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El nocivo lío franco-alemán

Es tiempo de serenidad dentro de la propia UE, de ofrecer a los ciudadanos certezas y no dudas y divisiones como las que muestra el grave desencuentro entre Francia y Alemania

Se ha dicho siempre en Bruselas que la buena salud del eje franco-alemán es fundamental para la salud de Europa en su conjunto. Teniendo en cuenta todo el dolor que causaron a los europeos en el último siglo y medio las guerras y disputas entre estos dos países, todos debemos celebrar que desde que se creó la Unión Europea hayamos pasado de esa rivalidad suicida a la cooperación constructiva. El grado de simbiosis ha llegado a ser tan alto que para muchos países ha resultado difícil nadar contra la corriente que impulsaban Francia y Alemania, a los que los demás consideraban como un sólido matrimonio de intereses. Es cierto que también ha habido periodos en los que esos lazos entre los dos grandes vecinos han flaqueado y se han visto algunos desencuentros más o menos temporales. Pero el problema es que en estos momentos las diferencias en temas de fondo son tan evidentes que se ha producido de forma abrupta e inédita la anulación del Consejo de Ministros conjunto que ambos celebraban anualmente, precisamente como símbolo de esa relación especial. En estos momentos, París y Berlín tienen ideas opuestas respecto a asuntos como la crisis energética o las recetas para rearmar a Europa ante el escenario de la guerra de Ucrania, por citar solo los más importantes, y no es de extrañar que a causa de ello los últimos Consejos Europeos han terminado con declaraciones sin contenido.

Se suele achacar esta situación al ambiente de cierta orfandad que ha dejado la salida de escena de Angela Merkel, al carácter retraído de su sucesor, el socialdemócrata Olaf Scholz, o al nerviosismo del francés Emmanuel Macron, que está obligado a gobernar esta vez sin mayoría absoluta en la Asamblea. La realidad es que prácticamente todos los problemas que enrarecen ahora esta relación existían ya hace tiempo, como la opción de Francia por la energía nuclear frente a la dependencia buscada de Alemania del gas ruso, o la preferencia de Berlín por la austeridad fiscal y la tendencia obsesiva de todos los gobiernos franceses por hacer crecer el gasto y la deuda.

Pero probablemente la razón más poderosa para explicar este desencuentro está siendo el creciente peso que la guerra de Ucrania está transfiriendo a los países del Este y el Norte de Europa, que son los que llevan en estos momentos la carga del mayor conflicto internacional que se ha producido en el espacio europeo en muchísimo tiempo. A pesar de las grandes dudas que salpican las decisiones del Gobierno alemán, estas están ahora cada vez más orientadas a sus vecinos orientales que al viejo corazón de Europa, algo que tampoco debería extrañar a nadie.

Es tiempo de serenidad dentro de la propia UE, que ha de buscar siempre ese equilibrio geográfico político e histórico en el que quepamos todos, tratando siempre de que las brechas no se agranden sino todo lo contrario. Es tiempo de ofrecer a los ciudadanos certezas y no dudas y divisiones. No es tiempo de vacilaciones ni vaivenes, como el último del Gobierno de Pedro Sánchez, que, consciente o no, ha intentado hacer un favor a Alemania al promover la construcción del gasoducto MidCat e inexplicablemente ha terminado aceptando con entusiasmo la imposición francesa de un proyecto alternativo en el que Alemania no figura en ninguna parte.

 

 

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