El País – Editorial: Penoso escenario
Por si cabían dudas sobre la difícil situación de Mariano Rajoy y su pésima gestión de la crisis desatada tras las elecciones del 20 de diciembre, ahora sorprende con un supuesto movimiento táctico para ganar tiempo y confundir al rival. ¿Eso es lo que este país necesita ahora? ¿Esa es la atención que nuestros dirigentes muestran a los intereses nacionales en una coyuntura compleja? Es dudoso que este paso le dé nuevo oxígeno, pero aunque así fuese, a nadie le importa eso más que al propio Rajoy.
Su decisión de declinar el encargo del Rey a formar Gobierno responde, al parecer, a la voluntad de mover a los partidos con los que pretende contar en el proyecto de gran coalición defendido por él desde el principio, basado en reunir a 250 diputados en torno a un futuro Gobierno encabezado por el PP; bien sea una coalición formal con Ciudadanos y PSOE, bien un pacto parlamentario con suficientes garantías para apoyar a un Gobierno del PP en minoría. Ninguna de esas fórmulas es conveniente para la estabilidad futura. El PP, como ha constatado Rajoy, tiene una amplia mayoría en su contra hoy, pero la tendrá también mañana, la próxima semana y hasta que no encuentre un candidato a la presidencia con más opciones de crear consenso que el actual presidente en funciones. Por eso, la única contribución seria que puede esperarse de él a estas alturas es su verdadera retirada.
No es mucho mejor la situación de Pedro Sánchez, a quien ayer Pablo Iglesias tendió una trampa en forma de Gobierno de coalición de la que haría bien en salirse cuanto antes o seguir la senda de Rajoy.
A la vista del nuevo escenario, el Rey ha convocado otra ronda de consultas a partir del miércoles, con tiempo suficiente, por tanto, para que se realicen contactos y negociaciones en los próximos días.
La comparecencia de Iglesias tras su audiencia con el Rey sembró el desconcierto en las filas socialistas, al dar la sensación de que hay posibilidades de un Gobierno de coalición entre PSOE y Podemos. Para dramatizar más la situación, Iglesias, decidido a romper el tablero a cada ocasión que se le presenta, utilizó al Rey como frontón para hacer un juego con el que pretendió descolocar a los presuntos adversarios, hasta el punto de que Sánchez, recibido en La Zarzuela después de Iglesias, tuvo que enterarse por Felipe VI de los planes del jefe de Podemos. Una rocambolesca situación, justificada melifluamente por Iglesias nada menos que por el respeto institucional debido al jefe del Estado.
No hay utopía alguna en Iglesias a la hora de exigir el cargo de vicepresidente para su persona, ni de plantear una cuota de ministros que él ya tiene decididos, o en la insólita forma de perdonarle la vida al secretario general del PSOE, dando por sentado que solo a él podrá agradecerle ser presidente. Si estas son las bases sobre las que puede negociarse la coalición PSOE- Podemos, Pedro Sánchez no solo debería reconsiderarlo seriamente, sino que ayer mismo debería de haber salido enérgicamente a defender el buen nombre de su partido y de sus votantes en lugar de agradecer temerosamente una oferta que no es más que burdo caramelo envenenado.
No se ve aquí la menor intención de llevar a cabo una leal transacción. Lo lógico es que primero se hable y se negocie con el partido o partidos que correspondan, y después se acuda al jefe del Estado a exponer los resultados y posibilidades de cada opción. Un profesor de ciencia política lo sabe perfectamente, pero Iglesias prefiere ignorarlo para destrozar el juego de los otros actores y atraparles por donde menos lo esperan, gracias a su dominio del arte escénico. El jefe de Podemos demuestra así hasta dónde llega su competencia en el politiqueo.
Los dirigentes socialistas dudan, como sus electores, sobre el papel que debe jugar el partido en la formación de Gobierno. Por una parte han mantenido que nunca apoyarán a Rajoy; por otra, no es confianza ni fiabilidad lo que Iglesias rezuma cuando se dice dispuesto a apoyar a Sánchez como jefe del Ejecutivo en condiciones draconianas solo unos días después de criticarle a los cuatro vientos.
Tanto si la legislatura arranca como si los intentos de investidura fracasaran finalmente, toda la presión recae sobre Sánchez. Rajoy le pone en la tesitura de elegir entre el PP o Podemos. La corta distancia en sufragios entre los partidos de Iglesias y Sánchez (en torno a 300.000) ha abierto un bulevar a Podemos para llevar a cabo en unas futuras elecciones el sorpasso no logrado el 20-D, y ese objetivo condiciona toda su estrategia.
Es difícil imaginar un aliado menos fiable, porque la estrategia de Iglesias no es otra que explotar las contradicciones y debilidades del PSOE, cuyos votos quiere rebañar. Toda esta oferta tan generosa podría representar simplemente el primer acto de la campaña para las nuevas elecciones. Pero ni siquiera eso es lo más significativo de su gesto de ayer. Usar al Rey como frontón para hacer un juego que descoloque a los receptores de su mensaje es un jalón más en su carrera de falta de respeto a las instituciones. Primero, un número en la sesión constitutiva del Congreso; y ahora, la utilización del Rey para acentuar la sensación de debilidad de Sánchez. Ya basta de tratar de embaucar a la galería una y otra vez.