El Rey Sol lucha contra Franco
Los ministros Carmen Calvo, Josep Borrel y Dolores Delgado durante la sesión de control – Ballesteros EFE
El Congreso amanecía desprestigiado por la presencia de Pedro Sánchez, quien la víspera había declarado que no va al Senado a explicar lo de su tesis precisamente para prestigiarlo. El argumento es otra genialidad de la factoría monclovita, pues invierte los términos de la doctrina Umbral: si el escritor iba a la tele a hablar de su libro, el presidente no va al Parlamento a hablar del suyo, básicamente porque ni siquiera es suyo.
Definimos el sanchismo como una manera de llegar al poder a pesar del PSOE y no a través de él, pero también como un modo personalista de conservarlo que precisa un aprecio irreflexivo por uno mismo y un olímpico desprecio por las instituciones de todos los demás, desde las ruedas de prensa hasta las cámaras legislativas. El sanchismo es un absolutismo de nuevo rico que consiste no solo en enfatizar constantemente tu condición de presidente del Gobierno sino en presentarte como encarnación de la razón de Estado, atacada por una oposición histérica. Acorralada por Javier Maroto y Bermúdez de Castro, la ministra Delgado consumó una sinécdoque -la parte por el todo- que le hubiera envidiado el mismo Luis XIV: «¡Yo soy la víctima de un chantaje al Estado!». Hombre, doña Dolores, las víctimas no suelen aceptar mariscadas de su chantajista, ni interceden con sus amigotes, ni elogian la idoneidad de su puticlub.
El nuevo mantra es «lodazal», que equivale a la «crispación» de Zapatero: todo lo que no es sanchismo es lodazal desde que Sánchez empleó esa palabra para no responder a la famosa pregunta de Albert Rivera sobre su tesis. El líder de Ciudadanos no estaba este miércoles en el hemiciclo -sus 32 escaños no le alcanzan más que para un cupo muy reducido de preguntas- pero Sánchez no se olvida fácilmente de él: lo incluyó con Pablo Casado en la «coalición de la crispación». En esa coalición no está Carles Campuzano, que se limita a presentar facturas y a apretar un poquito hasta que el presidente de España suplica «convivencia»; ni está desde luego Pablo Iglesias, que sumó armoniosamente su voz a la de Sánchez en un dueto conmovedor de antifranquismo en diferido. Ahora bien, Billy el Niño va a perder ya mismo su condición de enemigo público número uno del Estado porque a nuestra pareja de cazafantasmas le ha venido a ver el nuevo ectoplasma del Generalísimo en la figura de Santiago Abascal. De modo que el argumentario preelectoral queda más o menos como sigue (y alivien ustedes como puedan sus inteligencias insultadas): o se está con Sánchez o se está con Franco.
De todos modos, Casado y Dolors Montserrat deberían afinar sus diatribas para no dar la oportunidad al Gobierno de parecer lo que no es, o sea, un Gobierno. El PP está tan obsesionado con distanciarse del marianismo que olvida la más útil de sus sentencias: «Todo lo exagerado termina por volverse irrelevante». Ante un gabinete de «granito engrasado» (¡Celaá a la RAE!) comprendemos la tentación de disparar a bulto, pero las piezas se cobran de una en una. Esto lo sabe bien la propia Dolores Delgado, según acreditan las fotos de su montería con Balta y Bermejo. Si uno se pasa de frenada por cebar el Twitter, corre el riesgo de convertir a Carmen Calvo en la réplica en una vicepresidenta cabal. Y eso sí que es imperdonable.