Democracia y Política

El otro México

El presidente de México, Enrique Peña Nieto, se dirige a una sesión conjunta de la Legislatura de California en el Capitolio de Sacramento el 26 de agosto. RICH PEDRONCELLI / AP

“Soy otro cuando soy”
Octavio Paz ( Piedra de sol)

“El otro México”. Así le llamó el presidente Enrique Peña Nieto a California durante su reciente visita. Ahí unas 12 millones de personas –una tercera parte de la población californiana– son de origen mexicano. Pero Peña Nieto se quedó corto.

“El otro México” que vive en Estados Unidos también está en la zona de Pilsen en Chicago, en los campos de jitomate de Homestead y Carolina del Norte, en la comunidad poblana de Nueva York y en toda la frontera con Texas. En Estados Unidos hay más de 33 millones de mexicanos o personas de origen mexicano (según el Pew Research Center, cuyas encuestas aquí cito).

Pero contrario a la imagen de cercanía que quiso dar Peña Nieto, ese “otro México” está muy alejado y muy pocas veces recibe ayuda de su gobierno. Hay consulados que dan un servicio muy pobre e ineficiente a los mexicanos en Estados Unidos y, a pesar de las promesas, los últimos dos presidentes de México no se han atrevido a defender a sus compatriotas en el norte en un tema central en sus vidas.

Bajo la excusa de que no se quieren meter en los asuntos internos de Estados Unidos, los gobiernos del priísta, Enrique Peña Nieto, y del panista, Felipe Calderón, han dejado solos a los mexicanos en el norte en su lucha por una reforma migratoria. Decir que la legalización de 11 millones de indocumentados sería “una cuestión de justicia”, como lo declaró Peña Nieto en Los Angeles, es irrelevante. Da aplausos pero son palabras huecas. No sirven de nada a menos que sean seguidas por un esfuerzo público, organizado y bien financiado en Washington para que la reforma migratoria sea aprobada. Y nada de eso está haciendo el gobierno de Peña Nieto. Nada.

A pesar de sus fallas, Vicente Fox fue el último presidente mexicano que negoció con Estados Unidos un mejor trato para los inmigrantes mexicanos. Esa fue la época de la “gran enchilada” –término del ex canciller Jorge Castañeda– y del bendito acuerdo migratorio. Pero todo se cayó cuando los terroristas de Al Qaeda tumbaron las torres gemelas en Nueva York en el 2001. A partir de ahí, el trato a los extranjeros en Estados Unidos se deterioró significativamente y los mexicanos en Estados Unidos se quedaron cada vez más solos.

La verdad es que los gobiernos de Mexico se preocupan muy poco por los mexicanos en Estados Unidos. Les encantan los miles de millones de dólares que reciben en remesas pero nos complican hasta lo imposible los trámites para votar en elecciones presidenciales. Hablan de cooperación y hermandad pero en el Congreso no quieren representantes del extranjero. Y no hay, ni siquiera, un programa realista y atractivo de repatriación. Para el gobierno somos los que se fueron, los agringados e, incluso, hasta los traidores.

Hay una creciente lejanía entre los mexicanos en Estados Unidos y los gobiernos de México. La migración ya no es circular como antes. Hay menos ir y venir. Cruzar la frontera, legal o ilegalmente, se ha vuelto más difícil, peligroso y caro. La frontera, físicamente, nos divide cada vez más.

Al mismo tiempo, la población mexicana en Estados Unidos se está “americanizando” e integrando muy rápidamente al resto de la sociedad –cada vez tienen mejores trabajos, salarios y educación. No, Estados Unidos no es la tierra prometida. (El racismo sigue presente. Basta recordar las muertes de los jóvenes afroamericanos Trayvon Martin y Michael Brown.) Pero todavía un 44 por ciento de los mexicanos en México cree que en Estados Unidos se vive mejor.

Muy pocos mexicanos piensan en regresar a México. ¿Por qué? No es complicado. Además de las obvias diferencias económicas, México es el país con más secuestros del mundo (Observatorio Nacional Ciudadano) y el 79 por ciento de los mexicanos considera la criminalidad el principal problema de la nación. Uno viene a Estados Unidos por un ratito –para conseguir trabajo y sentirse más seguro– y se queda toda la vida.

Tengo la suerte de tener dos pasaportes, dos de nacionalidad y de votar en los dos países. La primera mitad de mi vida fue en México y la segunda ha sido aquí en Estados Unidos. Voy y vengo muy seguido en avión y en internet. Pero nada de lo que me liga con México –mi familia, mis amigos, la cultura, la comida, el lugar donde crecí, las memorias que soy– tiene que ver con el gobierno en turno o su presidente. Y muchos mexicanos con quienes convivo tienen la misma experiencia.

Por eso cuando viene a Estados Unidos algún político mexicano a dar discursos, a decir que nos quiere mucho y a asegurarnos que nos va a ayudar, se prenden todas las alarmas y no les podemos creer. Casi nunca nos hacen caso, a menos que les sirva para algo. No les importamos.

Cuando Peña Nieto dijo que llegaba al “otro México”, lo que en verdad está diciendo es que, para él y su gobierno, nosotros somos los “otros mexicanos”. Y ser “el otro” es estar a solo un paso del olvido.

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