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El narco en Ecuador

El aumento descontrolado de la cocaína ha corrido en paralelo con el asesinato de políticos, la corrupción generalizada de las prisiones

Para entender lo que está ocurriendo en Ecuador hoy en día, la súbita avalancha de asaltos terroristas, tomas carcelarias, secuestros y asesinatos de policías, hay que rastrear la red del narco que empieza en México, pasa por Colombia y Perú, y termina en el puerto de Guayaquil, el tercero más grande de América Latina. Guayaquil es una plaza en disputa, eso es lo que está en juego. Ya lo había sido antes, en 1822, cuando los dos líderes de la independencia americana riñeron por ella. José de San Martín la quería como parte de Perú, y Simón Bolívar como un puerto en el Pacífico para la Gran Colombia. Ahora se la pelean los narcos ecuatorianos, que con cerca de 95.000 mil hectáreas de coca sembradas en Perú y 230.000 en Colombia, cifras de récord, han conseguido insumos suficientes para garantizarles a sus patrones mexicanos un flujo interminable de droga.

Este aumento descontrolado de la cocaína ha corrido en paralelo con el asesinato de políticos, la corrupción generalizada de las prisiones y del sistema judicial, la violencia urbana, extorsiones, la pérdida de fe en la democracia y la deforestación de Loreto en Perú y del Putumayo en Colombia, las zonas selváticas por las que tanto se clama en los discursos climáticos –los pulmones del mundo, para decirlo en cursi–, donde se cultiva la coca que sale de Guayaquil. El narcotráfico está demostrando que el verdadero enemigo del planeta y del clima no es el capitalismo, sino el capitalismo salvaje, que no es el de los lobos de Wall Street sino el de Los Lobos de Ecuador, la banda que mató al candidato Fernando Villavicencio en agosto del año pasado.

Como ocurrió en la Colombia de Pablo Escobar, el sobresalto guayaquileño vuelve a poner en duda el resultado de cinco décadas de guerra contra las drogas. El negocio se esparce más que nunca, y hasta Chile, que se había librado de sus efectos, sufre el acecho de bandas transnacionales. Es difícil encontrar un asunto que ofusque más la racionalidad. Se cierran los ojos, no se quiere ver, pero la droga está ahí. Europeos y estadounidenses perfectamente adaptados a la sociedad, de clases medias y altas, en algunos casos ricos o famosos, incluso poderosos, financian con sus esnifadas al narco latinoamericano. Quienes prohíben el tráfico mundial, como Biden, tienen la droga en casa.

Desde América Latina esto se ve con claridad y por eso tres expresidentes, Zedillo, Cardoso y Santos, han tratado de mover los términos del debate. Si se legaliza y regula, la cocaína se transformaría en un problema de salud pública, donde intervenir es menos costoso y traumático. No es una panacea, por supuesto, porque el consumo podría aumentar, al menos inicialmente, pero es algo que hay que pensar y debatir. Un asunto que corrompe y debilita las sociedades en las que se incrusta, como ahora en Ecuador, merece análisis más racionales y menos cargados de hipocresía y tabúes.

 

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