El relato de Chile
Cada gobernante ha intentado fijar su relato acerca del respectivo tiempo histórico, pero la mayoría de las veces esos mensajes pecan de reduccionismo y falta de comprensión.
El Mensaje del Presidente Gabriel Boric este 1 de junio ha permitido a la coalición de gobierno intentar fortalecer su relato sobre el Chile actual, que de alguna manera representa una visión histórica y una propuesta de futuro. Esa es la regla general de los mensajes presidenciales desde el siglo XIX hasta hoy. El escenario político era interesante en el Congreso Nacional: el Senado presidido por un experimentado dirigente de Renovación Nacional, en tanto la Cámara de Diputados aparece liderada por una activa figura del Partido Comunista, pequeño electoralmente pero extremadamente influyente.
El momento no sólo sirve para rendir una cuenta sobre el estado político y administrativo de la nación, o hacer anuncios sobre realizaciones futuras reales o supuestas, sino que es mucho más que eso. En la práctica, también es una oportunidad para que los gobernantes fijen su posición sobre el desarrollo del país y los respectivos tiempos históricos que les ha tocado vivir.
Las primeras décadas bajo la Constitución de 1833 sirvieron para fijar la idea de la excepcionalidad chilena, a la que apeló el propio Presidente José Manuel Balmaceda en 1890, apenas unos meses antes del estallido de la guerra civil: “Vivimos una hora de quietud pública y de actividad en los círculos políticos del Congreso”, para después afirmar que Chile había sido una excepción en ambas Américas, como un país sin guerras civiles, golpes de Estado ni cambios constitucionales.
En siglo XX tanto Jorge Alessandri como Eduardo Frei Montalva advirtieron rasgos de deterioro institucional, mientras Salvador Allende anunció la vía chilena al socialismo en 1971 y 2 años más tarde advirtió el peligro de la guerra civil. El general Augusto Pinochet aprovechó los 11 de septiembre para presentar el itinerario constitucional y el sentido de las reformas económicas, en tanto desde 1990 en adelante fue fundamental la reinserción internacional de Chile, la consolidación de la democracia y ciertos avances económicos y sociales. El Presidente Sebastián Piñera habló de los desafíos del Bicentenario y de las posibilidades reales de superar la pobreza y alcanzar el desarrollo.
Por todo ello, en el discurso del Presidente Gabriel Boric de este 1 de junio la clave no está en la explicación de algunas cosas que se hayan hecho o la reiteración de algunas promesas. Lo central -y en buena medida es lo que se ha visto en los últimos días- está determinado por la visión de país del Frente Amplio y el Partido Comunista, que son los ejes sobre los cuales se estructura ideológicamente el Gobierno de Chile. En otras palabras, la clave está en una adecuada síntesis entre el Programa de Gobierno y la Constitución de la Convención, derrotada el 4 de septiembre de 2022. Lo demás se refiere a las posibilidades y la correlación de fuerzas, no a los deseos y aspiraciones del sector gobernante.
En este sentido, conviene tener en cuenta algunas consideraciones. La primera es que la generación gobernante aspira a una transformación estructural de Chile, aunque su posición y resultados hayan sido pobres en los 2 años desde que llegó Gabriel Boric a La Moneda. Esto se funda en la convicción de que la sociedad chilena es profundamente injusta, producto de un sistema económico y social impuesto e ilegítimo, que ha generado profundas desigualdades, marcadas por un grupo de poderosos frente a grandes mayorías ajenas a los privilegios.
Todo ello, que podría ser cargado originalmente a Pinochet y los civiles que lo acompañaron, en realidad tuvo un apoyo más amplio y se consolidó bajo los gobiernos de la Concertación, entre 1990 y 2010. El sentido de la revolución de octubre de 2019 fue poner fin a esos y otros abusos y cambiar la historia de Chile de los últimos “30 años”. Ese era el mismo sentido que tenía la irrupción de la generación del Frente Amplio y el liderazgo de Gabriel Boric.
Por lo mismo, el mensaje de este 1 de junio debe leerse en una dimensión más amplia. En ese plano destaca especialmente el contraste que ha buscado imponer entre el gobierno del presidente Sebastián Piñera y anteriores frente a la actual Administración, que ha logrado -a juicio del oficialismo- ordenar o estabilizar al país, sus fronteras e incluso la seguridad pública y la economía familiar. Los ministros y parlamentarios de izquierda han sido muy claros en repetir estas ideas durante los últimos días y, de alguna manera, esperan que la repetición de este discurso vaya generando una realidad.
En cualquier caso, desde el comienzo de su discurso el Presidente Boric fijó ciertas pautas: habló del objetivo de establecer una sociedad de bienestar en Chile, hizo un reconocimiento al Presidente Sebastián Piñera, fallecido en febrero pasado; y reiteró la necesidad de alcanzar grandes acuerdos en la línea de lo que promueve su Gobierno.
En cuanto al tono, claramente retomó la iniciativa política y pudo fijar ciertos ejes que comenzarán a discutirse con mayor éxito. Sobre Chile, dijo que era un país que tenía un gran prestigio internacional que se extiende por décadas. En otras palabras, hizo un discurso más conciliador, con énfasis en la delincuencia y algunos signos de unidad hacia la izquierda, como la promoción de la ley del aborto. Con todo, se trata de un discurso más matizado, lejos del espíritu refundacional de su proyecto político, de la revolución de octubre de 2019 y de su fallida Carta Fundamental.
El Presidente terminó con una reflexión que, hecha 5 o 6 años atrás, habría hecho un gran bien y quizá habría evitado algunos males:
“A veces, miro con frustración a quienes parecen querer agravar los problemas, no resolverlos; a quienes se niegan a encontrar soluciones para tratar de probar que tenían razón o para ganar algunos puntos en la encuesta semanal. Creo que todo Chile se alegraría si dejáramos de lado la rabia y nos enfocáramos, colaborativamente, a resolver los temas de importancia nacional. No seamos ciegos: si la población no aprecia cambios que mejoren su calidad de vida ahora, estaremos erosionando la credibilidad de nuestras instituciones democráticas y pavimentando el camino a un nuevo estallido social. Los invito, con humildad, a que terminemos con las recriminaciones y a que abracemos la colaboración. Lo hemos hecho en materia de seguridad, y se han mostrado los frutos. Sigamos en ello”.
Vivimos tiempos confusos. No resulta claro saber hacia dónde ser dirige Chile, cuya realidad e indicadores muestran una progresiva decadencia y falta de energías que permitan avanzar hacia el progreso social, aunque esta realidad se vea contrastada por un relato que, sin ser original, es todavía consistente en algunos aspectos y tiene la fortaleza de la convicción de un número relativamente alto de chilenos.
Cada gobernante ha intentado fijar su relato acerca del respectivo tiempo histórico, pero la mayoría de las veces esos mensajes pecan de reduccionismo y falta de comprensión. Por lo mismo, los gobiernos suelen tener despertares dolorosos y regresos a la realidad de difícil aceptación. Si en algunos momentos el relato parece adquirir un valor superior, con el tiempo llega la venganza de la realidad, momento en el cual se invierten vencedores y vencidos. Los discursos, el relato, tienen un indudable valor político, pero es necesario ajustarlo con otras piezas del rompecabezas.