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El pesebre de Moncloa

Para qué un belén, si han montado un establo

Sánchez confirma que seguirá al frente del gobierno en España

 

Nada más llegar al cargo en el año 2018, el entonces presidente Pedro Sánchez desterró los belenes del palacio de gobierno. Una vez electo, tras una repetición electoral y una investidura con vaselina, podemitas y nacionalismos, el líder socialista instauró su protocolo secular, limpio de toda alabanza católica y pródigo en el fino arte de decorar el culto a la personalidad.

Ansiaba Pedro Sánchez un mundo laico, casi inédito, en el que nada, ni siquiera el Niño Jesús, le hiciera sombra. Casi seis años después de su arribo al poder, en días de Navidad y suplicatorio para quien fue su secretario de Organización, Pedro Sánchez ríe. Suelta carcajadas a lo Marvel, sabrosas y reverberantes risotadas cuya tonalidad sobrepasa la soberbia y acaba pareciéndose a la enajenación.

¡Paren las campanadas, qué Broncano ni qué consejo de Radiotelevisión Española al dictado! Mejor que sea el propio presidente quien se tome las uvas, mirando a cámara, envuelto en una capa napoleónica y con laureles encajados entre las sienes. La escaleta es perfecta. Sánchez contará, uno por uno, los frutos del amargo racimo que probarán en los pueblos de Valencia los vecinos a los que ignoró el día en que quiso usarlos como utilería para decorar la ONG de su mujer, Begoña Gómez.

En la Navidad de Sánchez, la buena nueva es él mismo. Para qué va a necesitar la Santísima Trinidad cuando el relato puede ser otro: el de un mesías nunca antes visto, que promete la paz y el bienestar para todos, siempre que el orbe haga méritos para merecerlo. Se despliega así una larga cadena de lealtades y obediencias de esmerado cumplimiento: si desafina en su mensaje, quitará al ángel; y, ya puestos, a la Virgen María, a san José y al Niño Jesús, a quien Sánchez reprochará la falta de avales para conformar una fe sólida y duradera.

Desalojados de su lugar los miembros originales del belén, en el Palacio de La Moncloa queda apenas el pesebre en su sentido original: ese establo donde comen las bestias y en el que Pedro Sánchez ha encontrado buen acomodo para sus socios nacionalistas, unas criaturas de cuatro estómagos, un ganado rumiante que da calorcito al Gobierno y que el presidente ha de tragar como un polvorón sin agua cada vez que a alguno de estos herbívoros reclama la debida atención. A este paso, los bueyes de Sánchez alcanzarán el peso de un charolés.

Para qué un belén en La Moncloa si se nos ha quedado en el Ejecutivo este dornajo para pillos, rateros, conseguidores y demás pícaros de terrible caligrafía y aún peores catecismos. Si es que estos pastorcillos del sanchismo buscan al ángel de la guarda en los bares de alterne y se roban la calderilla del culto al líder para comprar chalés con piscina. El mesías Sánchez impecable con sus túnicas, investido desde hace rato con las rebajas de enero, anda salpicado del maíz y del barro que sus animales mascan en el chiquero de su equipo de Gobierno.

 

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