Democracia y Política

El presidente Rafael Caldera, el hombre del librito negro, Recuerdos del exilio #2, por Gonzalo T. Palacios Galindo.

 

Un día como hoy falleció Rafael Caldera

            Doña Josefina Salvatierra – así, sin la preposición “de” que ella consideraba denigrativa a las mujeres casadas – la esposa de Don Salvador Salvatierra Salas, me había invitado al almuerzo que ellos ofrecían al Presidente Caldera con motivo de la inauguración de la Casa del Periodista en Naiguatá. Los Salvatierra eran adecos, amigos de figuras como Rómulo Betancourt, Andrés Eloy Blanco y Rómulo Gallegos, tanto en sus exilios como en la cúspide de sus respectivos triunfos políticos y literarios. Como suele suceder entre los poderosos de cualquier sociedad, Doña Josefina sabía lo que ocurría en Caracas entre quienes ejercen el poder, así como entre sus víctimas. Ella y Don Salvador fueron expertos manipuladores de quienes conformábamos ese último grupo.

Vale recordar que el Presidente y la Señora Caldera me conocieron así como a mi esposa personalmente en Washington, durante una recepción que ofreciera su embajador, el Abogado y profesor de Jurisprudencia Dr. Andrés Aguilar. Fue en diciembre de 1973, días antes de finalizar su gestión diplomática en las Naciones Unidas y ante la Casa Blanca. Para ese momento, Carlos Andrés Pérez (de Acción Democrática) ya había sido elegido presidente en Caracas (1974-1979: posteriormente en 1989-1994). En Washington, la nación recién comenzaba a comprender por qué el Presidente Nixon se había visto obligado a renunciar apenas comenzaba su segundo período presidencial en agosto de 1974).

Volviendo a nuestra anécdota en Venezuela, Doña Josefina y yo habíamos esperado un par de horas a la comitiva presidencial cuando oímos a los guardias motorizados llegar a la talanquera de entrada a la antigua mansión. Segundos más tarde el ruido de llantas machucando el granzón del camino a la casa anunció la llegada de los importantes personajes a la hacienda Longa España. Pensé ir al encuentro de Don Salvador y su distinguido invitado, pero Doña Josefina me agarró el brazo con firmeza, diciéndome, “Deja que vengan.”

“¡Doña Josefina! ¡Qué placer verla!” El Presidente le dio uno de esos abrazos ambivalentes que se dan las personalidades internacionales al comenzar visitas oficiales.

“Bienvenido, señor Presidente,” volteó la cara hacia mí y le dijo, “Usted conoce a Gonzalo,” mientras él me estrechaba la mano.

“¿Y tu barba? ¿El embajador Aguilar te obligó a afeitarte?”  preguntó, sonriéndole a Doña Josefina. ¡Qué memoria! Pensé. El encuentro en la Embajada en Washington habría durado unos 40 segundos, a la entrada de aquella recepción que, en lugar de ser su despedida, el Dr. Aguilar se vio obligado a ofrecer en “Honor al Primer Magistrado de la Nación con motivo de su visita a los Estados Unidos de América.” Dos meses más tarde, abrigados tardíamente del frio invernal washingtoniano por el calor tropical de Naiguatá, ¡y el Presidente Caldera aun me reconoció!

Terminamos de almorzar y, sin mayor ceremonia, el Presidente y su comitiva se despidieron de Don Salvador y Doña Josefina Salvatierra, los propietarios de la Hacienda Longa España. Siete años antes ellos habían donado el terreno para construir la sede de la Casa del Periodista. Apenas comenzaron las dos limosinas y los motorizados a descender hasta la carretera hacia Caracas, Don Salvador se retiró al interior de su mansión.

Yo era el último de los comensales que quedaba. Esperaba para despedirme de Doña Josefina y agradecerle haberme invitado. Al hacerlo, le pregunté si le había impresionado la buena memoria del Presidente.  “Ni tanto,” me contestó, “Salvador y yo la tenemos mejor que él. Y no necesitamos libritos negros.”

“Libritos negros?”

“Ten cuidado cuando hables con él, Gonzalo. Sobre todo, cuando sea en privado. Caldera es el hombre del librito negro. Luego de conversar con alguien, toma notas en uno que guarda en el bolsillo de su camisa.” Poco tiempo después pude comprobar lo del librito negro, pronto les contaré cómo y cuándo. No cabía duda, Doña Josefina, mi hermana mayor, sabía lo que ocurría en Caracas entre quienes ejercen el poder, así como entre sus víctimas.

 


 

Gonzalo Palacios Galindo (Maracay, Venezuela, 1938). Estudió arquitectura en la Universidad Católica de América y en la Central de Venezuela. Maestría en filosofía Universidad Gregoriana (Roma); doctorado en la Universidad Católica de América (Washington). Enseñó filosofía en diversas instituciones universitarias en Estados Unidos y en Caracas (1965 al 2015). Actualmente escribe obras de carácter histórico y filosófico.

 

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