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El pacto infernal: más autocracia y terror entre OrMu y Gran Capital

 

La legitimidad: parte de la química esencial del poder

El problema de fondo de la renovación del pacto, del lavado de cara y nuevo maquillaje que buscan el régimen orteguista y sus socios del Gran Capital es este: la legitimidad¿Qué tanto importa, dirá una persona que se jacte de “práctica”, o “pragmática”, “la tal legitimidad”, si ellos tienen las armas? La respuesta la da la historia humana, a través de los milenios: sin legitimidad no ha logrado subsistir por mucho tiempo ningún régimen. La fuente de legitimidad puede ser el carisma del caudillo, la creencia en un ordenamiento divino de las cosas que hace que el rey sea un ungido de Dios, o, como es creencia de uso desde los albores del pensamiento liberal en Europa, el consentimiento, la aceptación de los gobernados.  La legitimidad puede recaer, tanto sobre un gobierno electo liberal-democráticamente, de jure, como sobre un gobierno autoritario, de facto. Pero ninguno de los dos tipos de régimen puede prescindir de ella.  Sin su bendición han perecido entre llamas miles de autócratas, reyes, emperadores y dictadores, como también han muerto de inanición y en la desgracia gobiernos electos libremente, agotados por lo que la población percibe y juzga, según es su prerrogativa, como una gestión fracasada.

OrMu y el Gran Capital: matrimonio rentable (para ellos), pero ilegítimo

Este es, y creo que en esto hay universal acuerdo, el problema del régimen Ortega-Murillo. Pero este es también el problema que enfrentan sus socios, todos aquellos que caminan ansiosos de un lado a otro, o se sientan al bode de su silla, piernas inquietas, en estado casi histérico esperando la oportunidad para firmar con Ortega-Murillo un “arreglo” que ponga fin a la crisis política nicaragüense, y que haga posible, como han expresado con temeraria transparencia en La Prensa, “la normalización”. Porque, para ellos, un matrimonio tan rentable como el del Gran Capital y el orteguismo, el milagro “revolucionario”, que proclamaba Carlos Pellas, merece ser rescatado, por el bien de la pareja. No vale la pena una separación permanente, en la que los bienes de ambos, esa propiedad mal habida y malhadada que llamamos Nicaragua, se deprecia. Sueñan que “un buen arreglo” entre los “dueños” de la vieja oligarquía y la nueva casta restaure el orden en la familia, en la cual niños y peones –– así es la mentalidad paternalista-autoritaria de estas élites–– tendrán al final que volver al sometimiento “feliz” o tendrán que enfrentar, como dijera quien quizás es el fundador del autoritarismo post-independencia en Nicaragua, el caudillo Fruto Chamorro, el “azote”, del “padre estricto” del Poder.

Fascista

Desafortunadamente para los gestores del nuevo Kupia-kumi, no estamos ya en 1854, vivimos hoy con la conciencia de ser nosotros, el pueblo, soberanos de la nación, y de estar, por tanto, en calidad de secuestrados, usurpados, exilados y oprimidos por una ilegítima dictadura bicéfala. Una dictadura que combina el aparato represor del Estado orteguista con los más poderosos grupos económicos del país. Una dictadura, en otras palabras, fascista.

Los que co-firman, confirman

De tal manera que todo nicaragüense ––incluyendo a los propios ‘partidarios’ del régimen–– sabe que, al juntar sus manos en la renovación de votos, al firmar cualquier ‘nuevo’ pacto entre ellos, el Gran Capital y Ortega-Murillo intentan dejar de fuera a los auténticos dueños de la tierra, soberanos del país. Todo nicaragüense entiende que, al firmar, al co-firmarcon-firmanconfirman que son lo que creemos que son: usurpadores, pactistas.

La suma de dos ilegítimos es ilegítima

Por lo tanto, siendo ambos co-firmantes ilegítimos, lo que firman también lo es. ¿Cómo, entonces, lo harán ‘valer’?  Siendo ilegítimos, los co-firmantes no pueden comprometer a nadie más que a sí mismos a aceptar su anhelado arreglo, por lo que la firma que sus operadores políticos estampen no cambia nada para los usurpados.  Un acuerdo entre secuestradores mantiene a sus víctimas en calidad de secuestrados. 

De tal manera que el pacto entre ilegítimos, siendo ilegítimo, siendo el pacto entre cómplices del secuestro, no podrá, por más que el financiamiento amplio del Gran Capital compre un coro mediático en La Prensa y otros medios afines y venales, hacer nada distinto de lo que hasta ahora: intentar mantener a la población a raya a través del terrorismo de Estado.  Podrá haber champaña entre ellos, quizás incluso con la bendición de algún pastor o algún obispo, pero para el resto de la población tendrá que haber plomo, restricciones de todo tipo, Estado policial. 

Por lo tanto, la crisis continuará, porque el matrimonio renovado de dos ilegítimos continuará siendo ilegítimo, incapaz de permitir que los ciudadanos, los auténticos soberanos, ejerzan sus derechos, incapaz de dar respuesta a sus demandas políticas, pero también a sus necesidades económicas, inseparables de las anteriores.

La alegoría del “aterrizaje suave”

Es que todo el esquema de «aterrizaje suave» es ilusorio en las actuales condiciones de Nicaragua. Un aterrizaje suave requiere, en el aeropuerto «país», que haya coordinación entre el avión «Poder» y el personal de la «Torre de control», los poderes fácticos que, aunque no controlan el avión, buscan por todos los medios que no se estrelle, para no perder su “carga” de privilegios y protección.

Pero el “aterrizaje suave” requiere también que no haya piedras y obstáculos en la pista, que la pista esté despejada y sin grandes baches. Y la pista, la opinión pública, la voluntad soberana del pueblo, está llena de todo tipo de obstáculos; está cubierta de cadáveres y resentimientos, de necesidades básicas insatisfechas, de furia acumulada. Por otro lado, el “sistema de mantenimiento” no tiene los recursos para poner la pista en condiciones: el Estado usurpado y sus socios no tienen capacidad de dar respuesta, ni económica, ni política, a las más básicas necesidades de la población, incluyendo, especialmente, la de no vivir bajo el terror; incluyendo la de tener a su disposición empleo y salarios que al menos garanticen una nutrición elemental, porque no habrá inversión productiva en los montos necesarios si no se despeja la neblina y para la hemorragia de las fuerzas motoras de la economía, mientras no dejen de huir del país los trabajadores, los emprendedores, y el capital que, ya se sabe, necesita un horizonte de certidumbre para emprender.

No hay solución a la crisis que excluya al principal, al pueblo

Este terrible y terrorífico enredo es circular, no tiene solución sin solución política de fondo, que por supuesto (¿por qué cuesta tanto que entiendan esto los señores pactistas?) no es posible si la inmensa mayoría de la población queda fuera del acuerdo, si no es al menos beneficiaria de este, ya no digamos protagonista, que es lo democrático, lo que verdaderamente hace falta, a lo que el pueblo tiene derecho.  ¿Pero qué pueden dar a la población dos firmantes ilegítimos, escenificando una renovación de votos o un “nuevo matrimonio” donde ya sabemos que nunca hubo divorcio, donde, si en algo han estado de acuerdo los “cohabitantes”, es en recetar plomo y precariedad, absolutismo y explotación a la ciudadanía?

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