“El niño sobreprotegido es más pasivo”
Boris Cyrulnik, judío superviviente de un campo de concentración en el que murió su familia, es el creador de la teoría de la resiliencia. Asimismo es profesor de la Universidad de Var (Francia) e investigador en el hospital de Toulon (FRANCK PENNANT – AFP)
- Boris Cyrulnik, nacido en Burdeos hace 78 años, judío superviviente de un campo de concentración en el que murió su familia, ha dedicado el resto de su vida a construir la teoría de la resiliencia, la capacidad de los humanos para sobreponerse de la adversidad. No se arredra para hablar de cómo tratamos a los niños hoy en día y de cómo esos niños nos devolverán la mirada, triste o acusadora, el día de mañana. “La sobreprotección no es una protección –afirma el neuropsiquiatra y psicoanalista francés–. El exceso de protección empobrece el cerebro de los niños, atrofia sus capacidades y los vuelve más vulnerables y pasivos”.De Oriente a Occidente. Nadie esquiva sus críticas. “En Asia, los alumnos sacan las mejores notas en el informe PISA a costa de interminables jornadas de estudio. Se duermen en los pupitres y se les ve muy desgraciados tratando de no decepcionar las expectativas de sus padres. Sufren un verdadero maltrato por parte de la escuela y de sus familias”, explica Cyrulnik. Los gobiernos de Japón y Corea han querido introducir algunas reformas para suavizar las prácticas educativas, pero las familias se oponen. “Eso es una bomba de relojería en marcha”, anatemiza. La carrera por situar a los hijos en primera línea generacional también transcurre en Occidente. “En Francia los padres no quieren eliminar la evaluación por notas, ni que sus hijos entren más tarde a la escuela”, continúa.
Por el contrario, “se les protege en exceso”. A los jóvenes no se les refuerza la autonomía, no se les permite, en su opinión, ganar confianza en sí mismos adquiriendo responsabilidades, incorporándose como seres activos y de pleno derecho a la sociedad. Faltan ritos de iniciación al círculo de los adultos. Con algunas excepciones. “Los bachilleres anglosajones se toman un año sabático antes de ir a la universidad”, afirma. “Se marchan del hogar a otro país del que desconocen su cultura, su idioma. Trabajan, ganan algo de dinero”. Los jóvenes más inquietos del sur de Europa quieren también cazar su propio león. Y lo inventan. El psicoanalista francés explica que van a campos de cooperación en algún país del tercer mundo o se alistan en el ejército como es el caso de las mujeres en Francia. “A la vuelta, han aprendido idiomas, han sufrido ciertas calamidades, han sido útiles a los demás”. Probablemente, como el chaval africano, han sentido miedo, pero regresan orgullosos con su pieza.
Con todo, la principal crítica de Cyrulnik es no atender a aquellos chicos “heridos” conociendo el poder de los procesos de la resiliencia, basados en la teoría del apego. Son aquellos chavales que han sufrido un desgarro precoz, quizás la pérdida abrupta de un ser querido, o el aislamiento emocional a edad temprana o que han vivido condiciones de vida extremas, o nada de todo eso pero entornos desdichados. La teoría es sencilla. “Un niño desgraciado por una experiencia traumática será infeliz, hará infeliz a su familia, y de adulto perjudicará a la sociedad”, enuncia el neuropsiquiatra. “Por el contrario, si es feliz, estará en condiciones para aprender un oficio, formar una familia a la que no transmitirá dolor, y hará felices a los demás”, continúa. “En el proceso de que se convierta en una persona u otra, el maestro tiene un papel fundamental”. El profesor puede compartir la experiencia vivida proponiendo la construcción de un relato ficticio que haga sentir al niño que no está solo en el mundo.
“En Suecia los niños juegan, sonríen, no tienen miedo de los adultos. Su educación está inspirada en la teoría del apego –sostiene Cyrulnik–. Pero también el Gobierno sueco busca un rendimiento económico. Esos niños que han ganado resiliencia no se convertirán en delincuentes, sino en trabajadores productivos y útiles a la sociedad”.
Sin embargo, deplora el cambio producido en la educación francesa, en su juventud integradora, y ahora excluyente. “La escuela mantiene la desigualdad. Los hijos de pobres seguirán siendo pobres. Seleccionan los alumnos, crean guetos. Cada vez hay más pasarelas para llegar a la universidad. Si no cambiamos el estado de esta situación, conociendo como conocemos el poder de la resiliencia, seremos culpables”.