Democracia y Política

El periodista venezolano que es víctima de un juicio que no termina

IMAGEN-15388176-2La pisada es inconfundible, la silueta que franquea la entrada cambia todo al traspasar el umbral. Entra el viento y una furia gentil pero electrizante, que se ahorra el “buenos días” y va directo al saludo de quien quiere llevarle el pulso a todo: “¿quihubo?”. Es decir, qué ha pasado, qué hay de nuevo, cómo están, cómo va la cosa.

Así entraba Teodoro Petkoff a la redacción de TalCual, su querubín-periódico, con su camisita azul clara –casi siempre la misma, o una rosada pálida– y un sándwich envuelto en papeleta de aluminio que trae de su casa. TalCual, el diario fundado en el año 2000 –hoy semanario– que le sirvió de puerto intelectual y político tras ostentar títulos peliculescos como exguerrillero, excomunista, tránsfuga, fundador de partido, ministro, candidato presidencial, repudiado por Leonid Brezhnev pero amiguísimo de Gabriel García Márquez, por citar solo algunos.

Ninguno de ellos le incomoda. La edad sí, le pesa como un fardo, la detesta desde que cumplió 50 años como explica su secretaria de toda la vida, Azucena Correa: “Recuerdo claramente que ese día le dolió y no le gusta mucho que lo feliciten”.

Pero ya acumula 83 años y aunque hoy le aqueja algún malestar físico y su voz es tenue, su pensamiento sigue siendo como un faro, una brújula política que lleva dentro y que sigue poniendo a disposición de quien quiera preguntarle.

Su historia personal es frondosa, se erige como un doble tronco la lucha contra el dogma y el autoritarismo y lo ha tenido claro desde los 16 años.

De las calientes tierras de Bobure, en el estado Zulia –donde nació– se encomendó a las filas del Partido Comunista de Venezuela (PCV) en 1949, pero no como un militante de base cualquiera, asumió la faena de tal modo que no tardó mucho en escalar posiciones y llegar al buró político.

La verdad no había cómo parar esa disposición de lucha, su determinación la recuerda hoy con mucha claridad su amigo y compañero de casi todas (si no todas) las grandes aventuras, Pompeyo Márquez.

“Claro que recuerdo cuando lo vi por primera vez. Llegó a la redacción de Tribuna Popular –el periódico del partido– diciendo que quería escribir la crónica deportiva. Que no nos preocupáramos, decía, él estaba dispuesto a pagarse su pasaje para cubrir los juegos… resulta que escribía de lo más bien, pero no era lo único. De pronto teníamos un muchacho corajudo, luchador, dispuesto como pocos a la política y sin miedo alguno a enfrentarse a los poderosos buscando la solidaridad y el respeto por los oprimidos”.

Así entraron a las filas guerrilleras en los años sesenta. La ofensiva anticomunista del presidente Rómulo Bentacourt lo llevó a la selva y a la cárcel, de donde se fugó dos veces, en un par de historias que le gusta contar: la primera en 1963, cuando lograron llevarle sangre a la cárcel, la tomó y fingió vomitarla para luego bajar sujeto de una sábana y escapar del Hospital Militar.

La segunda, en 1967 y con Márquez, cuando escaparon del cuartel San Carlos a través de un túnel construido desde afuera justo hacia donde estaba su celda. “Su mujer nos trajo la brújula para hacerle el azimut a los excavadores, estuvimos tres años presos pero nos fuimos”, dice.

Sin embargo, la aventura de verdad comenzó al entender el abismo que separaba la utopía comunista de la realidad. Reconoció el autoritarismo inherente a la hoz y el martillo y quién sabe si dudó poco o mucho pero escribió un libro –Checoslovaquia, el socialismo como problema– con el que zanjó la deuda con su conciencia rebelde y terminó abandonando al PCV para crear el Movimiento Al Socialismo.

Este abrazó a una izquierda moderada que pronto entusiasmó incluso al mismo Gabo, quien le donó la plata de su premio Rómulo Gallegos a Petkoff para que comprara una imprenta para el partido.

“Para mí fue un momento mayor de una amistad entrañable que duró siempre”, escribió el propio Petkoff el año pasado, con ocasión de la muerte de su amigo.

Pero la red de amigos de Petkoff se teje tanto de nobeles y otra gente famosísima como de decenas, cientos de personas que reconocen haber tenido algún intercambio de palabras con él y a quienes sorprendió por su extraordinaria capacidad de prestarles atención.

Petkoff exhibe la rara cualidad de ser un “escuchador” tanto o mejor que orador, y eso que pocos le ganan en lo último. Cuenta con la frase prodigiosa –“Chávez es un psicópata, que no es lo mismo que ser un loco”–, la de la filigrana política –“estamos mal pero vamos bien”–, la esclarecedora –“el país se equivocó al escoger a su Presidente”–, o la simplemente retadora –“no me escriba que soy un pendejo porque más pendejo será usted”–, como le respondió a un aventurado que le llenaba su correo electrónico de insultos.

Sorprende a los desconocidos la humildad con que solicita la opinión de los demás un tipo que parece saberlo todo.

“Teodoro es un hombre tímido en lo más profundo de su ser –dice Azucena Correa–. Es aparentemente brusco, pero es una forma de hablar, una forma impulsiva. En realidad es estupendamente gentil”.

Sería esa cierta hosquedad la que le impidió calar en las masas cuando se lanzó a candidato presidencial, en 1983 y 1988, en la Venezuela acostumbrada a votar por quien supone héroes. Pero seguro fue también una cualidad que se aprecia poco en la política latinoamericana: la sinceridad.

Y Petkoff es cultivador de una sinceridad que ha fastidiado a dirigentes, camaradas, líderes y periodistas, que le ha valido no pocos repudios y retiradas fundamentales, como la que hizo de su propio partido cuando este decidió apoyar al teniente coronel Hugo Chávez como candidato a la presidencia en 1998.

Intuía bien Petkoff la avalancha que caería sobre Venezuela de la mano de Chávez. “Nunca discutimos si Chávez era de izquierda o de derecha”, cuenta Pompeyo Márquez, “Teodoro y yo siempre intuimos que lo que venía era un gobierno militarista, a Chávez siempre se le vio la tentación de caer en el culto a la personalidad. Lo advertimos, pero el partido no nos escuchó. Si algo se aprende con Teodoro es a pensar con claridad, a no tenerle miedo al dogmatismo y buscar tu propio rumbo, al menos yo agradezco que de él aprendí eso”.

A esas alturas el rumbo que tomó Petkoff fue el del periodismo. Escribir nunca fue nuevo para él, que desde la década de los 70 ha publicado 12 libros.

Para no desaprovechar su lucidez política los otrora aventajados dueños de la Cadena Capriles –hoy Grupo Últimas Noticias, comprada por capitales desconocidos muy coquetos con el chavismo– ofrecieron a Petkoff la dirección del vespertino El Mundo, desde donde destiló su sinceridad alucinante y corrosiva en la página editorial, atrayendo una lectoría inesperada. No duró mucho. El entonces presidente Chávez estrenó con Petkoff la presión a la prensa que sería un sino de su gobierno y logró sacarlo.

Esa ausencia tampoco fue larga. Desde antiguos militantes del MAS hasta amigos adinerados pusieron plata para que Petkoff tuviera una nueva página editorial, esta vez desde un periódico que muy rápido se convirtió en referencia, TalCual.

El título de la primera página del primer número fue “Hola, Hugo”, y no hacía falta un dedo de frente para percibir su metamensaje: “No importa lo que hiciste o lo que hagas, sigo aquí”. Y en esa redacción hacía la entrada triunfal del “¿quihubo?” y el sándwich, presto cada día a las seis de cada mañana a escribir el dardo-editorial con el que marcaría más de una vez la ruta de la opinión pública venezolana.

Luego se reunía con su joven redacción, a la que no gustaba dar instrucciones sino propuestas, y también pedirles alguna galleta o caramelo. Te decía qué bonita tu camisa o eso que escribiste ayer.

No siempre entraba en profundidades políticas, prefería comentar la genialidad de Seinfeld o de alguna lectura que lo impresionaba, como El Maestro y Margarita de Mikhail Bulgákov.

Reírse y maravillarse seguro es parte del temple que le permite enfilarse siempre contra el poder arrollador e irresponsable, como se lo dijo al chavismo durante años, “claro y raspao” y que, en sus quince años de existencia le ganó a TalCual más multas y acoso judicial y económico que a cualquier otro periódico de la historia venezolana contemporánea.

La intolerancia del poder llegó al punto de crear una torcida causa judicial que hoy tiene a Petkoff y a la junta directiva del malogrado diario acudiendo a tribunales por un “régimen de presentación” de un juicio que ni comienza ni termina y viola toda lógica procesal.

Pero la impronta de Petkoff es todavía imborrable, delicado o no de salud él firma su presencia ante la justicia comprada, sin dejar de decir lo que piensa. Total, la sinceridad es una brisa que no para, y Teodoro es un vendaval.

 

VALENTINA LARES MARTIZ
CARACAS
Corresponsal de EL TIEMPO

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