El Raúl Rivero que voy a recordar
Faltando unos pocos días para cumplir 76 años, el poeta cubano Raúl Rivero ha fallecido en el exilio. Fuimos condiscípulos en la escuela de periodismo de la Universidad de La Habana, compartimos un tiempo en la redacción de la revista Cuba Internacional, pero sobre todo fuimos amigos.
A comienzos de 1970, mientras cubríamos las informaciones de la llamada Zafra de los Diez millones en Camagüey, Raúl Rivero escribió lo que entonces hubiera querido que fuera su epitafio, o tal vez su testamento. Nunca supe por qué me pidió que guardara aquella hoja mecanografiada sin copia. Lamentablemente el poema se perdió y de él solo recuerdo el tono festinado con el que el poeta hablaba desde su imaginario féretro.
«Rodeado como estoy de compañeros/ quiero destacar en mi breve biografía/ que nunca anduve en esos autos veloces/ salidos de las lentas piernas del pueblo». Estoy citando de memoria. Para la época aquel era un poema conflictivo aunque el cadáver apareciera vestido de miliciano.
Cuándo le pregunté en junio de 1991 por qué había firmado aquella famosa Carta de los Diez que lo llevó al ostracismo dentro de Cuba, me respondió: «Cuando la leí pensé que aquello podría haberlo firmado hasta la Caperucita Roja». Tenía esa manera aguda y sarcástica de decir cualquier cosa, todavía lo recuerdo asomado a su balcón de la calle Peñalver, en Centro Habana.
Recuerdo que un día hablando sobre el periodista independiente David Orrio me dijo «A ese tipo solo le falta ponerse el uniforme»
Tuvimos largas conversaciones y no pocas discusiones sobre todo en los momentos en que sospechaba de casi todo el que se le acercaba. Recuerdo que un día hablando sobre el periodista independiente David Orrio me dijo «A ese tipo solo le falta ponerse el uniforme». Todavía Orrio no se había destapado como el agente Miguel que sirvió de testigo para encarcelar a Rivero durante la Primavera Negra.
Como es conocido, Raúl Rivero fue condenado a 20 años de prisión en aquel proceso de 2003. Tras ser excarcelado con una licencia extrapenal por motivos de salud lo visité en su casa. Cuando le pregunté cuán dura había sido la prisión me respondió: «Tremenda mierda me hicieron, ni siquiera un golpe». Pero las magulladuras eran internas, lo marcaron por el resto de su vida.
Ese será el Raúl Rivero que siempre voy a recordar, risueño, ocurrente, ingenioso, el poeta de los amores imposibles, el cronista que supo narrar la dictadura, un periodista sin mandato como prefería definirse a sí mismo. La vida hasta conectó nuestras familias y, aunque en los últimos años apenas tuvimos contacto por la distancia que impuso su destierro, siempre supe que tenía al «Gordo Rivero» a mi lado.
En los lejanos días en que me creía poeta yo fantaseaba con que en alguna entrevista alguien indagara sobre mis influencias. Quería que me lo preguntaran para poder contestar «En primer lugar, Raúl Rivero».
Hoy cuando solo he logrado ser periodista podría dar la misma respuesta.
Seré, cuando no vuelva/ algún dulce fantasma/ un fantasma querido y dulce,/ si no vuelvo./ Raúl Rivero, 1988