El río que me hizo venezolano

¡Uno mismo se traza su propio camino! Cuando me tocó en suerte viajar a París a estudiar leyes en la vieja, empolvada y medieval Universidad de La Sorbona deserté de ella porque al entrar a la Cinemateca francesa cambié radicalmente el curso de mi vida, dejé de trepar por las montañas del Derecho y me fascinaron las encrucijadas del cine. Pero algunos compañeros universitarios al saber que era venezolano me preguntaban por el Orinoco, un río que no conocía porque viajé directamente de Caracas a París y tuve que inventarlo mientras me deleitaba con la culta e iluminada historia del Sena.
Me daba cabezazos en mi pobre habitación de estudiante y sentía que me traicionaba a mí mismo como si fuera uno de aquellos tramposos españoles de indias que también inventaron un río que nunca llegaron a ver y lo primero que hice al regresar a mi país fue ir a Ciudad Bolívar y vi el Orinoco por primera vez allí donde se le conoce como Angostura y comparado estricta y fluvialmente con el de Paris, el Sena es un río ridículo. Pero tiene más de 2.000 años de historia, me objetan. Sí, pero el Orinoco también los tiene, pero no conozco su historia y lo que hice a partir de ese momento fue aprender la de mi país que dejé anclada en la Cosiata o Revolución de los Morrocoyes de José Antonio Páez y aprendí por mi propia cuenta lo que a partir de entonces me ha sucedido como venezolano, es decir, comencé a navegar en las poderosas aguas de un río Padre y se acrecentó mi amor hacia él gracias a Luis García Morales y los poemas que iluminan El río siempre, su libro más emblemático, y desde entonces he querido conocer el lugar donde nace como una simple gota de agua que brota de la tierra.
Tuve el privilegio de dirigir la Cinemateca Nacional cuya sede estuvo detrás del Museo de Ciencias y mi nombre se vinculó a la aventura que propuso Abdón Lancini, director del museo, de viajar hacia las fuentes del Orinoco a partir de noviembre de 1951, cuando estableció la expedición venezolana encabezada por Franz Rísquez Iribarren. Pero no pude participar porque surgió la invitación para ir al Festival de Cine de Moscú y me dije: «Nunca volveré a Moscú y dejaré de ver la Plaza Roja, los muros del Kremlin o la iglesia de San Basilio; en cambio, las fuentes del Orinoco siempre estarán allí mucho más cerca y es seguro que las conoceré cualquier día de estos. Pero volví a confundir el camino porque he estado cuatro o cinco veces no solo en Moscú sino en Samarcanda y Bujara, en Uzbekistán, Recorrí el mundo, de muchacho fui peregrino en el Camino de Santiago y he cumplido varias veces la difícil travesía hacia mí mismo, pero sé que a mi avanzada edad ya no conoceré el lugar donde nace el río que me ofreció como regaló el orgullo de ser venezolano.