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El PSOE toca fondo

Pedro Sánchez no tuvo la valentía para afrontar su responsabilidad de medirse con el candidato propuesto por el Rey. Optó por despreciar al pueblo español a través de la humillación a sus símbolos

Hay imágenes que persiguen a una persona durante toda su vida. También hay vidas que se pueden resumir en una sola imagen. La de Pedro Sánchez acobardado, hundido en su escaño, mirando compulsivamente fotos en el móvil como un adolescente airado, con el músculo de la mandíbula a punto de estallar y el rostro colorado tras no haber sido capaz siquiera de aguantar la mirada a Alberto Núñez Feijóo es, sin duda, una de ellas. Porque, aunque parezca ciencia-ficción, exactamente eso es a lo que hemos asistido este martes. No ha tenido Sánchez la valentía para afrontar su responsabilidad, para abrirse la chaquetilla y para bajar la mano en nombre del Grupo Parlamentario Socialista y medirse con el candidato propuesto por el Rey. Es cierto que en ningún lugar pone que deba hacerlo. Pero no es menos cierto que una persona bien formada no necesita que un reglamento le diga cómo tiene que comportarse. Simplemente lo sabe. Uno sabe cuál es su papel, cuál es su lugar y cuáles son las formas mínimas con las que desenvolverse. No es el caso de Sánchez, que ha optado por el desprecio a Feijóo, por el ninguneo a sus votantes, por el desdén a la etiqueta parlamentaria y por la humillación a un lugar tan solemne. Es decir, ha optado por despreciar al pueblo español a través de la humillación a sus símbolos. Todo en orden.

Y, en realidad, esta es solo una más, una de tantas dentro de esta época desquiciada, del ‘quinquenio’ sanchista, del lustro de la vergüenza, llámenlo como prefieran. Yo ya solo aspiro a estar en paz con la hemeroteca y que, si el día de mañana alguien acude a ABC para entender cómo todo esto pudo suceder, vea que no todos éramos rumiantes. En esta ocasión concreta le ha debido parecer a Sánchez que una investidura es un asunto menor, una nimiedad sin importancia, algo por debajo de su perfil. Deja claro así que, en realidad, le quedaba por encima. Ni siquiera le valía Patxi López para inmolarse y ha sorprendido a todos -empezando por sus socios y por su propio partido- soltando a un diputado raso como Óscar Puente para embarrar el debate, llenar de fango el hemiciclo y reventar la sesión. Lo ha logrado.

El plan incluía que habláramos solo de ese golpe de efecto y no de la amnistía. Eso no lo ha logrado. Es más, ahora no solo se sigue hablando de la vergüenza de la negociación con Puigdemont, de la amnistía y de la autodeterminación, sino que, a todo ello se le suma la imagen de un PSOE «en el cénit de su desprestigio», en palabras de Feijóo. En las mías: un PSOE que nos muestra que a veces se toca fondo al ponerse en pie. Y más si ante lo que te alzas es un discurso tosco, agresivo, frentista e impropio del Congreso. E impropio del PSOE. No alcanzo a pensar qué pasaría por las cabezas de los diputados socialistas que aún conserven un poco de sentido de Estado, de respeto por sí mismos y de consciencia de lo que representan, en el caso de existir. Pero verlos en pie, desatados y con una excitación primitiva ante un discurso que el propio Pablo Iglesias (¡!) tildó de macarra es algo que no esperábamos nadie. Y nada más por reseñar. Cuando se llega al punto de comenzar a ver a Iglesias como un elegante diplomático es momento de parar.

Lo importante es recalcar que hay cosas que traspasan las pantallas, que llegan al pueblo de modo directo y que hace innecesarias las explicaciones. Y ver a un presidente del Gobierno -por mucho que se encuentre en funciones- ‘acochinado’ en tablas, manseando y parapetado en subalternos para no dar la cara, es algo que todo el mundo comprende perfectamente. Y que deja muy claro quién es: alguien sin talla de ningún tipo. Espero sepan disculpar el tono, pero quitar hierro a lo sucedido sería manipular la realidad para edulcorarla. Mentirles, vaya.

Había comenzado la jornada Feijóo, el indudable ganador de una sesión de investidura que, suceda lo que suceda, podrá ser calificada de cualquier manera excepto de fallida. Porque ha servido para muchas cosas. Entre otras para apropiarse ya en exclusiva de la institucionalidad, del concepto de igualdad -quien lo diría- y para mostrarse como la única alternativa de la España del 78. Puede que su discurso no fuera brillante, pero sí que fue adecuado, oportuno y sobre todo inteligente. No pisó ni uno solo de los callos que potencialmente podrían generar conflicto con Vox, a los que trató con respeto y agradecimiento, al igual que a Unión del Pueblo Navarro y Coalición Canaria. Ni rastro de guerra cultural, de aspectos religiosos, de leyes ideológicas, de inmigración, de discursos nacionalistas ni del resto de temas a los que Vox está abonado. Una manera sabia de no entrar en conflicto precisamente con quien te está apoyando de modo generoso, responsable y a cambio de nada. Bien.

Y el discurso de Feijóo ha sido abiertamente moderado y conciliador. Falto de épica, sí, pero tan sensato que podría firmarlo sin problemas el 90% de los españoles. Incluía pactos de Estado a los que se puede ejercer poca oposición si no es desde el sectarismo. Y con un marcado contenido social y de regeneración democrática.

«Último gran discurso»

Algunos diputados socialistas decían en los corrillos que era «su último gran discurso», como queriendo poner el énfasis en la palabra ‘último’ sin saber que, en realidad, lo estaban poniendo en la palabra ‘gran’. Fue creciéndose en las réplicas, mostrando que es mejor parlamentario sin guión y ‘gustándose’ cada vez más. Hasta que logró dominar la escena. Por momentos, parecía más presidente que el presidente, que, por entonces, seguía haciéndose minúsculo en el zoom de las pantallas gigantes.

No ha caído en el error de dejarse llevar por el tono bronco que el PSOE propuso ni ha entrado en el lodazal. Feijóo no es un recién llegado y mostró la solvencia, la tranquilidad y la mesura que el momento requería. Y, como Sánchez no ha respondido, una Yolanda Díaz visiblemente contrariada ha dejado paso en la fiesta de la ignominia a Marta Lois, que ha dicho que lo anterior le había dado vergüenza ajena. Entendemos, empáticamente, que por Puente. También dejó el turno al secretario del Partido Comunista, a una diputada de Esquerra Verda y porque no había ningún representante del Niño Jesús de Praga, También hablaron Rufián y Nogueras.

 

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