El Pentágono presiona a Trump para aumentar el despliegue militar en Afganistán
Los generales pretenden incrementar un 35% las tropas y exigen más autonomía de acción
Estados Unidos ha entrado en un viaje sin fin en Afganistán. Tras 15 años de sangre y hierro, el Pentágono quiere dar marcha atrás a la estrategia de desconexión impulsada por Barack Obama e iniciar una nueva escalada bélica. Para ello ha propuesto al presidente Donald Trump un plan que amplía un 35% las tropas sobre el terreno y dispara su capacidad letal. La Casa Blanca aún no se ha pronunciado, pero en sus cálculos pesan el avance de los talibanes y la extrema debilidad de las fuerzas gubernamentales afganas.
El sueño de Obama se diluye. La anhelada retirada estadounidense ha entrado en un callejón sin salida. Lejos de cumplirse el calendario de salida, que debería haber reducido para estas fechas a 5.500 los soldados en suelo afgano, ahora hay 8.400 efectivos desplegados. Y el plan del Pentágono, adelantado por The Washington Post, pretende sumar 3.000 más lo antes posibles.
Pero el alma de la nueva estrategia no es sólo numérica. La propuesta busca acabar con las limitaciones impuestas por la anterior Administración a las operaciones bélicas. En esta línea, devuelve al Pentágono la capacidad para decidir sobre cuestiones tan sensibles como la cuantía de las tropas, el alcance de los bombardeos y el asesoramiento en batalla a los afganos.
El principal aliado de la iniciativa es el propio deterioro de las fuerzas armadas locales. Tras 15 años de conflicto y 70.000 millones de dólares invertidos en muscularlas, Estados Unidos no ha logrado un ejército con autonomía para enfrentarse al inmenso desafío de un país en guerra eterna consigo mismo. Las tropas gubernamentales sólo controlan el 57% del territorio y el año pasado sufrieron más de 7.000 bajas. Frente a esta debilidad, el poder talibán sigue fuerte y letal como se demostró el mes pasado cuando acabó con 150 soldados regulares en un asalto a una base militar.
En este escenario tan inestable, la OTAN mantiene 13.000 soldados en tareas de asesoría y entrenamiento, mientras que Washington se centra más en apoyar operaciones antiterroristas. Un apartado donde en os últimos meses ha apretado el acelerador. Si hace un año segó la vida del líder talibán Akthar Mansur, a mediados de abril, con la nueva Administración dio un paso más y lanzó la “madre de todas las bombas”: el GBU-43, la mayor arma no nuclear de Estados Unidos. El artefacto arrasó una red de cuevas del ISIS afgano y envió una señal clara de qué futuro prevé el Pentágono para sus enemigos.
La respuesta de Trump al plan del generalato es una incógnita. Los consejeros opuestos a las ambiciones del aparato militar cuentan a su favor con un argumento al que es muy sensible el presidente y su partido: el aumento de gasto. El actual despliegue ya cuesta al erario 23.000 millones de dólares al año y cualquier incremento supondría un nuevo lastre para un presupuesto sometido a enormes presiones fiscales. Otro punto negativo radica en la propia experiencia estadounidense sobre el terreno, donde llegó a desplegar 100.000 soldados sin por ello cerrar el conflicto.
El Pentágono tiene de su parte el gusto del presidente por las grandes demostraciones de fuerza, pero también su fascinación, fruto de su paso por una escuela militar, ante los entorchados. Y el plan viene avalado por dos tenientes generales a los que profesa un profundo respeto: el secretario de Defensa, James Mattis, y el consejero de Seguridad Nacional. Herbert R. McMaster. Ambos lucen un abrumador expediente y han prestado servicio en Afganistán. Cuentan además con apoyo del máximo jefe de las tropas estadounidenses en Afganistán, John Nicholson. Un general reputado que no ha dejado de pedir un incremento de efectivos ante el peligro de una expansión talibán y la presencia del ISIS.
En este tira y afloja Trump dispone hasta el 25 de mayo, fecha de la cumbre de la OTAN, para tomar una decisión. Aislacionista y profundo desconocedor de las teclas internacionales, ha guardado distancia ante el caso afgano. Pero sus últimas incursiones bélicas en Siria y Afganistán le han dado buen resultado ante su ciudadanía. En sus manos está el futuro de una nación rota.