El PP y el centro derecha
«Vox empezó siendo una escisión del PP, para crecer de manera explosiva al socaire del ridículo catalán cocinado por el marianismo»
Un reproche que se ha hecho con frecuencia a los dos grandes partidos, al PP y al PSOE, es que no han sido capaces de ponerse de acuerdo entre sí para evitar que los Gobiernos de España se vieran presos de las minorías nacionalistas que solo van a lo suyo y olvidan los objetivos comunes de la Nación. Esto se dijo, sobre todo, del pacto de 1996 entre Aznar y los nacionalistas que le permitieron alcanzar la investidura pese a no tener mayoría suficiente en el Congreso. Vista con esos ojos, la situación actual sería un caso extremo que debiera obligar al PP o al PSOE a olvidarse de votos de intención contraria a la Constitución, bien porque apunten a la independencia, bien porque sean incapaces de tener la menor consideración hacia problemas ajenos y que parecen no afectarles.
No creo que sean muchos los que apuesten ahora mismo por la posibilidad de cambiar esa tendencia y constituir un Gobierno que, apoyado en las dos fuerzas mayoritarias, fuese capaz de abordar una serie de reformas tan necesarias como aplazadas. Con una formulación bastante obtusa, me parece que ese es el argumento de fondo del PP para pedir, como ha hecho con cierta frecuencia,que la fuerza más votada se haga cargo del Gobierno.
El argumento olvida, en cualquier caso, cuál es la naturaleza del sistema político que estableció la Constitución del 78 y que no es una república presidencialista sino una monarquía parlamentaria, razón por la cual no se elige directamente un presidente del Gobierno sino un Congreso que lo inviste de acuerdo con ciertas reglas que han funcionado bastante bien hasta la fecha. Por eso parece tan equívoco como ilegítimo confundir el ser el partido más votado con alcanzar la presidencia del Gobierno, que es lo que se supone se merece al «haber ganado las elecciones», pero no es así.
«La novedad es que ahora los partidos nacionalistas se alían sin dudarlo con el bloque de izquierdas»
La historia política de nuestra democracia ha llevado a una situación que puede parecer extraña pero que viene siendo habitual, el hecho de que el Congreso aparece dividido no solo entre conservadores y progresistas, sino entre partidos nacionales y partidos regionales, con frecuencia separatistas. La novedad es que ahora los partidos nacionalistas se alían sin dudarlo con el bloque de izquierdas, lo que exaspera a unos por la contradicción ideológica que supone y a otros por el factor desequilibrante que hace a las minorías desleales con el destino común determinen la formación de Gobierno de forma tan clara. ¿Qué es lo que ha cambiado? Pues que desde que las cabezas de huevo del PSOE vieron en el año 2000 que el PP podía obtener una mayoría absoluta se aprestaron a buscar solución a lo que consideraron como un fruto maligno de la democracia y Zapatero lo encontró en el repudio de la Transición y en la alianza objetiva del PSOE con las fuerzas nacionalistas, estrategia que Sánchez ha perfeccionado con su habitual desenvoltura al conseguir que las fuerzas a su izquierda se comporten de forma no solo cortés, sino sumisa y agradecida.
Para el centro derecha esta situación constituye una tormenta perfecta que el PP ha intentado sortear con un mensaje («la derogación del sanchismo») que pensó podría ser común a muchos electores sin estimar los efectos negativos que le podría acarrear la apuesta tan explícita por una polarización que, en general, había sido preconizada con éxito por la izquierda. Basta recordar la confidencia de Zapatero a Iñaki Gabilondo («conviene que haya tensión») y el empeño continuado de la izquierda por deslegitimar los orígenes de la democracia para fortalecerse con un recuerdo muy edulcorado de la República.
El hecho es que a una izquierda ampliada con los nacionalismos se le ha opuesto una derecha disminuida por errores políticos de bulto. El error más grave cometido nunca por el PP fue la política de Rajoy que empezó por echar del partido a los conservadores y a los liberales en el Congreso de Valencia e impulsó al PP a una pérdida constante de votos que ha ido desde los más de diez millones y medio de 2011 a los apenas cuatro millones y medio que el partido obtuvo en 2019, una operación genial que todavía se premia pidiendo a don Mariano que protagonice alguno de sus celebrados mítines. El PP no ha sabido encarar este desastre con la debida rotundidad, con una auténtica refundación, y se ha conformado con tomarlo como si fuese un mero problema de liderazgo, Casado primero, Feijóo después, con los resultados que ahora comentamos, es decir que nunca se ha propuesto reconstruir el gran partido que empezó a ser y que fue demolido en el Congreso de Valencia.
Esto es, exactamente, lo que está en la raíz de la confusa relación que el PP tiene con Vox. Vox empezó siendo una escisión del PP, para crecer de manera explosiva al socaire del ridículo catalán cocinado por el marianismo. En algún momento pudo pensar en desplazar al PP («la derechita cobarde») pero se ha dejado dominar por sus elementos más extremos, olvidando que en España, y perdonen la boutade, la extrema derecha no tuvo éxito ni siquiera con Franco. Al convertirse Vox en un partido excéntrico, el PP no ha encontrado la manera ni de convivir con él (como convivió la UCD con la AP de aquellos años) ni de quitárselo de encima y no lo ha hecho porque el PP continúa aplicándose una medicina que tiene poco que ver con su enfermedad.
«Resulta casi cómico que el PP no haya sabido calcular el daño que le podía causar el pacto con un partido que se declara enemigo de las autonomías»
El PP se ha dejado desvanecer en Cataluña y en el País Vasco y da la sensación de conformarse con no ser ya un partido unitario sino una alianza de conveniencia entre partiditos regionales (y por eso llama a Feijóo que es quien mejor ha manejado esa tramoya) a los que siempre importa más el poder que se gana en su terruño que cualquier cosa que suene a empeño de altura nacional. Este factor ha agravado hasta el extremo la impotencia del PP para alcanzar una mayoría pues le ha llevado a aliarse con Vox en determinados territorios sin caer en la cuenta de que ese atajo para pillar poder local podría llevarse por delante sus posibilidades de victoria nacional. Un par de observaciones al respecto: en primer lugar, es casi increíble que algunos consejeros del partido hayan podido considerar como modelos de posible victoria los casos de Galicia, Madrid o Andalucía y resulta casi cómico que el PP no haya sabido calcular el daño que le podía causar el pacto con un partido que se declara enemigo de las autonomías, aunque se apresure a pillar poder a la primera de cambio en esos gobiernos del demonio.
La insustancialidad ideológica del PP (que ni ha explicado nada sobre lo que piensa que necesita España, ni ha sabido interpelar a los españoles sobre numerosas cuestiones que Sánchez ha logrado encubrir con hojarasca ideológica de pacotilla) le ha colocado en una posición ambigua ante Vox, no ha sabido recuperar a muchos votantes de ese partido porque no ha empleado argumentos atractivos, porque ha seguido dando la sensación de que los electores tienen que votarles porque sí, por ser el PP a secas. Tampoco ha podido explicar por qué no habría que votar a Voxsi el PP podía pactar con Vox sin el menor problema, de manera que ha sometido a muchos electores a una ducha escocesa, a decir el lunes que Vox era un desastre para afirmar el martes que no pasaba nada por pactar con él y habría que hacerlo para lograr ese gran objetivo de derogar el sanchismo.
No pensar ni por un momento que esa campaña tan belicosa podría llamar a las filas del adversario a mucho soldado cansado y podría enfriar la tentación progresista de votar al PP para desprenderse de Sánchez ha sido la gran pifia de la campaña. El centro derecha ha significado siempre, desde la UCD, el triunfo de la moderación, la voluntad de convivencia y cuando se ha acompañado de un programa bien pensado ha podido ganar. No ha pasado muchas veces, pero no es imposible que vuelva a pasar. Para ello, el PP deberá olvidarse del Congreso de Valencia y enriquecerse de nuevo con liberales y conservadores, además de distanciarse con claridad de las políticas extremas que la dirección de Vox ha decidido convertir en la clave de su acción política. Sólo así se podrá formular un proyecto político nuevo y optimista para España, pero eso será imposible si el PP no consigue reconstruirse en aquellas regiones que ahora parecen sentir de manera mayoritaria que el triunfo del centro derecha supondría una catástrofe.