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El PSOE y las dictaduras

«Resulta vergonzoso que el sanchismo sea tan sensible para la dictadura franquista, pero se ponga de perfil en la condena de la bolivariana»

El PSOE y las dictaduras

   Ilustración de Alejandra Svriz.

 

 

La cuestión de Venezuela ha dejado al descubierto la ambigüedad del PSOE actual hacia las dictaduras. No se puede saber si esa tibieza se debe al dinero del narcotráfico, a los amores ideológicos, al miedo a que alguien tire de la manta, o a una absurda prudencia diplomática. El caso es que los socialistas y su Gobierno no han estado en cuerpo y alma con los demócratas venezolanos desde el primer hasta el último día. Resulta vergonzoso que el sanchismo sea tan sensible para la dictadura franquista, pero se ponga de perfil en la condena de la bolivariana.

Este episodio es la demostración de que el socialismo español desde 1974 ha pasado dos etapas en su relación con las dictaduras. El periodo de Felipe González, a partir de Suresnes, se caracterizó por el repudio a cualquier forma dictatorial. Costó ese viaje por la inercia del socialismo y la competición inicial con el PCE, pero en 1979 se deshicieron del casposo marxismo. También es cierto que ese PSOE era la prolongación de la socialdemocracia europea que lideraba Willy Brandt, y el ojito izquierdo de los reformistas del régimen.

El resultado fue un PSOE que no bebía los vientos por la Cuba castrista ni por ninguna otra dictadura. De hecho, recondujo el viejuno «no a la OTAN», que había usado solo para reunir todo el voto de la izquierda contra la derecha, y convirtió a España en un país atlantista. Cualquier ciudadano de este país tenía la convicción de que el Gobierno socialista no era dudoso en la defensa de la democracia liberal en Nicaragua, Chile o Argentina. Ningún socialista lloró la caída del Muro de Berlín. Durante los gobiernos felipistas, su política exterior, con errores, fue el convertirse en interlocutor entre Hispanoamérica, Europa y Estados Unidos por la democracia liberal.

Esto pasó a mejor vida con Zapatero, que inició una trayectoria nefasta en la relación con las dictaduras que ha culminado Pedro Sánchez. Esa segunda etapa se caracteriza por la distinción entre dictaduras interpretables y dictaduras nefandas. Las primeras son aquellas en las que los socialistas sacan algún tipo de rendimiento personal o político, y las otras las del pasado, como la franquista, porque la pueden usar en su discurso político. Es aquí donde retuercen el mensaje, lo engolan y teatralizan para esconder la verdad, que no es otra que están defendiendo hoy regímenes dictatoriales y haciendo política con la historia de hace 50 años.

El caso de Venezuela es sangrante en este sentido. La «mediación» de Zapatero en el país caribeño desde 2016 ha supuesto el aumento de presos políticos y de los asesinatos de opositores, según denunció María Corina Machado. Comenzaron entonces a señalar a ZP como encubridor de la dictadura. De hecho, mientras González, Aznar y Rajoy firmaron en septiembre pasado un documento pidiendo a la Fiscalía Internacional el procesamiento de Maduro, Zapatero se quedó juntó al dictador venezolano. No en vano, ZP ha ocultado las actas electorales que demostraban la victoria de la oposición.

«Albares, ministro de Exteriores, se negó a calificar de dictadura el régimen bolivariano porque, dijo, ‘no es politólogo’»

Las gestiones de Zapatero en Venezuela son tapadas por el Gobierno de Pedro Sánchez. Aquí entramos en un terreno todavía oscuro, con maletas misteriosas, viajes a República Dominicana, Delcy Rodríguez en Barajas, y el voto en contra del PSOE en el Parlamento Europeo para reconocer a Edmundo González como presidente de Venezuela. En esta suma de despropósitos sospechosos, Albares, ministro de Exteriores, se negó a calificar de dictadura el régimen bolivariano el pasado mes de septiembre porque, dijo, «no es politólogo ni catedrático de constitucional».

Ese lenguaje y actitud se contradicen cuando el sanchismo habla de la dictadura de Franco. En la calificación de esta última todos son historiadores, politólogos y catedráticos. No importa, por ejemplo, que en la Venezuela de 2024 hubiera casi 1.800 presos políticos con 28 millones de habitantes, de los cuales 8 millones ha salido del país, mientras que en la dictadura de Franco, en 1975, según el historiador Abdón Mateos, y antes de la amnistía, el número de presos políticos no llegaba a mil. Y eso que la población española era de 35 millones, y solo uno estaba en el exterior. Ambos regímenes eran dictaduras, por lo que la condena tiene que ser la misma.

Vamos con más cifras. La historiadora francesa Sophie Baby ha contabilizado ocho muertos en 1975 a manos de las fuerzas del orden franquista, y otro asesinado por la extrema derecha. En Venezuela, la policía y milicia bolivarianas mataron en las calles a 28 personas solo en los meses de julio y agosto de 2024, y en diciembre, hace nada, a tres presos políticos. Mientras en la España de 1973 a 1975 hubo mucha prensa crítica, que fue censurada a posteriori y multada, cierto, en Venezuela ya no existe.

«Lejos de asentar los pilares de la democracia en España y la confianza en el régimen constitucional, este PSOE los debilita»

Y si hablamos de pobreza, más vale que demos un paso atrás. En la España de 1975 el 13% de las familias eran pobres. Hoy, según informó RTVE el 14 de octubre de 2024, en la España de Sánchez el 8,3% de los ciudadanos viven en pobreza severa, y el 26,5% está en riesgo de pobreza y exclusión social. En Venezuela es peor que en la España franquista o en la sanchista: el 51,9 % de los hogares venezolanos vive en la pobreza. Hablamos de diez millones de pobres, más los ocho millones de emigrados. Si este país hermano no necesita un cambio, que venga Dios y lo vea.

La conclusión es que estamos ante el peor PSOE de la historia desde la Guerra Civil y la época de Largo Caballero. Lejos de asentar los pilares de la democracia en España y la confianza en el régimen constitucional, este PSOE los debilita y pone en cuestión para ganar el voto parlamentario de los rupturistas. A esto se añade la querencia zapaterista y sanchista por las dictaduras, en especial la de Venezuela, aunque los motivos completos aún nos son desconocidos.

Estaría bien que el partido que compone el Gobierno de la cuarta potencia europea fuera inequívoco frente a la defensa de los derechos humanos ligados indudablemente a la plena democracia liberal.

 

 

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