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El pacto de Hitler y Stalin que defendió La Pasionaria (y enfureció a los comunistas españoles)

El 1 de abril de 1939 terminó la Guerra Civil española tras años de lucha por el control del país. «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado», comunicaba el dictador Franco. Numerosos historiadores analizan la contienda española como un preámbulo de la Segunda Guerra Mundial.

Pese a la decisión de «no intervención» de países como Reino Unido, Estados Unidos o Francia, la internacionalización del conflicto fue un hecho a raíz de la participación directa de la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin. Los primeros apoyaron al bando franquista —cabe destacar el bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor—, mientras que la URSS intervino en favor de los republicanos cuando Madrid comenzaba a ser amenazada por los nacionales.

Las diferencias abismales entre ambos sistemas, tanto desde una perspectiva ideológica como práctica en este caso, daba a entender que el Tercer Reich y la Unión Soviética eran enemigos por naturaleza. El führer era un anticomunista declarado y su visión acerca de la raza eslava agrandaba las fronteras entre ambos estados. ¿Cómo pudieron pactar la Alemania nazi y la Unión Soviética el tratado de no agresión el 23 de agosto de 1939?

Tras haber recuperado la estabilidad en su propio territorio, la Alemania nazi, influida por el espacio vital que justificaba la ocupación de territorios para abastecer a sus habitantes, se expandió por Europa; primero fue la Cuenca del Sarre, administrada por la Sociedad de Naciones. En marzo de 1938 se anexionó Austria y en octubre se apoderó de los Sudetes checoslovacos. Estos movimientos incomodaron a las potencias europeas, las cuales no se atrevían a declarar la guerra a Alemania por el momento.

El siguiente objetivo de Hitler era Polonia, interés a su vez compartida con los soviéticos. En una atmósfera de tensión donde la guerra podía estallar en cualquier momento, los nazis no podían arriesgarse a tener un doble frente con el que combatir y dividir su ejército. Por ello, el 23 de agosto de 1939, hace exactamente 80 años, se firmó el Pacto Ribbentrop-Mólotov por los ministros de Asuntos Exteriores de los respectivos países.

El tratado contenía cláusulas de no agresión mutua y se decretaba el compromiso de solucionar cualquier controversia de forma pacífica y mediante consultas mutuas. Además, se estrecharían vínculos económicos y comerciales que pudieran beneficiar a ambos países y se compartiría la influencia en Polonia.

Conmoción en la izquierda

La noticia de aquella extraña alianza corrió como la pólvora por toda Europa. «En presencia de Stalin ha sido firmado, anoche, el pacto de no agresión germanorruso», titulaba La Vanguardia Española en su edición del 24 de agosto. Entre la población europea, tanto comunistas como antifascistas se sintieron traicionados por un Stalin que había actuado de forma que jamás lo habría hecho su antecesor Lenin.

Es de resaltar la decepción de los españoles comunistas que, desde Francia, México o Reino Unido, debían ver cómo el único país homólogo ideológicamente firmaba un pacto con un país que había apoyado a Franco en la Guerra Civil. «La firma del pacto Ribbentrop-Molotov en agosto de 1939 causó muchas desafecciones en las filas comunistas. Para muchos comunistas que habían combatido al fascismo en España, la firma de un pacto de no agresión entre la Unión Soviética y la Alemania de Hitler era inaceptable», escribe el investigador Jorge de Hoyos Puente en un texto conjunto para la Universidad de Columbia y la Universidad de Cantabria.

El comandante Enrique Castro Delgado, miembro del PCE y exiliado en la Unión Soviética, leyó en el mítico periódico Pravda la nueva del pacto entre su país de acogida y la Alemania de Hitler. «A la revolución mundial se le ha puesto una inyección de aceite alcanforado», escribió. «Me asusto de mis reflexiones«. Finalmente, decepcionado con la deriva comunista y tras sus desencuentros con Dolores Ibárruri, fue expulsado del partido en 1944.

Trotsky, desde su exilio en México, fue una de las cabezas que públicamente criticó el pacto de no agresión: «El pacto germano-soviético es una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de preservar la oligarquía soviética.

Aplauso de los líderes comunistas

La oposición generalizada hacia el líder soviético fue eclipsado por los dirigentes comunistas del continente europeo. Los partidos comunistas respondían directamente a las órdenes de la URSS que lideraba la Komintern. En España, la sumisión a Stalin antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial era total. «Nuestra fidelidad y cariño al gran pueblo soviético y a sus dirigentes, especialmente al camarada Stalin, es inquebrantable«, comentaba el político bilbaíno Vicente Uribe. En Memorias de un ministro comunista de la República (Editorial Renacimiento) explica cómo, mientras vivían en Francia, tras el pacto germano-soviético, «se realizaron fuertes presiones para que manifestaran una actitud pública condenatoria de la Unión Soviética y su política». Negrín y los suyos no solo resistieron a dichas presiones, sino que además «hicieron pública su solidaridad con la Unión Soviética y recordaron la ayuda que esta nos prestó en el curso de nuestra guerra».

Juan Negrín hizo pública su solidaridad con la Unión Soviética y recordó la ayuda que esta les prestó en la Guerra Civil

La más polémica fue Dolores Ibárruri. La Pasionaria criticó abiertamente la declaración de guerra de las potencias occidentales a Alemania con el pretexto de «restaurar Polonia» cuando tres años atrás habían abandonado a España. Achacó el ataque a la Alemania nazi como un acto «imperialista» de las socialdemocracias inglesas y francesas. «Ellos dicen ayudar (aunque bien sabemos hoy cuánto vale esta ayuda) a Polonia, donde millones de ukranianos, bielorrusos y judíos ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma, y vivían en condiciones de parias», añade en el texto publicado el 18 de febrero de 1940 en el semanario España Popular.

Evidentemente, Ibárruri no tenía ninguna intención de que Hitler invadiera Polonia —ni sentía simpatía alguna hacia sus doctrinas—. Su propósito era una ocupación soviética a través de este tratado. No obstante, un año más tarde de que escribiera estas palabras, Hitler inició la Operación Barbarroja y la pequeña alianza entre ambas potencias terminó: la URSS volvía a ser enemiga bélica e ideológica del Tercer Reich. Como si las palabras se las llevara el viento, el pasado quedó enterrado y los líderes comunistas españoles volvieron a la actividad pública hostil hacia la Alemania de Hitler.

 

 

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