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El Premio Nobel de Literatura pierde la oportunidad de reinventarse

Hoy se han concedido en Estocolmo los premios Nobel de Literatura de los años 2018 y 2019: los ganadores han sido —respectivamente— la polaca Olga Tokarczuk (Suléchow, 1962) y el austriaco Peter Handke (Griffen, 1942). Una mujer y un hombre. Dos escritores centroeuropeos. Tras los abusos sexuales, las filtraciones y el supuesto año de reflexión, la Academia Sueca ha sido incapaz de escapar tanto de la paridad políticamente correcta como, sobre todo, de su burbuja eurocéntrica.

 

Entre la anatomía y la astrología, la prosa y el teatro, el thriller y el ensayo ecologista, la psicología y la parapsicología, el fragmento y la novela, la ficción y el libro de viajes, su Polonia natal y cosmópolis, la poética de Tokarczuk es un juego constante de tensiones, contradicciones y cruces de frontera.

 

No es casual que la Academia Sueca le acabe de conceder el Nobel correspondiente a 2018, pues fue el año pasado, con Los errantes —cuya traducción al inglés publicada por la influyente Fitzcarraldo Editions se hizo con el premio Man Booker International—, cuando se volvió globalmente visible.

 

La autora de Sobre los huesos de los muertos todavía no ha cumplido los 60 años, de modo que simboliza la apuesta del máximo galardón literario por el relevo generacional y el descubrimiento. Aunque eso contraste con la canonización definitiva de Handke —quien ayer ya era un clásico de las letras contemporáneas—, ambos comparten el interés por el nomadismo vital y estético: la literatura del siglo XXI será radicante o no será.

 

Dramaturgo radical, cineasta, poeta extraño, autor de novelas inolvidables como Lento regreso o Tarde de un escritor, discípulo de Hugo von Hofmannsthal y Robert Walser, cómplice de Wim Wenders, Handke se encontraba desde finales del siglo pasado y hasta hoy en una suerte de limbo moral por su posición a contracorriente respecto a la guerra de los Balcanes.

 

Se opuso a los bombardeos de la OTAN y a cualquier tipo de maniqueísmo. Tanto en el libro que publicó en 1996, Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina, o justicia para Serbia, como en otros posteriores, trató de entender desde la palabra y la literatura su propia mirada sobre el paisaje y la historia serbia; y su lugar incómodo, defendido hasta las últimas consecuencias. En los últimos años no ha sido fácil acceder a sus títulos más recientes en culturas que habían traducido toda su obra anterior. El Nobel corregirá sin duda esa injusticia.

 

Porque, como escribió W. G. Sebald —cuya obra se situó en su estela—, sus textos son “la visualización de un mundo más bello a través exclusivamente del lenguaje”.

 

Aunque Tokarczuk y Handke sean grandes escritores, premiar a dos creadores centroeuropeos no parece la mejor salida a la crisis del Premio Nobel de Literatura, que en 2017 concedió la medalla al británico Kazuo Ishiguro. El jurado traiciona las dos consignas que Alfred Nobel dejó manuscritas en su testamento: había que premiar lo ideal desde una perspectiva internacional. En cambio, el galardón no ha salido, por partida doble, de la Vieja Europa.

 

Tras los escándalos del año pasado, la Academia Sueca simulaba haberse dado cuenta de que tenía que actualizar el sentido de ideal no sólo en sus criterios de lectura, sino también en su propia lógica institucional. Pero, cuando el mes pasado visité el Museo del Premio Nobel de Estocolmo, no vi ningún rastro de autocrítica: los carteles anunciaban los ganadores de 2018 en el resto de categorías y decían que el de Literatura había “sido pospuesto”. El comunicado oficial del pasado mes de marzo tampoco evidenciaba el severo examen de conciencia que esperaba de ella el mundo de las letras.

 

El jurado de este año ha estado compuesto por cuatro miembros del Comité (Anders Olsson, Per Wästberg, Kritina Lugn y Jesper Svenbro) y un refuerzo de cinco especialistas externos (Mikaela Blomqvist, Rebecka Kärde, Kristoffer Leandoer, Henrik Petersen y Gun-Britt Sundström). Cinco hombres y cuatro mujeres: todos suecos. La Academia, aunque en los años 80 se abrió finalmente a la literatura mundial (con los primeros premios a escritores africanos, el nigeriano Wole Soyinka y el egipcio Naguib Mahfuz), no quiere perder el control nacional del juicio. Ni la tradicional mayoría de género.

 

Los miembros del jurado tenían la oportunidad de premiar hoy a dos escritoras: la han perdido. Tenían la oportunidad de escapar del eurocentrismo: la han perdido. Durante el primer año de la primera Gran Guerra (1914) y cuatro de la Segunda (1940-1943) no se concedió Premio Nobel de Literatura. Dejar el mismo vacío en 2018 hubiera sido también una opción muy elocuente: de nuevo, una oportunidad perdida.

 

Olga Tokarczuk y Peter Handke son dos escritores de alto nivel que sin duda merecen el mismo Premio Nobel de Literatura que ganaron Luigi Pirandello, Nelly Sachs o Mario Vargas Llosa.

 

De los 116 ganadores que existen en la historia del Premio Nobel de Literatura, solamente 15 han sido mujeres. No lo ganaron —para entendernos— ni Virginia Woolf ni Mercè Rodoreda ni Anna Ajmátova ni Sylvia Plath ni Marguerite Duras ni Elizabeth Bishop ni Clarice Lispector.

 

Muchos esperábamos, ingenuamente, otros nombres: una refundación postcolonial y feminista, un nuevo comienzo, un intento de reparación, un mensaje de futuro. Y tenemos todo el derecho a sentirnos decepcionados.

 

Jorge Carrión es escritor y crítico cultural.

 

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