El síndrome del avestruz
Un grupo de inmigrantes cubanos cortó la carretera interamericana en frontera entre Costa Rica y Panamá en protesta por ser retenidos. (Álvaro Sánchez/cortesía/El Nuevo Herald)
Como el avestruz que hunde la cabeza en la tierra para no ver aquello que le aterra o disgusta, el Gobierno cubano y los medios oficiales se han negado a reconocer la angustiosa situación de miles de compatriotas varados en las fronteras de Centroamérica. Hombres y mujeres solos, familias con niños, obreros, campesinos, estudiantes, cubanos todos, son vapuleados por las autoridades migratorias, expoliados por los traficantes de personas y castigados por una naturaleza que desconocen, en su afán de emigrar rumbo al Norte.
Ni una declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores, ni un comentario en las reuniones provinciales del Partido Comunista, ni una aclaración del delegado en las Asambleas de Rendición de cuentas del Poder popular. Ni siquiera la radio, la televisión, los periódicos o los medios digitales de circulación nacional se han hecho eco del asunto.
Sin embargo, en la calle todos hablan del tema porque lo escuchan en las estaciones de radio extranjeras a pesar de las interferencias, lo ven a través de las prohibidas y perseguidas antenas parabólicas o se enteran visitando a través de proxys anónimos los sitios de internet que con tanta delectación bloquean los soldados informáticos. En los casos más dramáticos, conocen lo que ocurre en carne propia, porque tienen un familiar o un amigo padeciendo el trance.
Cuba se desangra en una incontrolable hemorragia migratoria, pero al escuchar a los funcionarios y los periodistas oficiales, da la impresión de que ese es el problema menos importante del país
Cuba se desangra en una incontrolable hemorragia migratoria, pero al escuchar a los funcionarios y los periodistas oficiales, da la impresión de que ese es el problema menos importante del país. Los discursos siguen un guión trazado desde arriba y se enfocan en exigir mayor disciplina y un elevado grado de exigencia o control. Los inspectores entran a los almacenes a contar hasta el último clavo para comprobar si hay faltantes o desvío de recursos, pero no anotan los miles de empleados que cada año se van de la Isla, sean almaceneros o inspectores.
A la retórica gubernamental parece no importarle ni dolerle ver como se extiende en la nación el deseo de abandonarla. Es como si no le interesara la suerte que corren aquellos que se lanzan al mar o se ponen en manos de coyotes dejándolo todo atrás: sus profesiones, propiedades, parte de su familia, promesas de amor, deudas…
Nos estamos convirtiendo en una plaga procedente de un país que se ufana de su servicio de salud. Somos rechazados, mal vistos, en aeropuertos y puestos fronterizos a pesar de la reputación de gente simpática y afable que nos costó siglos labrar. Esta nueva escoria que ha saltado del horno, del «crisol de la Revolución», no quiere fundirse en el molde donde pretenden domesticar su naturaleza. En Cuba no hay una guerra como en Siria, ni una hambruna como en algunos países de África, solo el temor que en virtud del mejoramiento de relaciones con los Estados Unidos se eliminen los privilegios que otorga la llamada Ley de Ajuste Cubano.
De la misma forma en que los padres no se divorcian de sus hijos, los Estados no debieran desinteresarse de lo que le ocurre a sus ciudadanos, ante los que tiene deberes, algunos de los cuales ni siquiera tienen que ser promulgados como leyes o articulados en la Constitución. Peor aún es el silencio de los medios amordazados por el mismo viejo secretismo. El avestruz esconde la cabeza bajo tierra por cobarde, pero sus alas son demasiado cortas para taparle los ojos y los oídos a los otros.