El psicodrama de Alberto Fernández para eludir las contradicciones internas y las soluciones de fondo
En la Argentina política dos universos conviven al mismo tiempo y en el mismo espacio casi sin tocarse. Disociados.
En uno habita el Poder Ejecutivo, donde reina un clima de escasa amplitud térmica, casi de eterna primavera. Nada parece demasiado grave y el tiempo es laxo. Como suspendido. Es la imagen que construyen los mensajes emitidos desde la Casa Rosada. El otro universo, donde orbita casi todo el resto de la Argentina, es heterogéneo, con temperaturas extremas (sobre todo en los polos) y pronunciados accidentes geográficos. Aquí cualquier cataclismo resulta probable. Todo es urgente.
Los universos solo encuentran algún punto de contacto (más físico que cognitivo) en las escenificaciones constantes que el Gobierno construye. Como en un psicodrama, los problemas se representan. Se actúa el trauma con la esperanza de una solución. O, al menos, de alejar la crisis sin colapsos. Es el reino del ahora y de las postergaciones.
Así afronta el Gobierno la crisis cambiaria, como otros conflictos. En público nadie parece despeinarse, mientras añejas cicatrices económico-financieras de la mayoría de los argentinos se reabren y reactivan padecimientos. De igual manera, Alberto Fernández y su equipo abordan las tensiones crecientes en el interior del Frente de Todos.
Ante la carencia de éxitos para mostrar, se escucha en estos días a ministros y funcionarios enumerando catástrofes que no ocurrieron, a modo de logros. El manual oficial del contrafáctico dice que, contra lo que muchos pronosticaban, el Covid-19 no produjo el colapso del sistema sanitario; tampoco estalló el conurbano, producto de la crisis económica que agravó la cuarentena, ni arreciaron homicidios o secuestros, aunque recrudecieran algunos delitos. El triunfo es lo que no ocurrió, pero pudo haber pasado. El uso del pretérito perfecto simple parece un exceso. Mejor sería decir que no ha ocurrido. Nada está asegurado.
Entre las más recientes escenificaciones se destacan también las del equipo económico para anunciar medidas cada 10 días frente a la escalada de todos los dólares que no son el oficial. Al frente de la representación se alternan actores del cuerpo albertista, que conviven no sin contradicciones internas.
Durante cinco meses y de nuevo la semana pasada, el coronavirus permitió la más constante de las puestas en escena, destinadas a mostrar unidad en la acción de oficialistas y opositores. Todo había funcionado hasta que otras urgencias obligaron a un paréntesis, como la rebelión policial que dinamitó el otrora exitoso trío pandemia, integrado por Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. La explosión de contagios en el interior repuso el escenario para que el Presidente se mostrara junto a gobernadores de los dos polos en aparente armonía.
Otro tiempo ganado, aunque tampoco haya qué celebrar. Nada que no pueda reforzarse con otra puesta en escena: la solicitada de los 24 gobernadores declamando unidad. Para completar el cuadro, el Presidente tuiteó complacencia, como si los mandatarios lo hubieran sorprendido con su gesto y su equipo no hubiera gestado (y financiado) la publicación. Nada nuevo.
Apenas tres días antes, la Casa Rosada fue sede de otra actuación: la reunión de sindicalistas, líderes de movimientos sociales y empresarios, destinada a mostrarle a la misión del Fondo Monetario que el Gobierno tiene el apoyo de las fuerzas productivas y sociales. Como si los visitantes no se reunieran con tomadores de decisiones y líderes de opinión.
Así interpretaron el acto empresarios y sindicalistas participantes, ante la falta de anuncios de medidas concretas, el recitado de acciones tomadas por el Gobierno para afrontar la pandemia y la ausencia del Presidente, que dejó la dirección escénica en su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Fue una forma, también, de sobreactuar apoyo al cuestionado ministro coordinador y de eludir objeciones por estar con dirigentes empresariales que suelen provocar urticaria en el cristinismo cerril. Equilibrio, ante todo.
Allí, para completar la sesión, hubo tiempo para la catarsis sindical y empresaria. El líder cegetista Héctor Daer demandó la recomposición de salarios y el titular de la UIA, Miguel Acevedo, expuso problemas de la industria. Esta vez tampoco hubo devolución.
La disposición a la escucha sigue siendo un distintivo de la gestión Fernández, igual que la relativa, escasa o nula reacción frente a muchos planteos. Es lo que desconcierta a los dirigentes, que celebran el buen trato y añoran respuestas, aunque no los satisfagan. Tanto como para que algunos exageren y digan que extrañan la rudeza eficaz de Guillermo Moreno. Hipérboles de foyer.
El Gobierno parece confiar en el psicodrama y la cronoterapia para males que lo aquejan. Resiliencia y procastinación sería el lema de la hora. Aguantar y postergar es la fórmula; sobre todo, para aflojar tensiones internas. En las cercanías de Fernández admiten el método. Y lo atribuyen a una cualidad de su jefe que para ellos es un elogio: «Alberto es un gran táctico», dicen con admiración. Puntos de vista.
Los vaivenes y pasos en falso del Venezuela Gate se inscriben en ese tacticismo. También se catalizan por la vía del psicodrama. Todo es «hacer como si». Al rechazo en la OEA a un informe sobre las brutales violaciones a los derechos humanos por parte del régimen de Caracas le sucede el apoyo a otro pronunciamiento condenatorio en la ONU. En vez del rockero «Twist and shout», la cúpula oficialista eligió tuits y silencios para encauzar controversias y encapsular un asunto de consecuencias peligrosas, internas y externas.
Fue la forma de trazar una diagonal entre la necesidad de avanzar con el FMI, donde talla Estados Unidos, y las demandas del cristinismo duro, que resiste toda condena pública al autoritarismo de Nicolás Maduro. La entrevista concedida por el Presidente a un portal kirchnerista, publicada ayer, tuvo ese fin.La respuesta más larga que fue reproducida es la que explica el voto en la ONU contra Venezuela. Ninguna casualidad.
Mantener unida la coalición oficialista se ha vuelto un objetivo prioritario de Fernández. Como nunca antes, el Gobierno es blanco de críticas y demandas de cambios. Por ahora el fuego amigo arrecia sobre el Gabinete, con la ilusión de que un cambio de nombres encarrile la gestión. Es lógico. Cualquier otra conclusión sería traumática.
Ante ese escenario, el Gobierno hace foco en tres ejes para llegar a octubre del año próximo, cuando deba afrontar las elecciones. Entiende la necesidad de construir una expectativa. La incertidumbre y los problemas de conducción política son los padres del desorden actual que todos padecen (padecemos).
En primer lugar, en la Casa Rosada apuestan a aguantar el chubasco cambiario (que ya es temporal), hasta llegar a un acuerdo con el FMI, lo que, a su juicio, permitiría estabilizar el frente financiero. En segundo lugar, confían en que llegue la vacuna contra el Covid-19. Por último, se ilusionan con que lo anterior alimente un rebote económico sensible tras la brutal recesión de 2020. Es el proyecto octubre-octubre. La esperanza está intacta a pesar de que el plan no tuvo un buen arranque en la semana con otra escalada del dólar, tras las nuevas medidas adoptadas. La eterna primavera resiste en la Casa Rosada, aunque afuera el termómetro muestre oscilaciones bruscas.
«El gran táctico«, sin embargo, tiene dos desafíos mayores cuyo abordaje posterga el psicodrama. Por un lado, debe resolver el conflicto temporal entre las urgencias del presente de Fernández, las necesidades de resolver el pasado de Cristina Kirchner, y el proyecto a futuro de la Sociedad de Ilusiones Presidenciales Mutuas Máximo Kirchner-Sergio Massa. No basta con la voluntad. Las restricciones objetivas suelen chocar con las necesidades y demandas subjetivas. Por ejemplo, la Justicia no está disociada de la economía.
Por otro lado, hay una contradicción más profunda: los dos modelos de país que existen en el Frente de Todos. Como bien la caracterizó el politólogo y exfuncionario kirchnerista Federico Zapata en el sitio Panamá Revista, Fernández debe dirimir el conflicto entre «quienes consideran que el peronismo debe ser un gestor eficiente del capitalismo», una especie de neodesarrollismo productivista con aptitud exportadora, y «quienes consideran que el peronismo debe transformarse en una cruzada de clase contra el capital, vía una agenda revisionista que (…) implemente un programa redistributivo». Menudo problema para un tacticista.
Por ahora, parece que la opción es seguir con la táctica de «hacer como si» y que el tiempo ordene el desorden. En el universo del Poder Ejecutivo parece posible. En el universo del resto de los mortales hay demasiadas dudas.