El plan de supervillano de Bolsonaro en Brasil
Una investigación en el Senado de Brasil ha comenzado a revelar una trama fascinante y atroz sobre la respuesta del presidente ante la pandemia.
Es una columnista de Opinión que se enfoca en la política, la cultura y la vida cotidiana de Brasil.
SÃO PAULO, Brasil — No es común que una investigación parlamentaria te levante el ánimo. Sin embargo, eso es justo lo que está logrando el análisis del Senado Federal de Brasil sobre la gestión gubernamental de la pandemia, que comenzó el 27 de abril y que ha acaparado mi atención durante semanas.
Conforme la pandemia sigue su marcha devastadora por el país, cobrando alrededor de 2000 vidas al día, la investigación ofrece la oportunidad de responsabilizar al presidente Jair Bolsonaro (hasta cierto punto). También es una magnífica distracción de la sombría realidad. Transmitida en vivo, en línea y por televisión en TV Senado, la investigación es una demostración extrañamente fascinante de evasión, ineptitud y mentiras descaradas.
He aquí un ejemplo del tipo de intriga que estamos viendo. En marzo del año pasado, mientras la pandemia se propagaba, la unidad de comunicaciones del presidente lanzó una campaña de redes sociales llamada “Brasil no puede parar”. Ese proyecto instaba a la gente a seguir con sus rutinas de siempre y afirmaba que “las muertes de coronavirus entre los adultos y los jóvenes son poco comunes”. A fin de cuentas, la tan criticada campaña fue prohibida por un juez federal y, en gran medida, pasó al olvido.
Luego la trama se complicó. El exsecretario de Comunicación del gobierno, Fabio Wajngarten, les dijo a los investigadores que no sabía “a ciencia cierta” quién había sido el responsable de la campaña. Después, con palabras entrecortadas, pareció recordar que su departamento había desarrollado la campaña —en aras de la experimentación, claro— que luego se lanzó sin autorización. Un senador solicitó el arresto de Wajngarten, quien le respondió con una mirada contemplativa, casi poética al horizonte. La cámara incluso trató de hacerle un acercamiento. Fue todo un drama.
Y ese es solo un episodio; no es de extrañar que la investigación esté llamando la atención de muchos brasileños. Hasta ahora, nos han entretenido con los testimonios de tres exministros de Salud —uno de ellos tuvo serios problemas con su mascarilla, lo cual inspiró incontables memes— así como del director de la Agencia Brasileña de Vigilancia Sanitaria, el exministro de Relaciones Exteriores, el exsecretario de Comunicación y el presidente regional de la empresa farmacéutica Pfizer.
La conclusión de sus relatos es obvia y, aun así, totalmente indignante: tal parece que el presidente Jair Bolsonaro pretendía llevar al país a la inmunidad colectiva por medio de la infección natural, sin importar las consecuencias. Eso significa que, en la práctica —suponiendo que la tasa de letalidad es de alrededor del uno por ciento y tomando una infección del 70 por ciento como el umbral tentativo para la inmunidad colectiva— Bolsonaro planeaba que hubiera al menos 1,4 millones de muertes en Brasil. Desde su perspectiva, los 450.000 brasileños que ya han muerto a causa de la COVID-19 ni siquiera son la mitad de su cometido.
Cuando se explica de esta manera, el esfuerzo parece impactante, pero para los brasileños que viven bajo el mandato de Bolsonaro no es una gran sorpresa. Después de todo, pareciera que el mandatario hizo todo lo posible para facilitar la propagación del virus. Durante el último año, se ha dedicado a pronunciarse y actuar en contra de todas las medidas comprobadas por la ciencia para frenar la transmisión del virus. Según él, el distanciamiento social era para “idiotas”. Los cubrebocas eran una “ficción”. Y las vacunas pueden convertirte en un cocodrilo.
Luego llegó el medicamento antimalárico hidroxicloroquina, que Bolsonaro promovió como un tratamiento temprano y una cura milagrosa para la COVID-19, pese a toda la evidencia científica que probaba lo contrario y las recomendaciones explícitas de dos exministros de Salud. Durante la investigación, dos testigos confirmaron con pesar que habían visto el borrador de un decreto presidencial que estipulaba que el folleto del medicamento debía cambiarse para que incluyera su uso contra la COVID-19.
Se pone peor. Según Wajngarten y Carlos Murillo, el presidente regional de la empresa farmacéutica Pfizer, le ofreció al gobierno de Brasil comprar su vacuna contra la COVID-19 en repetidas ocasiones, entre agosto y noviembre del año pasado, pero no obtuvo respuesta alguna (tal vez el ministro de Salud tenía cosas más importantes que hacer, como aprender a usar bien su cubrebocas). Si consideramos el hecho de que Brasil fue uno de los primeros países en recibir una oferta de la empresa, una respuesta rápida les habría asegurado a los brasileños hasta 1,5 millones de dosis para finales de 2020, más otros 17 millones en la primera mitad de 2021.
En cambio, tras rechazar otros tres ofrecimientos, el gobierno finalmente firmó un contrato en marzo, siete meses después de la primera oferta. El primer millón de dosis llegó a fines de abril. Como resultado de la negligencia del gobierno en la obtención garantizada de vacunas, la distribución ha sido pausada, pues la escasez constante de dosis y la falta de suministros han provocado retrasos en la producción.
Me pregunto si todo esto era parte del plan. Cuando al general Eduardo Pazuello, el ministro de Salud entre mayo de 2020 y marzo de 2021, se le preguntó por qué el Ministerio de Salud solicitó la cantidad más baja de dosis de la vacuna a COVAX, la iniciativa para el acceso equitativo a las vacunas de la Organización Mundial de la Salud —se pudieron haber pedido suficientes dosis para inmunizar hasta el 50 por ciento de la población, pero se prefirió inocular al 10 por ciento— ni siquiera parpadeó. Explicó con ligereza que el proceso era demasiado riesgoso y las vacunas demasiado costosas. Y sanseacabó.
Cada vez queda más claro que la inmunidad colectiva, mediante la obstrucción, la desinformación y la negligencia, siempre fue el objetivo del gobierno. La amarga ironía es que quizá sea imposible de alcanzar. En Manaos, donde el 76 por ciento de la población ya se había contagiado para octubre, el resultado no fue la inmunidad colectiva sino el surgimiento de una nueva variante.
A paso lento pero seguro, la investigación está revelando un clásico plan de supervillano, malvado y absurdo, y al mismo tiempo, mortal y horrible. Si al final, el villano recibe su merecido o no, es otra historia.
Vanessa Barbara es editora del sitio web literario A Hortaliça, autora de dos novelas y dos libros de no ficción en portugués, y colaboradora de Opinión.