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El pinchazo de la economía china

Si no recupera el ritmo de crecimiento que ha logrado en el último medio siglo es probable que las consecuencias de la situación en China se reflejen en la estabilidad de la sociedad

Después de cuatro décadas de un prodigioso desarrollo material, China afronta su primera gran crisis económica. En lugar de recuperarse rápidamente después del periodo de congelación impuesto por la pandemia del Covid-19, tal y como auguraban los especialistas, la economía del gigante asiático ha entrado en una época de clara desaceleración que coincide además con la llegada de los desequilibrios demográficos consecuencia de aquellos años de política de control de la natalidad. Los datos del segundo semestre de este año confirman que China se encamina hacia un periodo de crecimiento moderado. La principal causa de esta situación parece ser la incapacidad de las autoridades para responder adecuadamente a la enorme burbuja inmobiliaria que ha expuesto a la luz del día las graves carencias de una economía dirigida por un Estado totalitario. La llamada «factoría del mundo» ha cometido errores de bulto en la administración de sus propios asuntos y ahora afronta sus consecuencias.

Los planes de Xi Jinping pasaban por adelantar en un horizonte inmediato a la economía norteamericana, que sigue siendo la más importante del mundo, y lo que ha sucedido es que China ya no es ni siquiera el país más poblado del planeta porque su población ha envejecido y se ha reducido de forma abrupta. La idea de intentar consolidar la industria a base de reducir su dependencia de los mercados exteriores para inyectar su producción en el interior, también ha demostrado sus límites, porque aunque la situación ha mejorado mucho si se compara con las penalidades que tuvieron que soportar los chinos en la época de la implantación del comunismo, la incapacidad del régimen para hacer frente a las necesidades actuales de la población de mayor edad hace que gran parte de esos beneficios vayan al ahorro y no al consumo y eso no lo resuelven los tipos de interés artificialmente bajos. Las autoridades han descontrolado el acceso de los más jóvenes al mercado de trabajo, hasta el punto de que han dejado de publicar estadísticas sobre el desempleo juvenil. Las cosas de las dictaduras…

Todos estos desequilibrios confirman que la visión de Xi para convertir al país en la gran superpotencia planetaria tiene los pies de barro. No solo porque en el exterior no ha logrado establecer una imagen acogedora y amable, que se ha deteriorado aún más con su incapacidad de asumir un papel razonable en la guerra de Ucrania, sino porque este frenazo económico puede quebrar el pacto implícito que ha sostenido hasta ahora al régimen, basado en que los ciudadanos han aceptado renunciar a sus libertades a cambio de la prosperidad. Si China no recupera el ritmo de crecimiento que ha logrado en el último medio siglo es más que probable que las consecuencias de esta situación se reflejen en la estabilidad de la sociedad. Dos ministros –uno de ellos el de Defensa– desaparecidos misteriosamente de la escena pública podrían ser precisamente un síntoma de turbulencias en la esfera del poder.

Para la Unión Europea, la desaceleración de la economía China puede que no sea una mala noticia porque se supone que ello va a reducir la demanda de minerales estratégicos y energía, lo que ayudará al resto probablemente a reducir la inflación. A diferencia de Estados Unidos, la Unión Europea no se propone por ahora un escenario de confrontación con China porque en Bruselas todavía se percibe como un riesgo grave para la alianza transatlántica el posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

 

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