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El «pene conceptual» o por qué la mediocre Claudine Gay llegó a presidenta de Harvard

Pertenece a una casta universitaria forjada en un activismo académico destructivo y que Helen Pluckrose y James Lindsay analizan en la obra «Teorías cínicas»

January 2, 2024: CLAUDINE GAY said Tuesday she was resigning the presidency of Harvard University. Gay faced harsh criticism over the school's response to antisemitic incidents as well as an ongoing plagiarism scandal. FILE PHOTO: December 5, 2023, Washington, District of Columbia, USA: Claudine Gay, President, Harvard University, speaking at a House Committee on Education and the Workforce hearing on campus antisemitism at the U.S. Capitol. 05/12/2023                               Claudine Gay Resigns The Presidency of Harvard University. EUROPAPRESS

 

Claudine Gay, rectora de Harvard, dimitió tras ser interrogada en una comisión parlamentaria sobre el antisemitismo en la Universidad. Ante la pregunta de si la petición de un genocidio judío viola el código ético de Harvard, Gay contestó que «depende del contexto». Esta barbaridad generó un escándalo. Los conservadores estudiaron su obra y encontraron plagio en su tesis doctoral y en varios de sus trabajos. Finalmente, dimitió. Politóloga, pertenece a esa casta universitaria forjada en el posmodernismo y en la teoría crítica, empeñada en la reivindicación racial y de género. Su tarea no es la ciencia, sino deconstruir lo existente para preparar el camino a la «transformación». Por eso, cuando dijo «depende del contexto» se refería a que la ética o el hecho contrastado y empírico solo son perspectivas subjetivas, manejables según la interpretación de quien lo oiga o vea. Esta negación de la verdad es el cinismo que está destruyendo nuestra cultura.

Steven Pinker, psicólogo, demostró en «Racionalidad» (2021) que en la Universidad prima el sesgo ideológico más que la razón y la ciencia. Esto es demoledor en Humanidades y Ciencias Sociales, donde funcionan los códigos de tribu, la ideología militante y el empeño en una función social transformadora que, a la postre, acaba opacando el sentido de la profesión y asfixiando la investigación y el progreso cultural.

La palabra clave en ese proceso de degradación es «posmodernismo», consistente en deconstruir la historia, la ciencia y la razón porque se consideran instrumentos de dominación. En su lugar se prioriza el desagravio a los colectivos identitarios considerados oprimidos: mujeres, no blancos, LGTB, o los que tienen alguna peculiaridad física, como la obesidad. El propósito es la justicia social, de ahí que se presenten como reivindicativos y condenen a los que no coinciden con su labor evangelizadora. Su arma es el lenguaje, la creación de palabras nuevas y el destierro de otras consideradas «opresoras». Esto pasa por destruir los valores clásicos, la educación tradicional, las costumbres, la cultura, y la exclusión de quienes no comulgan con el posmodernismo. A esto lo llaman «progresista».

Retórica de la farsa

Esa mentalidad surgió hace décadas y tuvo una vuelta de tuerca a principios del siglo XXI, cuando pasó de la Universidad al activismo callejero y la política. Lo que ha llevado a la imposición de obligaciones morales en la investigación, como, por ejemplo, la perspectiva de género aunque no venga al caso, o la priorización en el estudio de los «oprimidos» por razón de su sexo, raza, clase y demás, sobre todo, si hay interseccionalidad, es decir, la combinación de varias «opresiones». Cualquiera que esté en la Universidad sabe de qué estoy hablando. Helen Pluckrose y James Lindsay analizan este fenómeno en «Teorías cínicas» (Alianza) con el subtítulo: «Cómo el activismo académico hizo que todo girara en torno a la raza, el género y la identidad, y por qué esto nos perjudica a todos» .

Los dos autores comenzaron su andadura con un artículo titulado «El pene conceptual como constructo social», publicado por la revista científica «Cogent Social Sciences» en 2017. El texto era una parodia pero pasó el examen. Los autores decían que el pene no es biológico, sino un artefacto cultural para el dominio patriarcal y la opresión de las mujeres. En su tesis no había fundamentación científica, sino retórica posmoderna. El artículo dejó en ridículo al mundo académico porque demostró que no importaba la ciencia, sino el discurso político. Ahora ambos autores han dado un paso más y han catalogado la farsa en lo que llaman «teorías cínicas».

Lindsay y Pluckrose señalan los cuatro temas del posmodernismo universitario, que bebe de filósofos del XX como Derrida y Foucault: el borrado de límites (cualquiera puede sentirse mujer, por ejemplo), el poder creador del lenguaje (la neolengua orwelliana), el relativismo cultural (es lo mismo la Sinfónica de Londres que un tío con un bongo) y la negación del individuo en beneficio de los colectivos identitarios oprimidos y victimizados. A partir de aquí, analizan cuatro teorías cínicas que vamos a ilustrar con ejemplos.

La poscolonialista se basa en rebajar la importancia de la civilización occidental haciéndola culpable de la situación del resto del mundo. De hecho, los posmodernos dicen que la alfabetización o la medicina tradicional fueron herramientas imperialistas. Un ejemplo de esta tendencia es Urtasun, ministro de Cultura, que anunció el pasado 30 de diciembre acciones contra la «cultura colonial» en España por su presencia en América y África.

 

Contracultura
                                                       Contracultura – Rebs

 

Luego está la teoría queer, que se fundamenta en decir que el sexo biológico es un constructo sociocultural para la opresión y que el género son las normas obligadas para esa dominación. Hablan así de «falocentrismo» en una sociedad construida para «el macho» y de la necesidad de borrar las categorías de hombre y mujer, como ha hecho en España el Ministerio de Igualdad. Esto es insultante para los que se sienten según su biología porque se les priva de identidad, dicen Lindsay y Pluckrose, o para los que no hacen de su sexualidad un problema político. El asunto va más allá: la Asociación Estadounidense de Psicología considera la «masculinidad tradicional» como una enfermedad mental.

La teoría crítica de las razas, la de Claudine Gay, se basa en exaltar a las no blancas como forma de desmontar el «patriarcado blanco heteronormativo». Su cultura y su historia son mejores que «la blanca», y si no han sobresalido más ha sido por la opresión racial. ¿Cómo se demuestra que uno no es racista? Pues nombrando rectora de Harvard a una mujer negra posmodernista sin verificar su currículum, como Claudine Gay. Por cierto, Gay se victimizó al decir que la criticaban no por plagiar y relativizar la petición de un genocidio judío, sino por ser negra y mujer.

Lo mismo pasa con la gordura, defendida como contraposición a la opresión «fascista» del cuerpo perfecto. Esta teoría es proclive a la interseccionalidad con la discriminación de las mujeres. Es el llamado «feminismo gordo». Un ejemplo es Ángela Rodríguez, ex secretaria de Estado de Igualdad, que asegura que se la discrimina por «feminista, gorda y bisexual», y que dice que «a las gordas también nos violan».

En suma, el magnífico libro de Lindsay y Pluckrose observa que el problema está en que esa Universidad está creando una élite escéptica con la ciencia y la razón, obsesionada con la identidad, que ve dinámicas de poder opresivas por doquier, que politiza la vida privada y que aplica la ética de forma desigual, según el colectivo afectado. Por eso, esos estudiantes de Harvard pidieron el genocidio judío y Claudine Gay no lo condenó.

 

 

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