Guillermo Tell Aveledo: El significado de Bolsonaro
Tras una holgada y casi decisiva victoria personal en la primera vuelta, el diputado y militar retirado Jair Bolsonaro se encuentra a las puertas de Planalto. Más allá de los retos de gobernar al gigante suramericano, cabe plantearse la causa profunda de esta emergencia electoral.
La mayoría de las encuestas parecen converger en un resultado cantado: Fernando Haddad, el limitado candidato del tóxico Partido de los Trabajadores, no llegará a consolidar una mayoría contra Jair Bolsonaro, quien supera cómodamente la meta mínima en todos los sondeos. Esto podría ser atribuido a la dinámica habitual de los sistemas políticos: la fatiga hacia un partido impopular en medio de una recesión económica impone un cambio. Pero este no es un cambio cualquiera.
Bolsonaro, con quien la dinámica global de las derechas antisistema alcanza a América Latina, no es la mera corrección conservadora al giro populista de la región. No es un Piñera, un Macri o un Duque, quienes están en el flanco derecho de sus respectivos sistemas democráticos, sino un impugnador de toda la institucionalidad regional. Ideológicamente, podemos señalar como alarmantes su propensión a la declaración machista o la celebración de la tortura, y la nostalgia por la dictadura militar, pero lo clave es su rechazo a lo que se presume que son las consecuencias de la democracia: delincuencia, igualitarismo, demagogia a favor del débil. ¿Será esta una radicalización reaccionaria?
Una mirada superficialmente electoralista de la pasada primera ronda presidencial del Brasil, arroja un resultado notable. Por una parte, resalta a nivel nacional la volatilidad del sistema de partidos brasileño, que parecía haberse consolidado durante los tres ciclos anteriores hacia un bipartidismo con dominio del PT sobre el PSDB, partidos cuyo caudal electoral se ha reducido a mínimos históricos. Por otro lado, los votantes de Bolsonaro aparecen mayoritarios a través de los distintos estratos y regiones del país, con ligeras desventajas entre las mujeres y las zonas rurales del Nordeste. Su partido, el Social Liberal, ha adoptado por completo la plataforma e ideología de su carismático candidato, emergiendo desde la oscuridad para sumar una pluralidad de curules.
Sería así irónico que, pese a este panorama de apoyo popular, los votantes de Bolsonaro solo vayan a reforzar su escepticismo hacia el sistema democrático. No solo carece de una mayoría en las Cámaras legislativas —los tres primeros partidos no alcanzan ni siquiera un cuarto de los escaños—, sino que enfrenta a una burocracia relativamente autónoma y a un Poder Judicial que no tiene remilgos hacia el Ejecutivo. No es así extraño que el antiguo paracaidista haya planteado revisar los límites de la Constitución.
Y aquí aparecen las dos causas del surgimiento de Bolsonaro. Por un lado, la decepcionante experiencia de la democracia brasileña, ante la cual el paréntesis del sensato mandato de Fernando Henrique Cardoso parece una excepción remota. La tímida y tutelada transición brasileña rápidamente dio lugar al escandaloso experimento neopopulista de Collor de Melo. La expectativa de un gobierno progresista liderado por Lula Da Silva fue consumida por su tolerancia hacia los peores regímenes del continente y su complicidad activa con la red de corrupción más grande de la historia de la región. Y, pese a la apariencia de severidad institucional, la salida del impeachment sobre Dilma Rousseff por un Congreso igualmente rechazado y condenado solo corrió la arruga.
Por otro lado, es preciso recordar que Brasil siempre ha estado más a la derecha de su región. Monárquica, esclavista y bajo control de oligarquías cariocas y paulistas, alcanzó apenas la Velha República y la igualdad liberal casi en el siglo XX, y su limitada democracia electoral siempre tuvo una presencia importante de militares desarrollistas (así como la presencia socialmente conservadora y muy levemente democrática de movimientos cristianos). Las encuestas regionales siempre mostraban en Brasil un apoyo menor a los gobiernos abiertos, mientras que la abstención electoral del país ha sido siempre notoria. Bolsonaro se arropa en una saudade dictatorial y en la angustia social de sus compatriotas, siendo hoy el ruidoso vocero de un clamor autoritario muy arraigado.
La existencia generalizada de los valores del pluralismo democrático junto con instituciones que puedan canalizar cualquier conflicto son requerimientos básicos para mantener la democracia. La tragedia de Brasil es que no cuenta con ninguno, y parece que sus élites prefieren enfrentar la incertidumbre de Bolsonaro —que haberse planteado el esfuerzo de concertar una alternativa viable—, esperando que apenas sea un autoritarismo eficiente, mientras que los sectores populares se dividen entre la fe, la resignación y el resentimiento por ser despojados de ventajas incipientes.
Como fuese, no será un gobierno que genere indiferencia, ante la alarmante tendencia global de rechazo a las sociedades abiertas.