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El quedo cantío del Cardenalito

 

Jilguero Rojo o Cardenalito Cantando Sonido para Llamar El Mejor - YouTube

 

“…para llevarme lejos, el matiz y el contraste…”

José “Pollo” Sifontes

Mis valores son los de toda la vida. Los que fui adquiriendo en la casa y el colegio, en las lecturas y el contacto con la vida social real, con sus desigualdades y sus posibilidades, los que me llevaron a estudiar Derecho, los que orientan mi escritura desde que El Impulso me abrió sus puertas siendo apenas un adolescente, los que me animaron a militar en la Democracia Cristiana desde el liceo. La vida que ya es larga, con setenta y cinco supero la media nacional y mundial, me ha ofrecido experiencias que condicionan mi visión, al ajustar mi sentido de lo posible en atención a los contextos y si bien no atenúan mi inconformidad ante lo injusto, me advierten acerca de lo limitado de mis capacidades. No veo la vida el alto contraste, porque he aprendido a percibir sus infinitos matices.

Vivo en una relación a veces armónica, otras tensa y algunas, para qué negarlo, conflictiva, entre esos valores y las batallas, grandes y pequeñas a las que me convoca la realidad. Trato, con variable éxito, de no ser ante los golpes de la vida “clavo que se dobla”, como recuerdo la insistente advertencia de Gaudencio, uno de esos magisterios que dejan huella.

No estoy seguro de si envejezco bien o mal, de si mantengo capacidad de adaptación –adaptarse no es instalarse, leí en Mounier hace mucho y trato de tenerlo presente- o me cuesta más que antes, lo mismo que me pasa con las escaleras o con el ruido.

En tiempo de polarización crispada entre extremos que considero simplificadores, soy centrista y moderado. Demócrata en un mundo en el que sólo el 6.6% vive en democracias de verdad y, para ser sincero, no estoy seguro que todos entendamos lo mismo por democracia que para mí es esencialmente libertad, justicia, pluralismo, institucionalidad que funcione y respeto por los demás.

Por razones vocacionales creo en el Estado de Derecho en días de antijuridicidad, como creo en las instituciones cuando lo que está de moda son los personalismos mesiánicos. Lo mismo creo en la política como modo civilizado de resolver los conflictos, por las buenas. Me lo dicta la convicción, me lo enseñan los estudios y me lo demostró la práctica, pero me doy cuenta que lo que se lleva es la antipolítica.

En medio de un clima generalizado de intolerancia, por inclinación natural fortalecida con lo que he vivido, soy tolerante con las opiniones y aún con los errores ajenos, dado que es lo que espero de los demás. Y cuando la impaciencia brota silvestre, prefiero ser paciente, aunque a veces cueste. Sé que los gustos son diferentes, como me dijeron en Carora, por eso es que se venden las acemitas.

La economía de libre mercado no es perfecta, pero es la que mejor funciona y sus defectos se pueden corregir, en el marco de una política social de mercado, porque el Estado no puede ni debe coparlo todo, pero tampoco abandonar a su suerte a los más débiles. Mi opinión no les gusta a los que adoran la “mano invisible del mercado” y a los que por prejuicio ideológico o por interés de poder, son estatistas.

Mientras se habla del ocaso de las ideas, de la muerte de las ideologías y se celebra un inmediatismo de vista corta y amígdalas hipertrofiadas con el nombre de “pragmatismo”, porque no he encontrado una cosmovisión que la supere, sigo profesando mi adhesión al Humanismo Cristiano y su concreción en el pensamiento y la acción política, el socialcristianismo.

En un mundo cada vez más laico, soy católico, sin que ello me impida respetar las creencias o no creencias de los demás. Al contrario de impedírmelo, me lo aconseja la virtud de la caridad.

Aunque trabajo mucho en la computadora, escribo con pluma fuente, disfruto más leer en libros de papel y extraño los medios impresos, como uso corbata y nada ni nadie me convence de cambiar el bolero y los ritmos del Caribe por el rap o el reggaetón. Me gusta Cadenas y también Andrés Eloy, como Serrat y Maelo o Celia Cruz y la Callas sin que me parezca contradictorio. Me resulta cuesta arriba –por no decir imposible- aceptar eso de que uno no pueda alegrarse por nada en el deporte, en el arte o en la vida, mientras aquello siga sin resolverse. Es como si legítimamente, uno no pudiera ser cardenalero o lo que a usted le nazca, porque solo estuviera permitido, tan dilemática como obligatoriamente, no digo yo ser caraquista y magallanero, sino peor, ser caraquista o ser magallanero y punto.

Venezolano, muy mayor de edad, casado doblemente reincidente y de este domicilio desde diciembre de 1979. Confieso, sin caer en el monólogo de Pío Miranda en El Día que me quieras, a veces siento, como Emir Rodríguez Monegal en aquella tarde caraqueña de julio del sesenta y siete, que hablo en nombre de una raza extinta o al menos en peligro de extinción. Si no como el alce irlandés o el escribano patilargo de Canarias, como el cardenalito, el carey o el corroncho del Tuy de por aquí.

Nota: Al “Pollo” lo admiro mucho como compositor y como persona, pero en mi memoria y en mi corazón, su “Anhelante” está inevitablemente unida a la voz de Gualberto Ibarreto. Cómo se hace.

 

 

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