El nuevo rostro de la censura: Los lectores de sensibilidad
Esta figura, nacida en el mundo anglosajón, está detrás de las polémicas revisiones de Ian Fleming y Roald Dahl. Editoriales y autores solicitan sus servicios para evitar la cancelación, aunque son muchos los que se rebelan
La historia empieza así. J. M. es una mujer de cuarenta y dos años, negra («no de color», aclara en conversación con ABC), lesbiana, hija de madre inglesa y padre británico cuyos abuelos eran jamaicanos. Tiene una niña de once años y un niño de siete. «Formo parte de una minoría por donde se me mire –asegura–, o mejor aún, de muchas minorías a la vez». Filóloga de profesión, ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en el mundo editorial, y los últimos cinco años se ha desempeñado como ‘sensitivity reader’ o lectora de sensibilidad, una figura polémica que ha saltado a los titulares después de las modificaciones que se han realizado a la obra de Ian Fleming y Roald Dahl, dos autores censurados por machistas y poco respetuosos con el sentir de hoy.
Reacia a ser entrevistada, J.M. finalmente accede a hablar con este periódico porque cree que es importante dar luz sobre lo que considera «mentiras que se vierten sobre los lectores de sensibilidad» y que han provocado que algunas personas incluso la hayan amenazado a ella y a su familia. «Intento no decir en qué trabajo no porque no me sienta orgullosa de lo que hago, pero sí porque creo que no se entiende bien nuestra labor, que tiene mala prensa, y eso me ha generado problemas». Entre ellos, críticas por ser considerada «parte de una nueva inquisición, de las fuerzas de la censura». Ella se defiende: «Nuestro papel es analizar si la representación que se hace de las minorías y de las personas en general, cualquiera sea su condición, es precisa y libre de estereotipos. Lo único a lo que aspiramos es a un mundo más inclusivo, donde los niños, las niñas, las personas LGTB+, las negras, asiáticas, con sobrepeso o con discapacidades físicas o mentales se sientan representadas en los libros que leen, en las películas y las series que ven». Y añade: «Los autores no tienen por qué saber cómo representar a personas cuyas experiencias no han vivido, no siempre se tiene conocimiento de realidades que no son las propias».
La reescritura de clásicos como ‘Matilda’ o ‘Las brujas’ ha puesto sobre el foco una práctica que es legal y en la que trabajan codo con codo editoriales y colectivos de lectores que velan por la corrección política
Esto se ha traducido en cambios difíciles de defender y hasta de entender desde ese prisma. En su día, Fleming escribió: «Bond podía escuchar a la audiencia jadeando y gruñendo como cerdos en el abrevadero. Sintió que sus propias manos agarraban el mantel. Tenía la boca seca». La nueva versión reza: «Bond podía sentir la tensión eléctrica en la habitación». Es un caso de tantos.
—¿Qué opina, J. M.?
—Que lo que se consideraba correcto hace 30 o 50 años no es correcto ahora, porque la sociedad ha evolucionado, ha mejorado, y estamos aprendiendo a vivir con menos estereotipos y más respeto a la diversidad. No está bien que se sigan reproduciendo ideas o conceptos que marginalizan y estereotipan a ciertas poblaciones.
Modificar a Dahl o a Fleming (o desinfectarlos, como comenta con sorna James Finn Garner, un autor que lleva treinta años denunciando esta situación en el mundo anglosajón) es un paso más en una práctica que se pensó para los autores vivos. En Reino Unido las editoriales contratan los servicios de organizaciones como Inclusive Minds, que ofrecen consultorías para «garantizar que los productos que produzcan sean auténticamente inclusivos y accesibles», según explican en su web. Es decir: revisan los materiales antes de ser publicados, aunque a veces actúan sobre lo ya publicado, como en el caso Dahl. Están especializados en literatura infantil, y una de sus embajadoras es Sarah Mehrali, musulmana asiática y británica de segunda generación. «Necesitamos más libros donde los niños como el mío, que están creciendo en un mundo donde la intolerancia está aumentando, puedan identificarse con los personajes y sentirse normales e incluidos en narrativas más amplias», sostiene. Si no es así, se pregunta, «¿cómo se sentirán estos niños parte de la cultura dominante y verán la importancia de sus contribuciones personales a la sociedad y la literatura cuando lleguen a la edad adulta?».
John Boyne, autor del celebérrimo ‘El niño con el pijama de rayas’, trabajó con Inclusive Minds para la publicación de ‘Mi hermano se llama Jessica’, donde abordaba el tema de la transexualidad. «Mi editor les enseñó el libro y me ofrecieron algunos comentarios que yo podía aceptar o rechazar a mi gusto. No señalaron incorrecciones como tales, sólo ofrecieron algunas ideas sobre la experiencia trans. La verdad es que no me resultaron especialmente útiles», comenta a ABC. A pesar de esto, y después de unas declaraciones, tanto él como su novela fueron tachados de tránsfobos. «El libro solo fue acusado de transfóbico por dos grupos: personas que no lo habían leído, cuyas opiniones son por tanto inmediatamente inválidas, y por un minúsculo grupo de activistas trans, la mayoría de los cuales son extraños hombres de mediana edad que se obsesionan con este tema en Twitter y que, de hecho, no son trans. En todos los actos y lecturas que hice sobre el libro, desde el Reino Unido hasta Europa y Australia, fue bien recibido por personas trans reales, muchas de las cuales organizaron presentaciones en diferentes países. Es un libro escrito por un gay para apoyar a los adolescentes trans y a sus familias», asevera.
—Después de su experiencia, ¿cuál es su juicio sobre los lectores de sensibilidad?
—Creo que son los enemigos de la literatura, vándalos culturales que piensan que su ofensa performativa les hará llamar la atención a ellos y a su determinación de ser vistos como víctimas. La mayoría de los supuestos lectores de sensibilidad empleados por las editoriales apenas han salido de la adolescencia y leen libros que simplemente no son lo bastante inteligentes para entender. Preferiría no volver a publicar una novela en mi vida antes que entregar uno de mis libros a un supuesto lector de sensibilidad, y nunca leería una novela que sé que ha pasado por esas manos.
—Es algo que sobre todo se está utilizando en literatura infantil. ¿Qué límites se pone cuando escribe para jóvenes o niños?
—Muy pocos. No hago que el tema de mis libros para jóvenes sea menos interesante, ni simplifico el lenguaje. Mi opinión es que si un joven no entiende algunas de las palabras que utilizo, para eso están los diccionarios. No quiero menospreciar a los niños ni a los adolescentes; quiero desafiarles en su lectura, porque recuerdo que yo mismo quería que me desafiaran a esa edad.
A pesar de las voces críticas contra los lectores de sensibilidad, estamos ante un negocio que no ha dejado de crecer en la última década, hasta el punto de ser solicitado incluso por los propios autores. La guionista y escritora trans Juno Dawson, que además ha sido «una lectora de sensibilidad, de manera informal», ha contratado ella misma este servicio para la revisión de sus libros. «Estoy empezando a ver un cambio, y eso es algo bueno. Los lectores de sensibilidad han llegado para quedarse. Yo insto a los autores a darles la bienvenida a su proceso. Después de todo, ¿no queremos, todos, lanzar nuestro libro al mundo con la certeza de que está editado de la manera más rigurosa posible?», escribió en una columna en ‘The Guardian’. Desde Inclusive Minds, de hecho, aseguran que su trabajo ahora está centrado en la labor de revisión, cuando hace años sus esfuerzos los ponían en el activismo.
Ben Illis, un agente británico, afirmó en una entrevista con ‘The Bookseller’ que cada vez son más los autores que están acudiendo a los lectores de sensibilidad para evitar «dar un paso en falso» y ser atacados en Twitter. Además, denunció una de las derivadas de esta práctica: la ultracorrección da como resultado obras más bien inanes. «Uno de mis clientes acudió a un lector de sensibilidad que señaló un par de cosas en su obra, y el autor decidió eliminarlas de la historia. Eso dio como resultado que dos cadenas de televisión que habían estado interesadas en el libro dijeran que ya no estaban interesadas. El libro se volvió demasiado convencional. Me preocupa que algún día podamos estar en una situación en la que los autores teman abordar temas controvertidos. Eso sería una pena». Lo dijo en 2019.