El mundo de la cultura cubana: palo y zanahoria
Cada día más artistas cubanos se manifiestan contra la dictadura. A diferencia de otras décadas, hoy se nota un gran desequilibrio entre la abundancia de palos y la poca zanahoria con que el régimen pretende controlar el mundo de la cultura.
Todos hemos visto cómo el video Patria y Vida, de Yotuel Romero, Gente De Zona, Descemer Bueno, Maykel Osorbo y El Funky se volvía viral y en apenas 48 horas alcanzaba la nada desdeñable cifra de un millón de visualizaciones en Youtube, más cientos de miles en otras plataformas. Enseguida estaba claro para la dictadura que se estaban enfrentando a un problema muy serio y, en consecuencia, sus medios de propaganda comenzaron (el Granma publicó el día 19 de febrero nada menos que tres artículos a propósito, de varias páginas cada uno) a tirar todo el lodo posible sobre los participantes en un acto artístico que, desde el título mismo, se posiciona como la antítesis de la esencia misma de la llamada Revolución cubana. El mensaje está claro y va directo a la yugular del anquilosado régimen cubano: podemos tener ambas cosas, “Patria y Vida”.
Esta bola de nieve que amenaza con atropellar a la dictadura más longeva de occidente comenzó a gestarse el pasado 27 de noviembre, luego del acuartelamiento, huelga de hambre y posterior desalojo por fuerzas de la Seguridad del Estado, de los jóvenes artistas en la sede del Movimiento San Isidro, el cual —recordemos— surgió esencialmente como medio de protesta frente a las intenciones gubernamentales de coartar la creación artística hasta el más mínimo detalle, poniendo en vigor un par de draconianos decretos.
El poder ilimitado de las dictaduras totalitarias le teme especialmente a este tipo de desafíos. Estoy seguro que ahora el mismo ex ministro de Cultura Abel Prieto (el más inteligente de toda esta pandilla de funcionarios grises que dirige hoy la cultura cubana) se estará preguntando cómo se ha podido producir un hecho como este, tan peligroso para ellos.
Recapitulemos. El propio Abel Prieto llegó al sector de la cultura en el año 1991, en particular a la presidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en una situación que tiene no pocas similitudes con la “coyuntura” actual, a saber: el país estaba en quiebra y la intelectualidad, sobre todo los jóvenes de la entonces Brigada Hermanos Saíz, se atrevían a cuestionar al poder y no se escondían para expresar su descontento. El sector de la cultura era un desastre de dimensiones apocalípticas, tras los años interminables y nefastos del Apparatchik por excelencia del sector: Armando Hart Dávalos, que casi tenía el estatus de Comandante de la Revolución y que incluso había sido esposo de esa especie de sílfide de la Revolución que era Haydée Santamaría.
El régimen venía de sobrevivir a duras penas una década traumática, plagada de hechos artísticos desafiantes, y los tótems de la Revolución (Fidel Castro el primero) miraban todo lo que tuviera que ver con el sector de la cultura con extrema desconfianza: la plástica de los años ochenta (las exposiciones, instalaciones, los performances, conceptos como el bad painting, la transvanguardia, el kitsch, el new wave y luego ya lo que era el colmo: el rechazo a exponer en galerías y la preferencia por la vía pública como espacio de trabajo o los escenarios underground, fuera del alcance del control estatal, etc.), los había dejado trasquilados y con prácticamente nada que hacer, sino quedarse tranquilos, a ver cómo lograban parar todo aquello sin tener que volver a las políticas del gran garrote de los oscuros años setenta, que le habían costado a la Revolución perder gran parte de su imagen romántica ante los intelectuales de todo el mundo.
Fue una década repleta de nombres y obras importantes, pero quizá baste sólo mencionar a algunos de los más revoltosos (esta gente sí que no se andaba por las ramas): Tomás Esson, Aldo Menéndez, Alexis Somoza , Félix Suazo, Ciro Quintana, Segundo Planes, y un proyecto en particular, el Proyecto Castillo de la Fuerza, que no tardó en ser clausurado por las autoridades en el año 1989.
Fidel Castro se dio cuenta de que estaba bailando encima del filo de la navaja, especialmente en un momento en que ya no había “campo socialista” que lo sustentase, y se sacó un as de la manga. Ese as era Abel Prieto, un joven escritor de pelo largo y aspecto de bitongo de los años setenta. Según contaba él mismo, en esa época solía esconderse con sus amigos a escuchar a los Beatles y los Rolling Stones, que entonces estaban prohibidos en Cuba por hacer un tipo de música “decadente” e “inmoral”.
Abel se encargaría de darle un vuelco a la situación. ¿Cómo? Brindándole privilegios a los artistas y escritores: premios, casas, publicaciones, exposiciones, permisos para residir en el extranjero, viajes a ferias internacionales, acceso por diversas vías a la moneda libremente convertible, etc.
De la noche a la mañana, los artistas y escritores pasaron a ser los nuevos ricos de la sociedad cubana. Mientras éstos podían quedarse con absolutamente todo a su regreso a la Isla, los deportistas y los médicos seguían obligados a dejar la mayor parte de la tajada en las arcas estatales al regresar de un viaje de trabajo al exterior.
Desde la presidencia de la UNEAC, y luego ya en 1997 desde el propio Ministerio de Cultura, Prieto contribuyó a calmar los ánimos en el sector de la cultura, aunque no sin la ayuda del “palo”. Porque, claro, en toda esta historia este peludo romántico representa la zanahoria. El papel del “palo”, o más bien el que agarraba el palo, lo representaba, entre otros, un personaje que hemos visto en estos últimos meses muy a menudo, ya sea retando por twitter a unos supuestos agentes de la CIA a fajarse a los piñazos en un parque público de La Habana, como también agrediendo físicamente frente al Ministerio de Cultura a unos jóvenes artistas que protestaban por la detención de unos compañeros: nada menos que el infame viceministro de cultura Fernando Rojas.
Lo recuerdo todo con mucha nitidez. Yo era uno de esos jóvenes ávidos de libertad, con la cabeza repleta de sueños, que se atrevían a desafiar al poder. Desperdigados por toda la isla, nos gustaba decir que éramos miembros de la Brigada Hermanos Saíz, organización que claramente se le estaba yendo de las manos al gobierno. La presidenta de la BHS era una muchacha, Eloísa Carrera, puesta a dedo por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC, el brazo juvenil del Partido comunista), pero capaz de escuchar y comprender cualquier cosa que se nos ocurriera decirle, incluyendo diatribas directamente dirigidas al “Comandante”.
A principios de los 90 del siglo pasado, quien se atreviera a desafiar al Coma-andante era visto por nosotros como un héroe. Y en el marco de aquella organización de origen oficialista, algunos se atrevieron a hacerlo y casi a provocar que el Coma-andante echase espuma por la boca en un par de reuniones en las que éste, un hombre lúcido para la maldad al fin y al cabo, se esforzó en llegar a un entendimiento con aquellos jóvenes, que, por cierto, podían, entre otras cosas, componer una canción como “Patria y Vida”, algo para nada deseable desde su punto de vista.
El asunto terminó en un NO-GO, y al Comandante no le quedó más remedio que optar por la mano dura con la BHS. Destituyeron a Eloísa Carrera y pusieron en su lugar nada más y nada menos que a Fernando Rojas, quien, mochila al hombro, pasó un par de años desmontando pieza por pieza a la antigua BHS y transformándola en la mucho más dócil Asociación Hermanos Saíz, que desde entonces no ha dado el más mínimo dolor de cabeza al régimen.
Conozco a Abel Prieto y a Fernando Rojas desde entonces. Disfruté durante algunos años de los privilegios con que el régimen compraba a los artistas y escritores, recibí las palmaditas en el hombro de quien pretende que lo consideres un igual. Pero cuando se dieron cuenta de que los privilegios no bastaban para que “me portara bien”, empezaron a tratarme con desdén. Cuando me fui de Cuba, hace un montón de años, tenía claro que no podía ya pedir amparo institucional en caso de que los compañeros de la Seguridad del Estado me tendieran otra encerrona.
En cuanto a Eloísa Carrera, no puedo dejar de recordarla con cariño y cierta nostalgia. Como saben mis amigos de toda la vida, siempre fui un romántico, y no es que estuviera enamorado de ella, pero sí me llamaba la atención. Solía tratarme de manera burlona y condescendiente, como hacen a veces las mujeres inteligentes de las grandes ciudades con los artistas jóvenes de provincia en cuyas cabecitas no cabe una fantasía más.
Yo no fui nunca miembro de la ejecutiva de aquella BHS, pero como uno de los cabecillas revoltosos de provincia era invitado con frecuenta a las reuniones nacionales. Un día, ya hacia el final, creo que en aquella casona antigua cerca del puerto de La Habana donde estaba la sede de la BHS, de pronto nos dijeron que la “reunión” estaba suspendida y que Eloísa había sido destituida directamente por el comandante. Creo recordar vagamente que el poeta Edel Morales (mi amigo de entonces, actualmente un conocido Apparatchik cultural del régimen) y yo vagamos por La Habana Vieja indignados con las últimas noticias, y nos detuvimos en la entrada de un teatro o tal vez en la entrada del Palacio de los Capitanes Generales, y vimos a Eloísa Carrera del brazo de un anciano de pelo platinado abordar un automóvil oficial con chofer…
Para mí fue, más que una decepción, una humillación en toda regla. Yo, hijo de una familia a la que detestaba por su filiación revolucionaria, y que se jactaba de haber maldecido a gritos a Fidel Castro en su pueblo solo para desafiar a su padre fidelista, acababa de ver cómo la Revolución, encarnada en aquel viejito de pelo blanco (Armando Hart Dávalos, el sempiterno Ministro de Cultura del régimen), le “levantaba” en su carruaje oficial a La Amada. ¡Ay, Eloísa de mi alma! Tiempo después me enteré que se habían casado.
Anécdotas aparte, se nota que Fidel Castro ya no está, y que esta pandilla de funcionarios de tercera categoría (el mismo Fernando Rojas, el actual ministro Alpidio Alonso, el tal Morlote, presidente de la UNEAC…), así como los militares que están por encima de ellos, son como elefantes en una cristalería. Por este camino, no dudo que la dictadura acabará por derrumbarse. Pareciera que sólo tienen palos para repartir, y ni un pedacito de zanahoria.
Aunque no creo que estos jóvenes pudieran ser comprados con viajecitos ni premios. Como buenos cubanos, disfrutan de ese momento en que no queda más alternativa que virar las fichas y contar. A propósito, a principios de los 90 del siglo pasado se hizo «viral» la primera canción que realmente hizo temblar al régimen: ¿será que esta vez sí… «ya viene llegando«?
Jorge Luis Arzola: (Jatibonico, 1966) Autor de los libros de cuentos «Prisionero en el círculo del Horizonte«(1992) y «La bandada Infinita«(premio Alejo Carpentier de cuento, 1999), y de la novela «Todos los buitres y el Tigre» (Editorial Siruela, Madrid, 2006). Reside en Colonia, Alemania, desde el año 2002.
Estudió Diseño y programación web en el Institut für Lernsysteme, en Hamburgo, Alemania. Trabaja como desarrollador web freelance. Especializado en el diseño de layouts complejos para medios de prensa.