El Nobel Económico a la obviedad
El Premio Sveriges Riksbank asimi
ACEMOGLU – JOHNSON – ROBINSON
Estamos, desde luego, ante una meritoria y comprehensiva investigación en la historia y la geografía, para individualizar casos que corroboran el postulado principal de la íntima relación entre solidez institucional y desarrollo económico-social y cumple con la saludable tarea de sacudir el catecismo marxista que nos mataba de aburrimiento en los cursos universitarios.
Porque no estamos ante un curso que fluye según un guión determinado de leyes presuntamente científicas y, según aceptan los autores, el avance dependerá de un marco institucional más inclusivo, aparte de la historia, del efecto de numerosas diferencias y de su propio devenir circunstancial; vale decir, del arcano e imponderable “fuckingfactor”,
Pero hay en el libro muchas frases manidas, dignas de figurar en una antología del humor negro que señalaba lo curioso de constatar que, según las estadísticas, la mortalidad en el ejército aumenta enormemente en tiempos de guerra; lo inquietante de que no haya sobrevivido ninguno de los millardos de personas que por el planeta pasaron en el curso de los siglos; que los ahogados salen siempre a la superficie, generalmente demasiado tarde y que la cama es el lugar más peligroso del mundo, porque es allí donde muere el 90 por ciento de la gente….
Quién podría objetar que “sociedades distintas tienen problemas distintos”, que “el cambio institucional sucede generalmente a través de conflictos”, que “para tener éxito económico se requiere de una economía organizada que cree incentivos y oportunidades para la mayoría de la gente” y que se encontraban en la pobreza las raíces del descontento en los países del Norte de África y el Cercano Oriente, protagonistas a principios del milenio de una primavera protestataria.
En definitiva, no parece cierto que sólo un cuadro inclusivo y democrático sea indispensable al éxito, si admiramos la eficacia con que la China post-maoista ha logrado amalgamar una férrea hegemonía partidista y el librito rojo del Gran Timonel con una economía de rampante capitalismo. Y tampoco que sea necesaria una amplia distribución del poder político porque, muy al contrario, el planeta alberga cada día más regímenes autoritarios o dictatoriales cuyos vasallos, felices o resignados, aplauden las migajas que se digna lanzarles una dirigencia corrupta e ineficaz; e incluso es evidente en la primera superpotencia una ominosa deriva populista y totalitaria.
Del estudio de realidades tan lejanas en el tiempo y el espacio, de Botswana, China y el Sur de los Estados Unidos, la Revolución Gloriosa en Inglaterra, la Revolución Francesa y la restauración de la dinastía japonesa Meiji, los galardonados han extraído la constatación muy obvia de que historia no es sinónimo de destino; de que a pesar del círculo vicioso, instituciones depredadoras pueden devenir inclusivas, aunque no sea fácil ni automático y se precise una confluencia de factores, sobre todo una coyuntura crítica acompañada de una amplia coalición de quienes exigen reformas u otras instituciones.
Y, sobre todo, ¡que haya suerte! porque la historia está llena de sorpresas, ¡Oh, caro signore
Hetlingen, octubre de 2024.