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El particular enfoque de Alberto Fernández sobre el origen de las dictaduras

Alberto Fernández le dijo al presidente Macri en su primera conversación telefónica que si quería preservar la estabilidad dejara de hacer campaña con la idea de que, con el kirchnerismo de nuevo en la Casa Rosada, la Argentina sería Venezuela. Tras las PASO el dólar se acababa de disparar. Los mercados estaban enloquecidos.

La coalición oficialista efectivamente agitó la palabra Venezuela con ahínco proselitista ni bien detectó que ese era el tema más incómodo de todos los temas incómodos que podían correr para la dirigencia k, superando con creces, incluso, a la corrupción 2003-2015. Es que el kirchnerismo tiene un eficaz distractor para cuando surge la cuestión de sus numerosos exfuncionarios presos por causas de corrupción. Consiste en vociferar la injusticia de las prisiones preventivas, hacer foco en personas víctimas de supuesto abuso judicial, grupo en el que, gracias a los fueros, no figura Cristina Kirchner, la protagonista central de la cuestión en su doble condición de multiprocesada y jefa de un gobierno sobreabundante en corruptos que se postula para vicepresidenta. El tono acalorado de denuncia garantista evita hablar del fondo de la cuestión, sobre todo de la manera en la que la fórmula Fernández-Fernández tiene pensado poner fin o como mínimo adormecer a las centenas de causas en trámite, lo que representaría un asunto esencial dentro de muy pocos meses.

Para Venezuela, en cambio, no había hasta hace poco letra de campaña. ¿Cómo explicar que el régimen chavista con el que se enhebraron durante doce años relaciones privilegiadas y negocios promiscuos es hoy el causante del mayor drama humanitario del continente, tiene la inflación más alta del mundo, una economía absurda y un gobierno que sigue cometiendo violaciones a los derechos humanos, recientemente certificadas por una personalidad indiscutida como Michelle Bachelet? Después de tanta proximidad efusiva hay, aparte de ideas, compromisos personales, amistades forjadas cuando casi funcionaba a pleno un puente aéreo oficial, viejos secretos de aquella camaradería cotidiana, quizás no de parte de Alberto Fernández sino de su compañera de fórmula, la jefa, chavista ferviente.

En los últimos días el candidato kirchnerista creyó encontrar la palabra apropiada para calificar a Maduro a tono con el momento sin ofenderlo (ni a él ni sus seguidores). Alberto Fernández opinó que lo que hay en Venezuela no es una dictadura, es un gobierno autoritario. Enseguida intentó explicarse.

«Es difícil calificar de dictadura a un gobierno elegido», dijo el domingo, entrevistado en televisión por Luis Majul. Quizás en ese momento no recordaba que la peor dictadura del siglo XX, acaso la más terrible de la historia, que duró doce años, surgió de un gobierno elegido en 1933, cuando Hitler fue nombrado canciller de Alemania y el partido nazi se revalidó mediante más elecciones. Es cierto que Hitler antes había sido golpista. En 1923 un golpe de estado fallido lo había llevado a la cárcel, casualmente el mismo recorrido que hizo Hugo Chávez. En 1992, como mayor del Ejército, Chávez encabezó un golpe de estado sangriento contra el orden constitucional y terminó preso. Finalmente conquistó el poder por vía electoral en 1998, así arrancó la Venezuela bolivariana cuya implosión tiene al mundo en vilo.

No pretende sugerirse acá, aclarémoslo pronto, una comparación de Chávez o de Maduro con Hitler (quien está fuera de toda escala); es sólo una muestra de que ni es tan difícil hallar dictaduras mezcladas con urnas (otro caso es el demoníaco Fulgencio Batista en la Cuba precastrista) ni los votos siempre sacralizan ni las botas siempre demonizan. Por lo menos esto último es lo que debería pensar Fernández siendo el candidato a presidente del movimiento creado por Perón en la dictadura del 43, de la cual el entonces coronel era ideólogo, vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo. ¿Habrá sido para Fernández la Revolución del 43 sólo autoritaria? El peronismo, cuya vanguardia camporista acostumbra a patrullar las costas de la democracia marcando «cómplices» de las dictaduras, nunca llamó dictadura a la de 1943, en la que también Cámpora arrancó su carrera el día que el general Pedro Pablo Ramírez lo nombró comisionado municipal (intendente de facto) de San Andrés de Giles.

Lo que hace que hoy Venezuela no sea una dictadura, según el candidato a presidente del Frente de Todos, es que allí las instituciones están funcionando. «Después discutimos cómo funcionan», se atajó, sobreentendiendo que ahí puede haber pormenores interesantes. Que Venezuela es un país donde hay elecciones y que las instituciones están funcionando no es estrictamente una idea de Fernández. Son los dos argumentos que enarbola Maduro cada vez que lo cuestionan desde alguno de los cincuenta países en los que está clasificado como dictador. Lista a la que se vino sumando en cuotas Uruguay desde que se conoció el Informe Bachelet. Sólo México, dueño de una tradición magistral del principio de no intervención, descuella en la postura contraria al Grupo de Lima.

Alberto mismo dice que lo sorprendió el contenido del Informe Bachelet, pero cae en contradicción cuando se jacta de que a él Venezuela le preocupaba antes que a Macri. ¿Por qué le preocupaba si se enteró de lo que estaba sucediendo recién cuando apareció el Informe Bachelet?

Tal como traslucen las consideraciones de Fernández, Venezuela no sólo importa en la Argentina como asunto destacado de política exterior sino como modelo, palabra estelar del léxico K. Obviamente los Kirchner no se referían al acalambrado que se gana la vida inerme frente a los estudiantes de dibujo sino a un difuso modelo de industrialización por sustitución de importaciones, que en los hechos resultó desvirtuado por la concentración de poder por sustitución de instituciones. Ni la taxonomía kirchnerista fue hasta ahora demasiado precisa ni la bibliografía muy abundante, lo que reorientó la vista hacia el país más atendido y ensalzado por los Kirchner para entender en qué desarrollo pensaban ellos. El reclamo de Fernández a Macri sugiere que el kirchnerismo ya dejó de admirar a Venezuela. Si así fuera nunca le avisaron al público.

Pareció que Cristina Kirchner haría un giro en 2017 el día que la entrevistó por televisión un periodista no subordinado (Luis Novaresio), a quien le concedió sobre Venezuela que era cierto que allá no hay estado de derecho, pero tardó unos pocos segundos en seguir las instrucciones del chiste que dice que para disimular un elefante en la calle Florida hay que rodearlo de cien elefantes. Acá tampoco hay estado de derecho, dijo. Y en toda América latina la democracia está en emergencia. El recurso de los espejos es el mismo que ella usa cuando tiene que decir algo de los hechos corruptos por los que está procesada. Antes que blandir su propia inocencia habla de Macri, lo señala a él como corrupto. Recuérdese que ha llegado a decir, sin que nadie le pregunte nada, hace sólo un mes: «Sorry, con la comida estamos igual que Venezuela».

En el repertorio kirchnerista la palabra dictadura resplandece. Tuvo uso intensivo en estos años de oposición, pero, claro, no para Maduro. Los Fernández seguramente desconocen que en muchos actos o al marchar la militancia kirchnerista reitera su canto predilecto: «Macri, basura, vos sos la dictadura».

 

 

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