Edward Cooper, un estudioso de los castillos españoles durante seis décadas, que contribuyó a ordenar lo que hasta entonces había sido un hobby para aficionados, ha muerto en su residencia de Wembley a los 82 años de edad.
Había nacido en Wimbledon, arrullado por los bombardeos nazis, estudió historia en Cambridge y una beca que obtuvo en 1964 para su tesis doctoral sobre fortificaciones le abrió las puertas de España y a una relación apasionada que sobrevivirá gracias a su generosidad, hasta devenir uno de los eruditos mundiales más ilustres en la materia, autor de numerosas publicaciones y de un archivo fotográfico que coleccionó mientras seguía los polvorientos caminos del Quijote en un veterano Land Rover.
La observación presencial sumada al hurgaje en los archivos históricos de Simancas y la Real Chancillería de Valladolid e incluso el tan exclusivo de la duquesa de Medina Sidonia en Cadiz, lo familiarizó con los blasones heráldicos y se plasmó en Castillos Señoriales en la Corona de Castilla, en 1980, la primera de una docena de monografías ilustrada profusa y profesionalmente con un formidable trabajo fotográfico de cuatrocientas edificaciones.
Profesor de Historia del Arte y Diseño en Londres y Liverpool y miembro de la Real Academia Alfonso X el Sabio, Cooper fue, según los obituarios, un hispanista nada convencional, tenista de nivel y gourmet que además de español e inglés hablaba el francés, el polaco y el alemán que aprendió mientras investigaba en esos países.
Un hombre generoso y carismático que con la riqueza monumental de la provincia de Castilla y León se sacó literalmente la lotería, elaborando toda una escuela basada en la preservación de las ruinas antes que su transformación en un disneyworld, adaptando el modelo de una Francia exuberante al cuero seco del paisaje español y convencido de la necesidad de instruir al público local para valorar en su justa dimensión un patrimonio diferente, por ejemplo, del escocés, estereotipado por el cine hollywoodiano.
Y ahora, igual que el Cid, Edward Cooper seguirá combatiendo en España, cuando la Diputación de Valladolid reciba el próximo 25 el donativo de su archivo documental, en una ceremonia en el castillo de Fuensaldaña amenizada con un recital musical; un guiño, desde luego, hacia otra de las múltiples facetas del melómano que ejecutaba con virtuosismo la flauta y el fagot.
El mismo escenario donde se bautizará el próximo año un libro sobre la fortaleza, comenzado bajo su guía, en el marco de un congreso internacional sobre castillos, como póstumo homenaje.
Varsovia, septiembre de 2023.