El periodismo, Schiller y la experiencia sublime
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Es necesario un cambio de mentalidad para enfrentar los desafíos que implica la transformación del paradigma informativo generado por la convergencia tecnológica que revolucionó las formas de producción, difusión y recepción de la información, que modificaron las relaciones de intercambio entre emisores y receptores. El periodismo vive un momento de redefinición y también pasa por un momento convulso. Internet se vuelve un espacio alternativo y a la vez complementario para la información cultural. Los periodistas culturales se enfrentan a un ámbito marcado por la evolución tecnológica y digital. Una evolución a la que hay que adaptarse constantemente. Habrá que desarrollar la capacidad de interpretar distintos fenómenos para efectuar mejores análisis.
Se percibe una revolución del concepto del periodismo cultural porque vivimos una transformación del concepto de cultura. La velocidad se impone. La inmediatez es la regla. Pienso que la contestación al nuevo paradigma reside en el humanismo moderno del que Friedrich Schiller es uno de los más grandes exponentes.
Ante estos tiempos, en los que impera la barbarie mediática, vale la pena destacar que la tesis fundamental de Cartas sobre la educación estética de la humanidad, de Schiller (traducción de Eduardo Gil Bera, Acantilado, Barcelona, 2018), publicado originalmente hace 226 años (en 1795) –cuyo título original es Über die ästhetische Erziehung des Menschen–, es el ennoblecimiento del carácter humano, planteado en el núcleo de una educación del hombre y de la humanidad, para una sociedad verdaderamente racional.
En épocas de crisis –como la nuestra–, decía Schiller, lo más urgente es encontrar los medios para ennoblecer a la sociedad. El filósofo, historiador y escritor sostuvo que el medio para llevar a cabo este proceso de ennoblecimiento es la belleza, pues ésta, como principio de libertad o autonomía en la apariencia sensible, se relaciona íntimamente con la esencia moral del ser humano, el cual es, precisamente, ser para la libertad. Por ello, la educación del hombre, con el objetivo de resolver el problema político de una sociedad plenamente racional y libre, debe ser “estética”: “La belleza conduce al hombre sensible a la forma y al pensamiento; mediante la belleza el hombre espiritual regresa a la materia y al mundo sensible”, afirmó.
Friedrich Schiller escribió Cartas sobre la educación… tras la lectura de las obras de Immanuel Kant y de Johann Gottlieb Fichte. Para el poeta, la educación estética era una condición indispensable para alcanzar la igualdad entre los individuos, pues no sólo supondría el fin de las instituciones del Antiguo Régimen, sino sobre todo la fundación de una auténtica fraternidad humana. Ahí, Schiller explica que “el hombre puede oponerse a sí mismo de dos maneras: o bien como salvaje, si sus sentimientos se imponen a sus principios; o bien como bárbaro, si sus principios destruyen sus sentimientos. El salvaje desprecia el arte y honra a la naturaleza como su dueña absoluta; el bárbaro se burla de la naturaleza y la desacredita, pero, más despreciable que el salvaje, a menudo sigue siendo esclavo de sus sentidos. El hombre cultivado hace de la naturaleza su amiga: honra su libertad y se limita a reprimir su arbitrariedad”. Tan necesario como aprender a pensar es cultivar la sensibilidad y desarrollar la capacidad para apreciar la belleza, una facultad tan universal como la razón.
Schiller argumenta: “En el siglo I el romano que había doblado su rodilla ante el emperador ya era pasado, pero las estatuas permanecían en pie; los templos seguían siendo observados con veneración cuando hacía mucho tiempo que los dioses eran objeto de burla; y el noble estilo de los edificios que acogían a Nerón y a Cómodo afeaban sus crímenes. La humanidad perdió su dignidad, pero el arte la salvó y preservó en piedras cargadas de valores.”
Estoy convencida de que la humanidad recupera su dignidad a través del periodismo cultural, que comparte atributos de las bellas artes: “Una música bella activa nuestra sensibilidad, un hermoso poema estimula nuestra imaginación, una obra plástica o un edificio bellos despiertan nuestra inteligencia; pero si después de una experiencia musical sublime alguien nos insta a pensar de forma abstracta, o después de una experiencia poética sublime quiere embarcarnos en la realización de alguna tarea cotidiana y rutinaria, o inmediatamente después de contemplar un cuadro magistral o una escultura quiere excitar nuestra imaginación y confundir nuestros sentimientos, habrá elegido un mal momento”, meditó Schiller.