El regreso de Bolsonaro y la decepción de los aliados de Lula
Dos hechos han emergido con fuerza. Por un lado, el anuncio del ex mandatario derechista y, por el otro, la ya clara línea política del actual presidente, que en lugar de liderar el frente amplio que le permitió ganar con el 50,9% de los votos, ahora parece inclinarse cada vez más hacia un sector: el de su Partido de los Trabajadores
¿Qué pasó con la polarización política que dividió Brasil en dos durante la campaña electoral y culminó en los actos vandálicos del 8 de enero, cuando cientos de bolsonaristas invadieron y saquearon los palacios del poder en Brasilia? ¿Es agua pasada o corre el riesgo de minar el futuro político del país? Esta es la gran pregunta de los últimos días en los que dos hechos han emergido con fuerza. Por un lado el anuncio del regreso de Bolsonaro a Brasil, y por otro la ya clara línea política del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que en lugar de liderar el frente político amplio que le permitió ganar con el 50,9% de los votos, ahora parece inclinarse cada vez más hacia un lado, el de su Partido de los Trabajadores (PT).
A pesar de las buenas intenciones del discurso que pronunció durante su investidura como “presidente de todos”, en las últimas semanas Lula ha radicalizado sus declaraciones, ha creado desconcierto en el ala más moderada de su partido y en sus aliados, y ha celebrado públicamente varias veces a José “Zé” Dirceu. Ex ministro de Lula, condenado en la operación Lava Jato a ocho años de cárcel pero con un recurso pendiente ante el Supremo Tribunal Federal (STF) para anular su sentencia, Dirceu vivió en Cuba donde fue protegido y entrenado por el régimen de Fidel Castro durante su exilio en los años de la dictadura en Brasil. Esta línea de Lula se vio claramente en su última entrevista, concedida a CNN Brasil. Lula calificó a Dirceu de “agente y militante político de gran calidad que no tiene que esconderse”, insinuando que tal vez, una vez resueltos sus problemas judiciales, “Zé” podría volver como pieza clave de su gobierno. Mientras tanto, el presidente ha elegido a su hijo José Carlos Becker de Oliveira e Silva, más conocido como “Zeca Dirceu”, como líder del PT en la Cámara, que en los últimos días ha amplificado la polémica lanzada por Lula contra el Banco Central y su presidente Roberto Campos Netos por la tasa de interés Selic del 13,75% considerada por el PT “una vergüenza”. Zeca Dirceu está entre los promotores de la demanda de que Campos Neto justifique su actuación ante el Senado y de una escalada de tono contra el Banco Central duramente criticada por los economistas ortodoxos del país.
El ataque al Banco Central, cuya autonomía Lula podría revocar “si la situación no mejora”, no es más que la punta del iceberg de una agenda presidencial cada vez más radical, en el tono y en las declaraciones. Inevitable es la preocupación del llamado frente amplio, es decir, aquellos ocho partidos que apoyaron a Lula para frenar el bolsonarismo convencidos de que realmente podrían crear un gobierno amplio y polifónico. Pero el entusiasmo de un renacimiento político en pocas semanas ha sido sustituido por la decepción. El jueves, en la CNN, Lula lo dejó claro. “No hay partido político en Brasil. El único partido con cabeza, tronco y extremidades es el PT. El resto es una cooperativa de diputados que se unen en las elecciones”. Palabras muy pesadas que parecen olvidar que ocho ministros de su gobierno proceden de esos mismos ocho partidos que le apoyaron en la segunda vuelta de la campaña electoral. Se trata del Partido Comunista de Brasil (PCdoB), la Unión Brasil, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el Partido Social Demócrata (PSD), el Partido Democrático Laborista (PDT), el Partido Socialista Brasileño (PSB), el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y Rede.
Y aunque Lula admitió ser consciente de que su partido despierta “amores y odios”, en la misma entrevista a la CNN subrayó que su partido es uno de los mayores partidos de izquierda del mundo. “El PT sólo pierde ante el Partido Comunista Chino, que es muy grande” y que, cabe recordar, es el partido único de un régimen dictatorial. Lula en la misma entrevista arremetió luego contra Bolsonaro. “Cuando se niega la política el resultado es este: Bolsonaro, Hitler, Mussolini. El resultado es el nacimiento del autoritarismo”. Sin embargo, Lula y su partido se oponen a una Comisión Parlamentaria de Investigación, promovida por la diputada Soraya Thronicke, del Partido de la Unión Brasil, sobre los hechos del 8 de enero, que permita en cambio entender qué pasó, cómo pudo pasar y, sobre todo, evitar que se repita.
“Lula está lleno de resentimiento y no hay nadie con autoridad para decirle que no e impedirle ciertas actitudes como la que mantiene con Campos Neto”, dijo Nelson Jobim. Jobim fue ministro de Defensa en el segundo mandato de Lula (2007-2010). Otras críticas provienen tanto del frente amplio como de la sociedad civil por la resolución publicada en los últimos días por la Dirección Nacional del PT en la que reitera la narrativa de un partido víctima de “denuncias falsas”, de un impeachment de Dilma Rousseff que habría sido “un golpe de estado” y de un equipo de magistrados, los de la Lava Jato, la operación que en 2014 destapó la caja de Pandora de la corrupción en Brasil, que el documento del Partido de los Trabajadores define como “un grupo criminal”. El mayor partido aliado de Lula, el MDB, se distanció de inmediato. “Es triste ver a un partido importante difundiendo noticias falsas”, dijo su presidente, Luiz Felipe Baleia Rossi.
El propio magistrado símbolo de la Lava Jato, el ex juez Sergio Moro, hoy senador de un partido que gobierna con Lula, la Unión Brasil, comentó en sus redes sociales que el “PT no asume sus errores del pasado” calificando la resolución de “negacionismo de la corrupción”. La narrativa del PT va contra la verdad histórica. Dilma Rousseff sufrió un impeachment en 2016 porque las instituciones democráticas la castigaron por promover las llamadas ‘pedaladas fiscais’, es decir la manipulación de las cuentas públicas. La cuestión de la corrupción del PT tampoco es una invención histórica. El caso más famoso sigue siendo el del Mensalão, que explotó en el primer gobierno de Lula (2003-2006), un gigantesco esquema de compra de apoyo político con fondos públicos. Y luego desde el primer gobierno de Dilma Rousseff, (2010-2014) el Petrolão, el escándalo de corrupción del PT destapado por la Lava Jato. Pero bajo la lupa de los investigadores acabaron otras empresas estatales y multinacionales, como Odebrecht entre otras que tuvo inclusive que cambiar su nombre.
Mientras tanto, el expresidente Jair Messias Bolsonaro dio a conocer en su primera entrevista desde que se mudó a Florida a finales de diciembre, al diario Wall Street Journal que tiene la intención de regresar a Brasil en marzo, aunque su esposa Michelle declaró más tarde que “todavía necesita descansar”. El ex presidente dijo que quería volver para liderar la oposición fuera del Congreso, en temas muy importantes para él, como la lucha contra el aborto y el control de armas. “La derecha no ha muerto y sigue viva”, dijo, descartando la cuestión del fraude electoral, caballo de batalla de sus partidarios, con un “no digo que hubo fraude, sino que el proceso fue amplificado por prejuicios”. Y sobre el supuesto golpe de Estado, dijo: “¿Golpe? ¿Qué golpe? ¿Dónde estaba el líder de este golpe? ¿Dónde estaba el ejército, dónde estaban las bombas?”
En un escenario como el actual, un eventual regreso de Bolsonaro solo puede enardecer la escena política dominada en estos momentos por un Lula que no predica la unidad sino que la división. Si a esto se añade una posible crisis económica desencadenada por políticas destinadas a expandir el gasto público y la inflación en nombre de una Teoría Monetaria Moderna que ya ha fracasado en otros países, el peligro de que Brasil se convierta en una bomba social es alto.
En un duro editorial, el diario brasileño Estado de São Paulo resumió bien los riesgos: “Bolsonaro no es ni un conservador ni un liberal, sólo un reaccionario y un autoritario”, reza el texto. “Si no quiere perpetuar la dialéctica infernal que devolvió el ‘lulopetismo’ al Planalto, responsable de los mayores escándalos de corrupción y de la peor recesión de la Nueva República y la espiral de degradación que desembocó en el 8 de enero, la derecha, liberal y conservadora, debe huir de este ‘líder’ que contradice todos los valores que la derecha defiende. La derecha civilizada debe oponerse enérgicamente tanto a Bolsonaro como a Lula.” Brasil, en definitiva, en estos momentos es congelado en sus contradicciones políticas y parece condenado a eternizarse como “la tierra del futuro”, tal y como la había definido con esperanza el escritor austriaco Stefan Zweig en un libro que se hizo muy famoso, cuando se refugió aquí para escapar de los horrores del nazismo en Europa en 1941. Sin embargo, en Brasil Zweig se suicidó. Y ese futuro que el escritor había vislumbrado aún tiene que llegar.