El movimiento sindical y la democratización de Venezuela
El año pasado tuve la fortuna de ser invitada por el Observatorio Hannah Arendt a participar en su nuevo proyecto sobre Ciudadanía Sindical. Así que durante los últimos meses he trabajado con Jacqueline Richter, quien tiene una larga trayectoria en investigación sobre el movimiento sindical venezolano, intentando elaborar a partir de las fuentes estadísticas oficiales indicadores sobre la situación de los derechos laborales e identificando las diversas clases de obstáculos que existen para el ejercicio de la libertad sindical.
El pasado martes el Observatorio Hannah Arendt convocó a un grupo de expertos para presentar la primera fase del proyecto; especialmente una serie de talleres realizados con dirigentes sindicales en 5 ciudades del país. El diagnóstico sobre la situación de estos dirigentes y sus organizaciones no es nuevo: bajo nivel de institucionalización, poca capacitación en el uso de las TIC’s, con múltiples dificultades por la persecución de sus líderes y la criminalización de las movilizaciones laborales.
A pesar de ser este un gobierno que se llama socialista, la limitación de la autonomía sindical comienza desde la Constitución de 1999 donde se establece la competencia del Consejo Nacional Electoral para regular las elecciones sindicales. Adicionalmente, no solo la legislación ha definido e impulsado otras formas de organización de los trabajadores (como los consejos de trabajadores establecidos en la LOTTT), además ha promovido la duplicidad de organizaciones sindicales en aquellos sectores económicos y empresas donde el oficialismo no es mayoritario. Y cuando todo lo anterior no ha sido suficiente, los dirigentes sindicales especialmente incómodos son enjuiciados, cuando no asesinados.
¿Por qué este gobierno ha tenido un interés tan persistente en controlar o desaparecer las organizaciones autónomas de los trabajadores? En primer lugar, son organizaciones plurales y, con presumible capacidad de movilización. En resumidas cuentas, dar espacio a estas organizaciones sindicales supone permitir un pensamiento más allá del único, del oficial. Algo verdaderamente subversivo para las pretensiones de perpetuación indefinida del actual partido de gobierno.
Si bien respetar la autonomía de los trabajadores y sus demandas supone que la toma decisiones sobre los asuntos públicos se democratiza mediante el diálogo social, estas organizaciones tampoco forman parte de la agenda de la MUD. Queda claro que las élites de ambos bandos no aceptarán de buena gana una amplia deliberación entre diversos sectores como nueva forma de hacer política. Y el movimiento sindical venezolano no ha tenido la fortaleza para imponer a los otros actores del juego su participación como hecho inobjetable.
La debilidad del movimiento sindical es semejante a la de otras organizaciones como los partidos políticos o el movimiento estudiantil: presencia de líderes (y eventuales movilizaciones) con escasa organización e institucionalización interna. Por tanto, el liderazgo se percibe como ajeno a las bases y tiene pocas posibilidades reales de conducción efectiva.
El déficit de democracia que experimenta hoy la sociedad venezolana no se resuelve cambiando al inquilino de Miraflores, aun cuando este nuevo inquilino provenga de un partido que nos guste más. Las tensiones políticas seguirán presentes hasta tanto el sistema político no abra espacios para el diálogo entre los intereses legítimamente contrapuestos de los múltiples grupos que hoy conforman el país. A diferencia de lo que creen las élites de todos colores, el pueblo no necesita que le enseñen, sino que lo escuchen y se respeten sus derechos. He aquí la tan deseada sociedad moderna, ojalá la dejen expresarse.
Lissette González: Dra. en Sociología, investigadora y profesora universitaria. Por el momento en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas, Venezuela).