“El Perú no ha digerido aún que apoyó a Alberto Fujimori”
El psicoanalista e intelectual Max Hernández. Juanjo Fernández
El psiquiatra Max Hernández Camarero (Lima, 1937) es uno de los más reconocidos psicoanalistas e intelectuales de Perú. Estudioso de Garcilaso de la Vega, amante de la poesía y exsecretario técnico del Foro Democrático, una instancia de diálogo político plural creado en el gobierno de Alejandro Toledo. En entrevista con EL PAÍS, desgrana el momento político en vísperas de las elecciones del 10 de abril, con una mirada más a largo plazo. Antifujimorista de larga data, de momento solo sabe por quién no votará.
Pregunta: ¿Cómo llega Perú a las elecciones?
Respuesta: Todo está confuso. Tengo la impresión de que al margen de las ambiciones políticas a las que tienen derecho al representar sus propios intereses, esto era para la señora Fujimori el intento de pasar la página con respecto a lo que fue el gobierno de su padre, un gobierno que desinstitucionalizó al país, en el cual la corrupción y lo que se hizo con los estudiantes de La Cantuta y otros dejan una marca indeleble. Pensé que esto podía ser ocasión para que el Perú digiriese ese momento penoso..
¿Que digiriese el haber sido fujimorista?
Que digiriese que la sociedad en su vasta mayoría apoyó a Fujimori. Pensé que el Perú en conjunto podría haber hecho una reflexión de qué pasó que apoyamos esto en el momento que esto se transformó de esta manera y seguimos aguantando un tiempo. Solo fue hasta la Marcha de los Cuatro Suyos y la aparición de los vladivideos, en 2000, [videos que grababa la mano derecha de Fujimori para extorsionar a los políticos] en que la sociedad tomó conciencia pero de una manera que no hizo la reflexión pertinente de cómo se había permitido que eso pasara.
¿Y lo que pasa ahora demuestra que no se ha hecho esa reflexión?
No se ha hecho. Seguimos atrapados en esa polaridad tan fuerte y tenemos que esperar a los resultados de las elecciones. Sea quien gane, la conducción del gobierno va a requerir pactos y acuerdos, y esta polarización tan marcada de estos momentos va a tener que trabajarse, y eso va a implicar que se haga una reflexión más profunda.
¿Puede Keiko Fujimori encabezar esa reflexión si gana?
Ha hecho algunas declaraciones importantes, pero que se le diga “no le creo nada” es parte de esta situación política producto de una actitud muy maniquea que aparece en las elecciones, de nosotros los buenos y ellos los malos.
¿Después de años de crecimiento, cómo calificaría el estado de ánimo de los peruanos?
La mayor parte de los expertos de las embajadas preguntan cómo es posible que un país que ha tenido este comportamiento económico tan positivo esté en estas condiciones de animadversión y de fastidio y con algunos añadidos. Parece que nadie se da cuenta que viene un momento de vacas flacas, que va a haber un ajuste. Nadie habla de esto: estamos peleando por cosas intrascendentes, como cuán Fujimori es Fujimori, cuanta dotación genética tiene la señora Fujimori o si el otro es un vanidoso o si la otra es una demagoga. No se está discutiendo lo fundamental ¿qué vamos a hacer con el capital en estos momentos cuando se ve lo que pasa en Europa o en China? El ajuste de la concepción requiere un cambio de la Constitución o algunos ajustes en un tema.
¿Cuál es el estado de ánimo?
Muy expuesto a cualquier estímulo externo que saca a flote inmediatamente la sospecha, el fastidio, la descalificación, como si la larguísima historia de desconfianza que tenemos no hubiera logrado una visión de la tragedia, es decir, de identificarnos con todos los que son parte de la herencia de este país. El país no ha logrado transformar lo que es aún vivido como el trauma de la conquista que ha dividido la sociedad, en nosotros los occidentales y ustedes los otros. Necesitamos procesar todas estas vertientes.
¿Hay racismo?
Sí, claro. Pero es un racismo curioso porque somos un país mestizo y racista y eso es bien fregado porque odiamos pedazos de nosotros mismos, no es un racismo desaforado.
¿En qué ha avanzado Perú en estos años de continuidad democrática?
El hecho de que hayamos tenido cuatro elecciones democráticas dice bastante. Las elecciones eran puestas de lado por los poderes fácticos, no hemos tenido una sucesión de gobiernos democráticos, salvo en la República Aristocrática (de 1885 a 1920) cuando la vieja clase criolla oligárquica gobernó el país. La democracia se ha vuelto muy procedimentalista y muy fija en lo formal. No tenemos confianza en el ejercicio democrático. Hemos pasado todos estos años sin escuchar la espada de Damocles de los golpes de Estado y parece que no nos la creemos. Sigue la sospecha absoluta del otro.
¿Estos años de normalidad democrática no han sido satisfactorios?
R: Ha habido un cambio muy grande en la relación entre mercado y Estado y eso coincidió con el gobierno de Fujimori y lo hizo a la mala, y coincidió con el consenso de Washington, y América Latina tiene todavía mucha resistencia a lo que viene de Washington. Pero no hubo una suerte de pedagogía de lo que significaba entrar a un mundo globalizado, la necesidad de entrar a mejores intercambios comerciales, con otros agravantes. Gente que antes pensaba así ahora pensaba asá, se hizo en el cambio sin decir “agua va”. No ha habido entre los intelectuales y quienes están bajo los reflectores políticos una explicación de por qué pensé esto antes y esto ahora. Gente que fue de izquierda que creyó en la revolución cubana o en (el general Juan) Velasco y terminó siendo neoliberal de estricta obediencia en ningún momento dijo ‘fui un iluso’, o ‘había algo de atractivo en esa utopía’ o ‘fui descubriendo que había esto otro mejor’, y la gente no entendía qué pasaba. Entonces cree que los intelectuales cambian de manera de pensar, y los políticos cambian de tienda, al no haber referentes a los cuales poderse agarrar, se vive un desconcierto muy grande.
P: ¿Y buscan el hombre o la mujer fuerte?
Buscan un referente inmediato. Cuando se ha vivido mucho tiempo sin democracia, la democracia adquiere ribetes casi mágicos, pero la democracia simplemente permite que se tramiten los conflictos por medios no violentos. Y tiene otra cosa: si elegimos mal, esperamos cuatro, cinco, seis años y lo cambiamos.