El músico que Alejo Carpentier llevaba dentro
Hay que agradecer a Fórcola Ediciones una serie de libros de tema musical con enfoque ensayístico. No son textos académicos, ni monografías científicas, ni tesis doctorales levemente reescritas, sino ensayos dirigidos a lo que Virginia Woolf llamaba the common reader, un lector culto pero generalista, apasionado por aprender sobre un tema, pero también fanático del acto de leer en sí. Una especie en extinción, dicen algunos.
Blas Matamoro (Buenos Aires 1941) ha publicado chez Fórcola diversos ensayos sobre música. Casi todos ellos van unidos por un interés común: cómo la música ha influido en la obra de algunos de los más grandes escritores de occidente. Así, ha publicado sobre Nietzsche, Mann y Proust y su respectiva relación con la música. También ha escrito una biografía sobre Schumann que quizás es el más literario entre los compositores del repertorio habitual de las salas de conciertos. Matamoro es asimismo novelista y crítico musical y es lógico pensar que sus intereses a la hora de escribir ensayos sean en cierta medida autobiográficos.
Alejo Carpentier y la música rastrea los pasos del famoso novelista por los senderos de la música. Hay al menos tres niveles de correspondencia musical en la obra del novelista cubano. Primero, Carpentier estructura su prosa según modelos musicales. Las frases y párrafos entran y salen como los motivos y temas de una composición musical y el lenguaje se insinúa como una cadencia musical. Segundo, la música se refleja en los títulos de sus ficciones, y la novela corta Concierto barroco es un buen ejemplo. ¿Y hay que recordar además que su novela La consagración de la primavera toma el título del ballet de Stravinsky? Finalmente, muchos de sus personajes son músicos reales como Vivaldi, Stravinsky y Louis Armstrong en Concierto barroco, o un etnomusicólogo en Los pasos perdidos, otra de sus novelas más conocidas.
Carpentier nació en Lausana, según se ha descubierto hace poco. De familia artística (¿estudió su padre con César Franck? Matamoro no lo puede confirmar), se formó musicalmente en Cuba. Vivió muchos años en Francia y Venezuela, donde escribió centenares de crónicas, reportajes, críticas y artículos de opinión sobre música. La gran mayoría de esta producción periodístico-musical se recopiló en tres volúmenes en Ese músico que llevo dentro (1980). Estos volúmenes son fundamentales para conocer su pensamiento musical y Matamoro ofrece un buen resumen de sus principales puntos de vista. Carpentier, por ejemplo, adoraba a Stravinsky y la vanguardia que representaba, pero no más allá de ella, o sea, no se preocupó de encuadrar en su pensamiento las tendencias rupturistas de los años sesenta y setenta del siglo XX. Creía, además, en el mestizaje de Europa y América como demuestra su libro La música en Cuba (publicado originalmente en los años cuarenta, pero corregido y aumentado póstumamente en 1988), estudio que, más allá de la recopilación de crónicas, presenta una monografía (una “historia”) que, además de sintetizar docenas de estudios de otros musicólogos, ofrece interpretaciones aún válidas del fenómeno musical cubano.
Matamoro, siendo escritor, tiene un estilo propio que irritará a muchos y alegrará la lectura a muchos otros por sus recursos. Leo tatareando alguna melodía inventada: “…lo que no ocurría en París no ocurría en el mundo mundial” (p. 10); “…músicos que… acaban constituyendo un canon tras ser denostados por los canónicos (y canónigos)” (p. 34). Hay varias ideas que aparecen y reaparecen, al parecer más por descuido que por intención, por ejemplo que Carpentier quiso ser músico, después arquitecto y finalmente novelista (con un excursus en la crítica musical) ,(pp. 18, 23 y 37); o que en su novelística no hay figuras maternas (pp. 21 y 41). Parte de la tesis de Matamoro es que Carpentier (como Proust) modela su prosa en las cadencias musicales. Lo mismo puede decirse de él.
Este breve volumen no intenta ser una monografía musicológica. El estudio definitivo sobre la relación de Carpentier y la música aún queda por hacer y Matamoro, acreditado crítico musical y escritor, se apresura a anotar en una especie de disclaimer que “rastrear la totalidad de sus apariciones [de la música] produciría un obeso volumen” (p. 100). En todo caso, el libro es un buen primer paso.
Antoni Pizà, musicólogo y articulista, dirige la Foundation for Iberian Music en NY y es profesor de Historia de la música en el Centro de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de NY (The Graduate Center, The City University of NY). En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Meditaciones de un paseante. Ian Bostridge y el ‘Viaje de invierno’ de Schubert, Nómadas orientalistas, Ver, oír… tal vez escuchar. La imagen determina lo que oímos, Los errores de Glenn Gould y Arqueología de una voz: Montserrat Figueras.