El Poder en Cuba (2006-2020), ruptura y continuidad
Un análisis del poder en "el Sociolismo triunfante". La "Cuba del 2020 para nada puede ser calificada de continuista con respecto a lo que para su futuro, tras su muerte, intentaba imponerle Fidel".
Hasta el año 2006 el verdadero y único poder en Cuba era Fidel Castro. El Comandante y nadie más que él tenía la ultima palabra en absolutamente todo, para lo cual se aseguraba de que ninguna institución a su servicio monopolizara el privilegio de la exclusiva en cuanto a mantenerlo informado sobre el país y su circunstancia mundial. Porque es evidente que si un autócrata depende por completo de alguien, o de alguna institución, para obtener los informes y datos que le permitan tomar sus decisiones, no es ya él el verdadero poder, sino aquel o aquello que puede simplemente manipular esa información a su gusto, para provocar en el supuesto decisor la respuesta que más convenga a los intereses del, o de los manipuladores.
Consciente de esto, Fidel no solo no se confió por entero de sus órganos de inteligencia para informarse, sino que los multiplicó, solapó sus funciones, y a la vez los sometió a frecuentes purgas con el propósito de desarticular periódicamente su capacidad de convertirse en rivales potenciales de su poder.
El caso de la Seguridad del Estado, purgada en 1962, 1967-68 y 1989-90, es el más significativo, y el que en realidad nos interesa aquí, dada la importancia que habría de adquirir esta siniestra institución a partir de la muerte política de Fidel en 2006.
Esa importancia creciente está dada por la rápida ocupación del poder por la policía política cubana, a raíz de lo sucedido en los meses y años que siguieron al 31 de julio de 2006. La fecha en que el Comandante anunció su salida temporal del poder, y la designación de un gobierno colegiado para ocuparse de los asuntos del país durante el periodo de interinato.
Recordemos que desde los ochenta Fidel se había rodeado de un llamado Grupo de Apoyo, en el que recogía a jóvenes procedentes sobre todo de la FEU, y a los cuales adiestraba allí no solo para ocupar las plazas de las ayudantías a su alrededor, sino para dejarles el gobierno del país tras su desaparición física. Jóvenes, en cuyo proceso de selección no solo había usado los informes sobre ellos que la Seguridad del Estado depositaba con regularidad ante él, sino otra multitud de vías, la mayoría informales, y por sobre todo el conocimiento personal, su propio olfato y su probada capacidad de transformar en seguidores suyos a cierto tipo de contestarios probados, con solo echarles el brazo por encima del hombro y prestarse para escucharlos.
Es necesario aclarar aquí que Fidel nunca tuvo la ridícula idea de dejarle todo el poder que había reunido a su hermano, Raúl Castro. Alguien que sabía no podría sucederlo por mucho tiempo (si es que llegaba a durar más tiempo que él, dada su salud, comparativamente mucho peor que la suya), y cuyo nulo carisma y bajo coeficiente de inteligencia no encajaba para nada con el estilo carismatico de su largo ejercicio del poder.
Fidel, como lo demuestra su propia decisión del 31 de julio de 2006, planeaba dejar tras de sí no a algún muevo caudillo que pudiera intentar comparársele, y por tanto robarle parte de la Gloria ante la Historia por venir. Fidel se veía a sí mismo como un reformador tipo Licurgo, que dejaba tras de sí un orden diseñado para impedir que otro hombre pudiera disfrutar del mismo poder que él, al menos en mil años, y en consecuencia llegara a tener la posibilidad de destruir su legado al simplemente ejercitar su soberbia voluntad. Fidel planeaba más bien dejar tras de sí a un gobierno colegiado de políticos procedentes de la FEU, cuya legitimidad procediera por completo de haber sido diseñado en su forma por él, y por haber sido él también quien había escogido a los primeros que entraran en el mismo.
En este sentido puede decirse que el Comandante pretendía dejarnos un gobierno un tanto más participativo, quizás hasta camino de la Democracia. Dado por sobre todo a que en su exagerada idea de sí mismo no aceptaba que hubiera, o pudiera haber alguna otra vez en los tiempos por venir, alguien en esta Isla con la misma elevación de miras que él creía tener, capaz de continuar su estilo de gobierno absolutista, por lo menos para bien del país. Vivo, Fidel Castro no confiaba en nadie más, muerto muchísimo menos, como para dejar su Legado y su Gloria en manos de otro Caprichoso en Jefe.
No, no podía arriesgarse a dejar en manos de nadie el absoluto poder de destruir su legado, como implicaba nombrar a un sucesor único, dotado de los mismos y absolutos poderes que él había llegado a reunir entre sus manos. Por tanto, autócrata verdaderamente consecuente, no soñaba con que la autocracia sobreviviera a su muerte, sino con un gobierno colegiado, cada vez mas participativo, en que todos tuvieran el suficientemente escaso poder como para tener las manos atadas si se decidían a poner en duda su legado. Un gobierno colegiado, cada vez más participativo, en que nadie se atreviera a intentar comparársele como el Licurgo, el Solón de los cubanos. Ese enorme espíritu que como los ancestros se ocuparía de mantener bien encarrilada, por el camino correcto, a una democracia en que fuera el pasado el encargado de tiranizar a los individuos.
Porque Fidel era demasiado desmedido, demasiado consecuente con su naturaleza, como para incluso atreverse a soñar con seguir mandando absolutamente desde el pasado, lo que no podría suceder si le dejaba todo su inmenso poder a cualquier advenedizo, mucho menos a su gris hermanito.
En la decisión de Fidel de dejar tras de sí un gobierno colegiado de políticos procedentes de la FEU influía la tradición política en que se había educado en la Universidad de La Habana, en la segunda mitad de la década de los años cuarenta del siglo XX: eran por entonces los jóvenes de la UH la más activa y progresista fuerza política en la República desde que Julio Antonio Mella, ese Dios Apolo según Lezama, encabezara el proceso de Reforma Universitaria en 1923. Eran ellos quienes en esencia habían comenzado la lucha antimachadista, no ya desde la manifestación del 30 de septiembre de 1930, sino desde la oposición a la prórroga de poderes, eran ellos la principal fuerza política tras el gobierno nacionalista de los Cien Días, y la única organización política cubana que no fue a olerle el culo a los americanos durante la Mediación… En fin, para un hombre de su época, de su procedencia y de su color, era a los muchachos de la FEU a quienes les tocaba mandar en Cuba.
Mas no sucedió como Fidel Castro esperaba. Hasta entonces mucho más saludable que su hermano menor cinco años, de repente el exceso de actividad en un hombre de ochenta años lo puso con un pie en el cementerio, mucho antes de lo que calculaba. Ante esa situación, que creyó solo provisional, decidió dividir el poder interino entre sus muchachos y los históricos, encabezados por Raúl.
Lo que no se esperaba era la reacción de los históricos, y mucho menos que el vejete de su hermano, de siempre tan gallina, tuviera las agallas para desafiar su decisión.
Los históricos, y sobre todo Raúl, siempre habían soñado con tener su momento para intentar hacer bien lo que pensaban que el Comandante no había hecho así. Aunque sin decirlo, claro, porque en primer lugar se sabían unas mediocridades de campeonato, que si habían llegado a algo en la vida se lo debían a haberse subido a la locomotora del Brujo Fidel. Pero también se sentían humillados por la conocida, entre ellos, decisión del Comandante de no contar con su experiencia y deseos de hacer para dirigir el país tras su muerte. De no permitirles tener su oportunidad, a ellos, que se habían trepado a las lomas, se habían dejado su pelo largo y habían tirado sus tiritos, para cedérsela en cambio a los bitongos consentidos del Circulo Infantil de Apoyo.
Por ello, en un arranque inesperado de valor, se atrevieron a darle un golpe de estado al Comandante. Ya que en esencia eso fue la famosa Operación Caguairán que Raúl Castro y los históricos lanzaron a poco de la gravedad del Jefe.
La tal movilización, según el pronto exaltado a General Presidente por el verbivacuo Eusebio Leal, se concibió para evitar los peligros que acechaban a la Revolución desde el bando de sus enemigos de siempre. En realidad fue un recurso matrero para militarizar el país y así colocarse por encima de los políticos procedentes de la FEU. A quienes Fidel había dejado en pie de igualdad, en un gobierno concebido para dejar las cosas como estaban, al menos hasta que tras recuperarse él volviera (que ya volvería), a ocuparse de amarrar los cuatro o cinco puntos que faltaban para dejar establecido su legado por los próximos mil años.
Con Fidel en cama, y con un estado de salud que no daba muestras de mejorar como él esperaba, durante el tiempo que medió entre el comienzo de la Operación Caguairán, y su difícil decisión de no postularse como candidato a la Asamblea Nacional, se desarrolló una aguda pero sorda lucha por el poder en la cúpula del Estado cubano. De un lado los históricos, con todos los órganos militares y policiales de su lado, además con sus fabulosas historias de haberse alzado contra Batista; del otro, los políticos del Grupo de Apoyo, con sus relaciones internacionales, con su control de la burocracia del estado, y sobre todo bajo la protección que, desde su cama de convaleciente, les brindaba el Comandante. Mas esa protección era cada vez menor, a medida que la mano se debilitaba, o perdía capacidad real de comunicarse con las masas populares. Labor esta última que sin lugar a duda debió de asumir la Seguridad del Estado (y quién sabe si también no se ocupó, por su cuenta, de mantener débil la mano).
Tras esa decisión de abandonar su plaza de diputado, publicada por Granma en febrero de 2008, la suerte en la lucha estaba echada. Poco después caían Carlos Lage, Felipito Pérez Roque, Carlitos Valenciaga, el ministro de educación, aquel loquito que soltaba parrafadas histéricas en cada discurso… acusados de hacer, o más bien de querer hacer lo mismo que los históricos ya hacía décadas venían haciendo: vivir mejor que los cubanos de a pie, enviar a sus hijos a costosas maestrías en Gran Bretaña, o Alemania, o colocarlos en cuanto puesto con buena búsqueda hubiera en la alta burocracia del Estado cubano…
Sin embargo, los grandes ganadores de esta lucha no fueron precisamente unos históricos con un pie en la tumba, o en la demencia senil, sino las instituciones militares y policiales del Estado cubano. En las cuales debieron apoyarse para darle el mencionado golpe de estado a la forma colegiada de gobierno que el Comandante pensaba dejar atrás, y por tanto a los políticos del Grupo de Apoyo con que pensaba nutrirla.
Pero, por sobre todo ganó la Seguridad del Estado, hasta el punto de convertirse en el verdadero poder en Cuba, tras la definitiva salida del poder de los históricos, en el 2018. Con la muy significativa excepción, por cierto, del fundador de la institución en marzo de 1959, Ramiro Valdés. El único de todos ellos que aun ocupa un puesto de verdadera importancia en la conformación del Estado Cubano (Ramiro Valdés había sido apartado en repetidas ocasiones del poder por Fidel, como parte de sus medidas para mantener bajo control a los órganos de inteligencia de que necesariamente debía servirse, pero a los que temía casi tanto como a la CIA).
Sin lugar a duda la Seguridad del Estado estuvo enterada desde un principio del operativo del espionaje español a Carlos Lage y Felipito Pérez Roque. Simplemente se lo dejó correr, para después poder aprovecharse de sus resultados, sin tener que aparecer ella como la que espiaba a los golden boys del Jefe. Algo no nuevo en su historia, y que quizás hayan hecho hasta con el mismísimo Raúl Castro, al aprovechar alguna de sus frecuentes reuniones informales con extranjeros en tiempos en que su hermano ejercía el poder absoluto, y cuyas palabras comprometedoras, en el mismo tono de Lage y Pérez Roque, se conservan hasta hoy en alguno de los archivos habaneros de la institución.
La Seguridad del Estado consiguió hacerse con el verdadero poder no precisamente al convertirse en el brazo ejecutor con que los históricos se deshicieron de sus competidores del Grupo de Apoyo, sino al transformarse en los únicos órganos de los sentidos con que estos obtenían información real de la sociedad cubana y de su circunstancia internacional.
Desconectados de la burocracia estatal, que era cosa de los del Grupo de Apoyo, tras la limpia del Estado de 2008-2009 los históricos optaron por nombrarse ellos mismos o a conocidos militares al frente de ministerios y para dirigir instituciones. Pero, los cargos inferiores, más tecnicos, requerían de una fuente de aprovisionamiento que iba más allá, mucho más allá del universo de conocidos personales de los históricos. Y ya que estos carecían de la constitutiva suspicacia de Fidel, como tampoco de su muy superior inteligencia e incuestionable don de gentes, es aquí que la Seguridad del Estado comienza a hacerse imprescindible para el proceso de selección, y a su vez es en ese momento que comienzan a copar al Estado con su gente. Gente, por cierto, no tan vieja como los seleccionados por Raúl y su pandilla de históricos octogenarios, y que en consecuencia al ocupar puestos de segunda línea eran los llamados a hacerse cargo, muy pronto, también de los puestos de primera línea.
Una de esas primeras selecciones fue la del Ministro de Educación Superior, en 2009. Un señor que en realidad nunca fue del Grupo de Apoyo al Comandante en Jefe, por más que ahora se pretenda lo contrario, y alguien por lo que parece ligado al G2 desde su adolescencia: Miguel Díaz-Canel.
El tiempo transcurre muy rápido para los octogenarios. Así, pronto el G2 pasa de ser los órganos de los sentidos de Raúl y sus vejetes gloriosos, para usurpar unas funciones cerebrales que en aquellos se debilitan por día. Es así que la Seguridad del Estado logra una importante reducción del Ejército, el único competidor serio, mediante los informes y cálculos de los costos económicos del mismo, los cuales oficiosos hombres y mujeres suyos depositan en el buró del General Presidente, o gracias a la meticulosa selección de los análisis de política exterior americana a los que le permiten acceder.
El paso final es la elección del sucesor, lo que se logra al limpiar concienzudamente el expediente de su hombre, Díaz-Canel, y a la vez al engrandecer pequeños sucesos del pasado, o rasgos de la personalidad, en candidatos no tan ligados o comprometidos con la institución, muchos de ellos demasiado cercanos en el pasado a Fidel.
Es así como, en un proceso de ruptura con el pensamiento de Fidel Castro, más que de continuidad, Miguel Díaz-Canel se hace con el poder en Cuba. Solo que no con el poder absoluto que antes reuniera en su mano el Comandante, el cual en realidad detenta al presente la Seguridad del Estado. Ya que si bien Fidel hasta el 2006 consiguió mantener entre todo su cuadro administrativo la idea de que la pequeñísima parcela de poder que tenía cada uno se la debían a él, y sólo a él, en el caso de Díaz-Canel ocurre exactamente al revés: él, el G2, y quienes importan en la política doméstica cubana, todos saben que si está ahí de Presidente de la República, con la gordita Liz a cuestas, se debe a que así lo quiere el en otros tiempos principal órgano de inteligencia cubano, metamorfoseado ahora en una especie de hermandad masónica, o mejor, fraternidad mafiosa. Un órgano de inteligencia que se ha convertido en tal al expandir su modo de organización a todo el cuadro administrativo sociolista del Estado cubano, convirtiéndolo y convirtiéndose en el proceso en una Cosa Nostra.
Pero, si todo el proceso no ha sido más que el de la toma del poder por el cuadro administrativo del Castrismo, al cual la Seguridad del Estado le ha dado una coherencia interna mafiosa al usurpar el vértice del poder, cabe especular si el proceso de ruptura con la continuidad fidelista se inició con el golpe de estado raulista, o si no fue la Seguridad del Estado quien lo empezó todo y la enfermedad del Comandante no fue tan casual.
No olvidar que en su discurso del 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la UH, Fidel había atacado precisamente al sociolismo, que según él amenazaba ahogar entre sus decenas de miles de tentáculos al Socialismo. O sea, tras aplastar a la oposición en marzo de 2003, Fidel anunció ese día el inicio de un nuevo periodo de sacudimiento de la mata, de una nueva purga, en la cual caerían esos muchos dentro del campo revolucionario que ponían en peligro real a la Revolución (a lo que él estimaba que era Ella). Y esos, a quienes amenazaba el Comandante con un nuevo periodo de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, eran precisamente los antecedentes de esta mafia sociolista–segurososa que hoy detenta el poder en Cuba.
Una Cuba esta del 2020 que para nada puede ser calificada de continuista con respecto a lo que para su futuro, tras su muerte, intentaba imponerle Fidel. Pero que tampoco es una ruptura con respecto a la evolución sociolista del Socialismo Cubano. La evolución que ha sido mantenida a raya por el Autócrata en Jefe hasta 2006, y sobre la que luego una institución, la Seguridad del Estado, se ha montado, para asentar su poder sobre el Sociolismo triunfante.
Si se observa, es la misma evolución que en muchos estados del espacio post-soviético…