Democracia y Política

El Salvador, en riesgo de eclosión por inacción

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Más de 2.000 muertes civiles en lo que va del año. Mientras el FMLN, partido en el gobierno, no atina a reaccionar. (Foto: Archivo)

El Salvador sufrió un fuerte espasmo de violencia en las últimas horas. ¿A qué responde esta compleja realidad? ¿Cuál es el trasfondo que está empujando a este país centroamericano a una situación límite? El análisis de Estrategia & Negocios.

El Salvador es hoy un país amarrado por una de las cadenas más fuerte que parece definir el ADN de su sociedad: la polarización. Este quiebre de la sociedad se viene profundizando y está generando tres poderosos fenómenos psicosociales que, a esta altura, condicionan su estabilidad. Hablamos de una suerte de parálisis colectiva, desidentificación del ciudadano con su par connacional y quiebre del tejido social con exacerbación del individualismo. En este contexto, encontrar el punto medio de la realidad, ajustado a verdad y coherencia intelectual es un reto, pero vamos a intentar transitarlo.

Lo irrefutable

Cualesquiera sean los prismas que se usen –el de la izquierda del FMLN gobernante, o el de la derecha del 50% de la sociedad que no votó al partido oficial– hay realidades irrefutables que no se pueden dejar de observar:

* El mes de mayo cerró con 614 homicidios, según cifras del Instituto de Medicina Legal de El Salvador, y sólo entre el 1 y el 4 de junio pasado se sumaron 106 asesinatos más. Desde el siglo pasado no se veían cifras similares. Es preciso acotar: se trata de un país que no está en guerra.

* Las grandes empresas, pequeños empresarios, emprendedores y cuentapropistas deben asignar un costo fijo al pago de extorsiones a los pandilleros, para que los dejen operar con normalidad. Según datos de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (Fusades) el sector privado pierde hasta US$18 millones anuales por este flagelo, y el dato sólo computa lo que se denuncia.

* De acuerdo a cifras de la OIT, el 66% de la Población Económicamente Activa (PEA) labora en el sector informal, de los cuales el 44% se encuentra en la pobreza. El sistema educativo en los niveles básico y medio es incapaz de retener a los jóvenes. Hay una deserción del 70%; solo el 15% de quienes ingresan al sistema educativo llegan a nivel superior.

* El 2015 terminará con un crecimiento levemente superior al 2%, “lo que significa que el país sigue atrapado en el círculo de bajo crecimiento, baja inversión, bajo empleo y bajos ingresos”, como lo advierte el think tank INCIDE. Y esto ocurre en una economía donde la deuda pública ya representa más del 60% del PIB, donde la inversión extranjera apenas superó los US$200 millones el año pasado (la nacional está paralizada), y donde se pierden anualmente US$1.200 millones vía elusión fiscal (este dinero supone 60 veces la inversión en infraestructura para escuelas o 10 veces la inversión en infraestructuras sanitarias, según cálculos de Oxfam).

Claramente, El Salvador está en problemas. Hay una crisis de seguridad de carácter estructural, una crisis social producto de una economía en punto muerto ( y probablemente por la ausencia de un modelo de desarrollo planificado y consensuado) y una crisis fiscal creciente, gestionada por un Estado que parece no darse cuenta que está ‘bailando sobre la cubierta del Titanic’: en 2014 destinó a gasto corriente US$3.667,5 millones (76% más que hace una década). Difícilmente un país salga adelante en base a la “inversión” en burocracia estatal.

Quién se hace cargo?

Sin dudas, las responsabilidades empiezan en el gobierno. Sin embargo, la situación del país es tan compleja, estructural y límite que no alcanzaría con focalizar los problemas en la gestión del gobierno de Salvador Sánchez Cerén (el segundo consecutivo de la izquierda del FMLN) y que acaba de cumplir un año en el poder. A la complejidad del escenario actual concurren: deudas y errores arrastrados de gobiernos anteriores; diferencias ideológicas históricas que no logran sintetizarse en una visión de país común y ni siquiera en un ideario nacional compartido; la radicalización de un sector del empresariado que decidió hace un quinquenio congelar sus inversiones en el país; el recrudecimiento del crimen transnacional (que viene agobiando a todo el Triángulo Norte) y, frente a ello. una sociedad invadida por el desgano, cada vez más enfrentada entre sí y con una única demanda que parece unificarla en un grito común: “basta de violencia”.

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