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El síndrome de Estocolmo

 

El síndrome de Estocolmo es un fenómeno paradójico en el cual la víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su captor, como respuesta al trauma del cautiverio.

Después de 22 años de dictadura en Venezuela pareciera estar emergiendo en algunos ese síndrome. Lo hemos observamos recientemente, cuando gente, considerada como seria, se reúne con Maduro y otras suman sus firmas a un documento público en el que se le solicita a Joe Biden que elimine las sanciones.

¿Acaso creen esos venezolanos de buena voluntad que la naturaleza del régimen, es decir su ADN, va a modificarse, o morigerarse, porque se le elimine la presión internacional?

Es cierto que las sanciones por sí solas no van a lograr sacar a Maduro, Putin, Ortega o cualquier otro autócrata del poder, pero la eliminación de ellas tampoco va a modificar la esencia de esos regímenes, que tienen en común el ser antiliberales, antidemocráticos, personalistas, despóticos y, por encima de todo, profundamente corruptos.

El acomodo puede servirle a algunos para lograr que se cumpla ese dicho, tan venezolano, de quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija. Pero si el árbol pierde sus hojas, porque no lo cuidan los que así apostaron, quedarán expuestos a un solazo en una tierra yerma.

La pregunta obvia es qué hacer y la respuesta la tenemos en nuestra historia del siglo XX, que comenzó con la generación del 28, luego con la del 58, la del 2002 y la de hoy, cuando más del 80% quiere, implora, un cambio en el país para no tener que seguir emigrando.

Y esa respuesta implica que solo se producen cambios cuando los más se unen tras un liderazgo preclaro, que piensa en el futuro y no en la preservación de sus pequeños y mezquinos intereses de hoy.

 

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