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El progreso ya no es lo que era

Nadie, o muy pocos de quienes lo están pasando mal, emigra a un país 'progresista'. Al revés, son muchos los que escapan de ellos

Como el que se hunde en arenas movedizas intentando salir de ellas, Pedro Sánchez es víctima de su ambición, de su ignorancia y de sus complejos, sí, complejos, pues sólo a un hombre acomplejado se le ocurre aliarse con su peor enemigo para atarle corto y quien resulta atado es él. Ahí le tienen, cambiando de atavío, de asesores, de tono, de discurso, de promesas, de excusas. Visto que el «¡que viene Vox!» ya no surte efecto, su grito ahora es «¡Feijóo, antipatriota!», cuando nadie puede ofender más a España que el que pacta con los secesionistas, traslada los asesinos de ETA a su tierra, donde tendrán tratamiento VIP, y de propina pone en la calle a delincuentes sexuales que, según los expertos, volverán a las andadas en cuanto tengan ocasión. ¿No hay nadie en su Gobierno ‘progresista’ que le advierta de que, por ese camino, van derechos al matadero, y que incluso en el PSOE son muchos los que están contra esas prácticas?, ¿o tal es el miedo que le tienen, tras haber visto que en cuanto alguien objeta sus planes, le o la envía a casa?

El ‘progresismo’ es otra de sus obsesiones. Lo aplica a cuanto dice y hace, hasta el punto de que parece haberlo descubierto él, cuando es uno de los eslóganes más usados por la izquierda. Que los hijos vivan mejor que sus padres ha venido siendo el estandarte incluso de las dictaduras de derechas. Pero a estas alturas, con internet informándonos de cuanto ocurre en las antípodas y la televisión mostrándonoslo, ya nos conocemos unos a otros. Y el resultado es que nadie, o muy pocos de quienes lo están pasando mal, emigra a un país ‘progresista’. Al revés, son muchos los que escapan de ellos, jugándose la vida, para huir no ya de la tiranía, sino de la miseria. Los ejemplos negativos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros países demuestran que el progresismo de izquierdas no es progresista, hasta el punto de haberse invertido la anterior corriente desde España a Hispanoamérica, excepto para aquellos que están en el poder o sus inmediaciones.

Tanto es así que la historia ha venido a dar la razón, después de tantos años, al líder socialdemócrata alemán entre las dos guerras mundiales, Kurt Schumacher, cuando dijo que «el que no es comunista a los veinte años no tiene corazón, y el que sigue siéndolo a los cuarenta tampoco lo tiene». Hoy, incluso a los veinte años, «prefieren una cuchillada en el Metro de Nueva York a la tranquilidad del de Moscú», como dijo Felipe González tras conocer ambos. Aunque sigue habiendo entre nosotros quienes prefieren el silencio de cementerio moscovita y reprochan a un Tamames camino de los noventa que critique a Pedro Sánchez por seguir aliado con los herederos de Carlos Marx. ¿Seguimos siendo diferentes? Me temo que sí.

 

 

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