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El país Roto

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El 11 de mayo se estarán cumpliendo 44 años de la aparición, en España, de Hermano Lobo, “Semanario de humor dentro de lo que cabe” –así denominado, aunque usted no lo crea, por un aforismo de Hobbes; “El hombre es un lobo para el hombre”–, que en su corta existencia (1972-1976) eclipsó a una decadente Codorniz y no dejó títere con cabeza. En sus páginas, entre notables pesos pesados del ingenio y la ocurrencia –Chumy Chúmez, Quino, Umbral, Vázquez Montalbán, Manuel Vicent–, deslumbró con sus punzantes viñetas el pintor Andrés Rábago García, cuyos cuadros rubrica con su apellido, y sus caricaturas, con los seudónimos Ops y El Roto, dependiendo del trazo, las palabras y, supongo, su humor (Vicent equiparaba esa heteronimia, con la de Pessoa y la llamó trimurti, nombre sánscrito de la suprema trinidad hindú, Brahma, Visnú y Shiva). Con la firma de El Roto aparecen sus creaciones en El País; crípticas, pero curiosamente inteligibles incluso para quienes no seguimos con rigor lo que acontece en la península, pueden, no raras veces, ser catalogadas como exponentes del más demoledor humor negro. –“Estamos intentando que los coches coman pan, y los hombres petróleo”–. Sus textos son tan mordaces como perturbadores sus dibujos; uno de ellos, que pone en boca de lo que pareciera, por rasgos y símbolos, un gobernante, es perfectamente atribuible al eterno charlatán: “El poder emana del pueblo; de su sumisión, concretamente”.

A la pluma e imaginación de El Roto, para quien “la bondad es un trastorno de la personalidad”, debemos también un cáustico cartoon en el que aparecen, soberbiamente esbozados, tres soldados con manchas negras en lugar de rostros y, encima de sus cabezas, la leyenda: “Lo que no se va en justicia, se va en milicia”. Si Rábago García viviese entre nosotros, quizá hubiese escrito ¿para qué justicia, si tenemos milicia?, ¡y malicia!, podríamos añadir; porque eso es lo que excreta por todos sus agujeros el modelo ñangaroso que una comandita de milicos corruptos y civiles cachucheros opone al sistema democrático implementado a partir de 1958 –que desdeña etiquetándolo de IV República, cosa que, en honor a la verdad, no existió, pues, el proyecto derivado del Pacto de Puntofijo es resultante (y acaso, a pesar de los pesares, su fase política y económicamente más avanzada) de la evolución del Estado venezolano creado en 1830, después del cisma grancolombiano–; sí, para qué justicia si se cuenta con la fuerza, de modo que la sumisión a la que se refiere El Roto está garantizada.

No. No puede haber justicia bajo un gobierno de vocación absolutista porque –cuchillo para sus gargantas– serían quienes lo ejercen sus principales objetivos al momento de hacer cumplir las leyes con propiedad, máxime con el tremebundo rabo de paja de un generalato empachado de prebendas y trato preferencial, al que se le han otorgado, ¡cosa más grande!, concesiones mineras y petrolíferas para que disponga a placer de riquezas que, stricto sensu, son propiedad de TODOS los venezolanos. No funcionará la justicia mientras exista un estado mayor gansteril encabezado por un mafioso padrino que brinda protección a Nicolás y su corte de bribones a cambio de impunidad. De allí su ¿a mí qué me importa? ante una calamitosa situación a la que se ha llegado porque al conductor del autobús se le soltaron los cables y desternillaron las tuercas –al menos así lo insinúan unos cuantos analistas– de manera que anda como polea loca jugando al yo no fui (si algo pasó, yo no estaba aquí) y buscando lo que no se la ha perdido, sin hacer el menor caso al clamor popular que aboga por que se pinte de colores y se vaya a la francesa, sin adiós ni despedida, a fin de evitar males mayores a consecuencia de una inútil, aunque sangrienta, resistencia de parte de sus sedicentes colectivos, en realidad pandillas de facinerosos armados hasta los dientes, y acreditadas como milicias con la bendición de Chávez, el visto bueno de La Habana y, ¡no faltaba más!, la ratificación de Fuerte Tiuna.

En Italia, por haber abandonado, en plena zozobra, nave, pasajeros y tripulación, es procesado en estos días Francesco Schettino, capitán del naufragado Costa Concordia. ¿Quién juzgará en Venezuela a esos generales buche y pluma (que no son mariscales de vaina) de pecho tachonado con condecoraciones por aseo, conducta y aplicación, y satisfecha barriga redonda, monda y lironda, a quienes les importa un carajo que la tropa pase hambre y tenga que robar chivos para poder comer? La versión oficial será una impostura; pero, tal se pregunta El Roto en otro de sus enigmáticos cartones: “¿Qué importa que la historia sea falsa, si el sentimiento que provoca es verdadero?”.

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