Cultura y ArtesDemocracia y PolíticaÉtica y MoralLiteratura y LenguaSemblanzas

El narrador de la libertad

La radical libertad de Vargas Llosa como autor en la ficción lo convirtió en uno de los más tenaces defensores de la democracia en el mundo real

 

Cátedra Vargas Llosa —

 

 

La figura de Mario Vargas Llosa se agiganta en la hora de su muerte. El peruano es el autor de una obra monumental que refleja como pocas las claves de nuestro tiempo y que ha crecido ante los ojos de lectores de todo el mundo, sobre todo desde el premio Nobel de Literatura en 2010. Su sensibilidad frente a las desigualdades, su pasión por los entresijos de la complejidad del ser humano y su fascinación ante los mecanismos del poder fueron configurando una inclinación literaria que en la adolescencia se desarrollaría frente la disciplina impuesta por un padre ausente. En sus ficciones subyace, desde entonces, un catálogo de los peligros y los gozos de la política y la cultura iberoamericanas del siglo XX, y la intuición de los abismos que pisamos en este presente volátil. Entrelíneas, en sus novelas vemos también la más firme apología de la razón y una cartografía simpar de las pasiones humanas.

La biografía de Vargas Llosa ha sido, por tanto, también la aventura vital e intelectual de un narrador cuyo compromiso con la imaginación y el ejercicio de la radical libertad del autor en la ficción lo han convertido en uno de los más tenaces defensores, en el mundo real, del Estado de derecho y la convivencia en democracia. Este puente entre mundos imaginados y sus contrapartidas reales, tan cervantino, entre la imaginación pura y la realidad, permite considerar su figura desde un interesante punto de vista. Sus firmes convicciones relativas a la libertad y la democracia, hoy cuestionadas, agigantan su legado inmediato y lo convierten en una figura imprescindible. Establecer ciertas conexiones vitales, ciertos hitos, en los que hallar sentido al peso enorme de su defensa de la idea liberal, puede servir para orientarnos en el camino de vuelta hacia la curiosidad por los hechos y la repudia frente a los gestos totalitarios, sin importar que florezcan en países democráticos.

Como tantos otros escritores, saludó la llegada de la revolución cubana como síntoma del final de un tiempo caduco en un continente desgarrado por las dictaduras militares, abrazando el socialismo. Pero fue el primero y casi el único –junto con Jorge Edwards y muy pocos más– que supo descifrar el significado profundo del caso Padilla, aquel poeta encarcelado y forzado a la ‘autocrítica’ en 1971: la revolución castrista –y todas después– no tolera la libertad fuera de la disciplina de partido ni el derecho a disentir. Ante ese ‘big-bang’ represor, Vargas Llosa decidió hallar nuevos referentes, y lo hizo en las lecturas liberales de Isaiah Berlin. Ese contagio de libertad también lo llevó a combatir desde sus textos periodísticos y ensayos el ascenso de los nuevos populismos, que comparten con los viejos revolucionarios la pulsión por reprimir al disidente, cancelarlo, reducirlo a la irrisión y la indignidad.

Su carrera de escritor fue viento en popa. Ganó su primer premio literario en 1959, lo que le permitió conocer París, una ciudad esencial para entenderlo y a la que ha sido fiel hasta su ingreso en la ‘Academie’ en 2023. En sus manos estalla el ‘boom’ de la novela iberoamericana en 1962, año en el que gana el Biblioteca Breve. Y en 1969 conoce a la agente Carmen Balcells, quien le convence de que abandone la Universidad y viaje a Barcelona para vivir de la escritura. Se cierra el lazo de su compromiso con la libertad y la palabra.

En 1976 viajará a Israel, otra de sus fidelidades más notorias, y ayuda con su experiencia en la consolidación de la sociedad democrática, igualitaria y moderna que emergió del peor escenario posible, el del drama continuo y sangrante del conflicto de Oriente Medio, aún hoy sin solución. Su camino como intelectual pasa también por el comité encargado de analizar las políticas de Margaret Thatcher.

Los 80 son años decisivos. Preside la comisión encargada por el presidente Belaunde Terry para investigar una masacre de ocho periodistas en los Andes. En 1983 anima la movilización contra Alan García por su intento de nacionalizar la banca en Perú. Su viaje político culmina cuando entra en la campaña presidencial en 1990 contra Alberto Fujimori. El compromiso del narrador con las palabras ha cobrado acción, como narró en ‘El pez en el agua’. Y pagará un precio: Fujimori amenaza con quitarle la nacionalidad en 1993 y Felipe González le concede la española. También ingresa en la RAE en 1996.

Las tres últimas décadas de su vida abundan en ficciones magistrales que denuncian los abusos del poder y las pesadillas de la revolución (‘La fiesta del Chivo’, ‘El Paraíso en la otra esquina’…) pero vieron aumentar su presencia en los debates públicos, casi hasta el final. No hay otra figura igual en la historia iberoamericana del siglo XX. No hay otro camino como el suyo. El día de su muerte debemos reconocer a un héroe de la libertad.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba