Jaume Sellart – EFE
Thomas Hobbes es conocido por haber popularizado la expresión homo homini lupus -el hombre un lobo para el hombre- para ilustrar la naturaleza humana. El filósofo inglés nos dice que el estado de naturaleza, entendido como hipótesis de lo que ocurriría en una sociedad sin autoridad efectiva, es un estado de bellum omnium contra omnes -guerra de todos contra todos-. Por tanto el Estado, el Leviatán, es el mal necesario que previene a los ciudadanos de la muerte violenta asegurando la paz civil. Hobbes también nos ofrece una original y secular teoría de la obligación política formulada en pleno siglo XVII: reconocemos como legítimo al soberano porque garantiza el efectivo cumplimiento de la ley y la seguridad de los ciudadanos.
Hobbes fue hijo de su tiempo y su pensamiento fue el fruto del miedo a la guerra civil. Pero es un clásico que nunca pasa de moda. Sobre todo porque la legitimación del Estado moderno que ofrece sigue en vigor. Ante todo por su capacidad para ofrecernos una visión de la relación de poder que sostiene al Leviatán limpia de polvo y paja. Léase, de argumentos teológicos e históricos. Este realismo político, a veces descarnado, resulta saludable porque introduce un principio de predictibilidad en el análisis político que permite no perderse en debates identitarios o esencialistas.
Forma parte de lo previsible que el procesamiento de Carles Puigdemont y el resto de los principales líderes independentistas sea interpretado por el entorno del nacionalismo catalán como un acto de represión. Uno más dentro del largo e histórico proceso de ahogamiento de la libertad original de los catalanes que protagoniza el Estado español, podría añadirse. Lo cierto, en todo caso, es que si estas interpretaciones tienen recorrido es porque el nacionalismo catalán ha pilotado con notable éxito una operación de control de la opinión pública que le ha permitido desviar al terreno de la discusión teórica un desafío con el Estado por el control de sus recursos.
Nos hemos dedicado a escribir artículos y tribunas para desmontar el mito sobre el hilo de legitimidad histórica que une al procés con 1714 y la Guerra Civil española, desacreditar el fundamento teórico y jurídico del llamado «derecho a decidir», o para explicar que en España no hay «presos políticos» sino políticos en prisión. Mientras tanto, el independentismo se ha dedicado a acumular poder. Demostrando, por la vía de los hechos, que la independencia no sólo responde a la realización de un ideal democrático, identitario o histórico, sino que éste es el pretexto ideológico que ha permitido a una élite desarrollar un ambicioso plan orientado a controlar un territorio.
Por eso llama poderosamente la atención que quienes han planeado erigir un Leviatán propio digan mostrarse sorprendidos ante la lógica de poder que expresa la respuesta del Estado al que han decidido enfrentarse. Porque en el desafío independentista al Estado, verdadero «momento hobbesiano», no sólo se juega el control efectivo de una parte de su territorio, sino también la legitimación que los ciudadanos le confieren en virtud de su capacidad para hacer valer la ley. Única garantía de la paz civil.