El secreto mejor guardado de Pedro Sánchez
«Un efecto secundario de nuestra variante populista es convencer a sus votantes de que están votando lo de siempre. Otro, más perverso, es normalizar la mentira»
Ilustración de Alejandra Svriz.
Comparar a Pedro Sánchez con Donald Trump, Viktor Orbán, Hugo Chávez u otros populistas obstinados es un error. No niego ciertas similitudes en su manera de conducirse como elefante en la cacharrería democrática, pero exagerar los rasgos comunes enturbia una diferencia esencial: el populismo común, sea de derechas o de izquierdas, tiene un discurso abiertamente anti establishment. El éxito de Pedro Sánchez radica en que su performance no es antisistema. Sánchez no se erige como azote del establishment, sino como su más noble encarnación. Es el líder de un partido socialdemócrata clásico, viste con corbata y discursivamente defiende los valores de la democracia liberal. No es de extrañar que en Europa, donde se juzga a los líderes más por lo que dicen que por lo que hacen, tenga buena fama.
Como los populistas habituales, Sánchez divide a la sociedad en dos entes antagónicos, menoscaba desde dentro las instituciones, gripa la separación de poderes y da la espalda a la prensa crítica. Pero a diferencia de ellos, no tiene un discurso histriónico o rupturista. Sánchez adopta una pose tradicional e imposta un discurso templado y liberal para presentarse ante el mundo: no sólo no es un riesgo para las democracias liberales, es su única esperanza. Y el mundo está predispuesto a creer que un apuesto político español, líder de la Internacional Socialista que recibe en El Prado y en La Alhambra, detendrá el avance del fascismo, y en el proceso reconciliará esa España que la derecha y su lawfare desgarraron. El relato es falso, pero de fácil digestión.
«La mentira tiene consecuencias nefastas para la democracia»
Uno de los efectos secundarios de nuestra variante populista es que da una coartada a sus votantes, que se convencen de estar votando lo de siempre. Otro efecto, más perverso, es la normalización de la mentira. La entrega a Bildu de la alcaldía de Pamplona contiene dos ofensas: la propia entrega y la mentira sobre la entrega. La cesión es sobrecogedora, pero les confieso que estoy más preocupado por cómo se ha naturalizado en nuestra conversación pública traicionar la palabra dada. La mentira tiene consecuencias nefastas para la democracia, especialmente si la fuente es una institución como la Presidencia del Gobierno.
Escuchen cómo lidian con las mentiras y las palabra traicionadas los portavoces y medios afines al PSOE. No pueden negarla, así que la relativizan y la colectivizan: todos los políticos mienten. Así la mentira contamina a la ciudadanía, que cada día es un poco más cínica, un poco más desconfiada. Hasta que cuaja una sociedad donde se asume que nada ni nadie es de fiar, porque todos mienten.
Otra habilidad de Pedro Sánchez es transformar toda crítica en crítica ideológica. Pero alertar de los riesgos de respirar tanta mentira, como advertir de los riesgos de los altos de niveles de monóxido en el aire, no es una tarea ideológica, sino moral.