Democracia y Política

El relanzamiento del PAN: lo bueno, lo malo y lo feo

Es buena noticia que el PAN busque nuevas formas de presentarse ante la sociedad. ¿Bastará con eso, en el marco de una crisis global de los partidos tradicionales?

 

 

Con nuevo logo, nuevo lema y la promesa de renovación de cuadros, el Partido Acción Nacional presentó su “relanzamiento”. Pero más allá de su presentación en sociedad, la renovación del PAN revela algo más profundo: el reto de reinventarse en una era donde los partidos, en todo el mundo democrático, están en franco peligro de ser engullidos o destruidos por los populismos.

Es una buena noticia que el PAN vuelva a relatarse a sí mismo. Que trate de superar la esquizofrenia discursiva que ha padecido por años. Desde el año 2000, cada generación de políticos panistas parecía tratar de desligarse por completo de las anteriores. Las pugnas intestinas borraron la línea de continuidad y coherencia discursiva que necesita cualquier organización política para triunfar. ¿Qué futuro tiene un partido que no es capaz de contar una buena historia sobre sus dos expresidentes y sus decenas de exgobernadores y exalcaldes?

Hoy, el PAN vuelve a hablar de libertad, honestidad y Estado de derecho; intenta rescatar su identidad de clase media, la que cree en el esfuerzo, el mérito y la decencia. En el plano simbólico, hay señales de vitalidad: una estética renovada, mensajes más breves, un esfuerzo por comunicar con menos solemnidad. En política, quien no tiene relato, no tiene destino. El PAN parece haberlo entendido: si no cuenta su propia historia, sus malquerientes la seguirán contando por él.

Ahora, lo malo: la ejecución del discurso todavía es tibia, ambigua y no encuentra hasta el momento portavoces que lo encarnen con convicción y consistencia.

Vamos por partes. Primero, la triada discursiva “patria, familia, libertad” tiene potencial. Patria convoca. Familia une. Libertad inspira. Son valores integradores que al menos intentan reimaginar el relato del país, dominado hoy por la demagogia del “pueblo pobre y bueno contra las élites ricas y malvadas”. Pero para tener posibilidades de éxito, el relato requiere de contenido más profundo y de voceros absolutamente convencidos, dispuestos a dar la batalla cultural con todo en contra: las élites periodísticas, las intelectuales y, desde luego, al oficialismo.

No ayuda a la causa que la dirigencia del partido dude al explicar el nuevo lema, esforzándose por justificar que no es excluyente, ni ultraconservador, ni “mocho”, y adoptando el lenguaje de los rivales, no el propio. El PAN tiene que definir a quién le quiere hablar: al mexicano de a pie, que tal vez puede creer en un relato de ”patria, familia y libertad” si se lo cuentan bien, o a las élites formadoras de opinión, que en México oscilan entre un impostado progresismo y un acendrado nihilismo. Si no se define, el resultado será un mensaje ambiguo: demasiado tradicional para los inconformes, demasiado tibio para los creyentes. Cabe preguntarse, ¿dónde está la Georgia Meloni del PAN? ¿Dónde la Cayetana Álvarez de Toledo? Es vital que el PAN cuente con voceros altamente elocuentes, competentes y bien preparados para difundir este nuevo discurso. Si no, el partido seguirá a la defensiva, comunicando desde la respuesta, no desde la propuesta.

Finalmente, lo feo es que el problema del PAN no es solo del PAN. Es nuestro problema, de todos, porque se trata de la versión mexicana de una crisis global: la de los partidos tradicionales en las democracias. En Francia se tambalea la gobernabilidad porque los partidos de siempre ya no saben que más hacer para frenar a los populismos identitarios. En el Reino Unido, tanto conservadores como laboristas se desfondan, mientras el populismo xenofóbico avanza a paso firme. En Estados Unidos, el Partido Republicano es ya un cascarón vacío colonizado por el agresivo movimiento MAGA, mientras que el Demócrata lucha por conectar emocionalmente con una sociedad dividida y descreída.

Vivimos una era revolucionaria de descontento global. De acuerdo con el Barómetro de Confianza 2025 de Edelman, 6 de cada 10 ciudadanos en el mundo siente agravio contra las élites económicas, culturales y políticas de su país. Por eso triunfan, a derecha e izquierda, movimientos como Morena, MAGA, LLA, RN o UKIP, que prometen más revancha que soluciones. Los partidos como el PAN, los demócratas estadounidenses, los laboristas británicos o el PRO argentino enfrentan la misma disyuntiva: ser engullidos por el populismo o enfrentarlo en desventaja emocional y narrativa. De ahí que les resulte tan difícil armar discursos con propuestas sensatas de gobierno que, además, ofrezcan identidad de tribu.

En conclusión, más allá de repetir lugares comunes sobre “la falta de nuevos rostros” en los partidos, quienes hacemos análisis político deberíamos preguntarnos: ¿queremos que México tenga un sistema imperfecto, pero plural, de partidos? ¿O le hacemos caso a las pulsiones emocionales de la mayoría y nos movemos a un sistema autoritario de partido único? Los guindas tienen muy clara su respuesta. Falta ver si el resto de la sociedad les sigue cediendo el monopolio de las emociones y, con él, el permiso de vaciar las urnas de sentido. ~

 

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