Cultura y ArtesLiteratura y Lengua

El sueño de la traducción engendra monstruos

Cada época debe traducir a sus clásicos y a su manera se traduce en ella. La traducción es transporte necesario y producto histórico: sin ella, la memoria de cualquier tiempo sería imprecisa, opaca. El siguiente ensayo lo demuestra haciendo un recuento de esa impronta de la traducción en su original, según su época, desde la Edad Media hasta el México de nuestros días.


Cuando Ulises llega al reino de los muertos, intenta abrazar la sombra de su madre:

Tres veces
a su encuentro avancé, pues mi amor me llevaba a abrazarla,
y las tres, a manera de ensueño o de sombra, escapóse
de mis brazos
(Odisea, XI, 205-208)

Eneas, en el Averno, intenta abrazar la sombra de su padre:

Tres veces porfió en rodearle el cuello con sus brazos
y tres veces la sombra asida en vano se le fue de las manos
lo mismo que aura leve, en todo parecida a un sueño alado.
(Eneida, VI, 700-702).

Dante, en la isla del purgatorio, intenta abrazar la sombra de un amigo:

Tres veces hacia él tendí mis brazos
y otras tantas volvieron a mi pecho.
(Purgatorio, II, 80-81).

Dos mil años, una lengua muerta y otra en agonía, separan la Odisea de la Comedia. Dante quiso citar a Virgilio y no sabía que estaba reviviendo a Homero: en este abrazo vibra la flecha de la tradición, que cruza la conciencia del acto creativo y se afirma, renovada, en la penumbra de un recuerdo involuntario. La Edad Media, que ignoraba la obra de Homero —y la lengua griega en general, y una parte conspicua de la cultura helénica que ilustra nuestras bibliotecas—, perpetuaba su impronta por medio de las reescrituras latinas. Así, Ulises, de Homero viene hacia Virgilio, que lo transmite a Dante; con todo, son Ulises diferentes, dotados de atributos que connotan el marco en que actúan.

La metáfora es traducción. Meta – phero significa “yo llevo más allá”. Trans – duco significa lo mismo. Griego y latín apuntan a la acción de transportar, al movimiento desde un sitio a otro, de la raíz al fruto. La palabra es viaje y pasajero, causa y efecto de su alcance. Sin la traducción quedaríamos varados en el charco de una región opaca, privada de memoria.

 

Ilustración: Jonathan Rosas

 

Cada época traduce a su manera y a su manera se traduce. Las lecturas románticas de Dante, o de Homero y de Virgilio, arrojan más luz sobre la índole del siglo XIX que sobre la madera del tiempo que los generó. La Edad Media soñada por el Romanticismo es una patria imaginaria, exotismo de una Historia de ganchillo. Cada época precisa sus criterios y afina su herramienta también para el oficio y el método de la traducción. En las Conversaciones con Eckermann, en la entrada relativa al 23 de julio de 1827, Goethe reflexiona sobre Los novios de Alessandro Manzoni, cuya primera edición había salido ese año, y afirma que el historiador, en varios puntos de la novela, le gana al poeta: la descripción es prolija, pesada, dificulta la lectura. Goethe sostiene, con la olímpica firmeza de su jerarquía, que el traductor alemán tendrá que reducir copiosamente la descripción de la guerra y de la hambruna, y cortar por dos terceras partes la narración de la peste, para que quede únicamente lo esencial y necesario. Concluye lamentando que Manzoni no haya tenido a su lado a un amigo que pudiese aconsejarle… Disponer que el traductor suprima partes de una obra que no cumplen con un criterio estético, moral, intelectual, o con el gusto de una sociedad, ha sido siempre una práctica discreta; y sin embargo, para nosotros, nietos avisados de las ideologías del siglo XX, ese hábito agita pérfidos fantasmas, ocultos para el genio enciclopédico de Goethe.

Don Juan Valera publicó en 1880 su traducción de Dafnis y Cloe, novela pastoril compuesta entre 150 y 250, atribuida a Longo Sofista. Fue la primera traducción al castellano. En la novela el parásito Gnatón intenta seducir a Dafnis, un pastor de singular belleza, enamorado de la hermosa Cloe. El traductor bien quiso corregir el giro tomado por la trama, remplazando por Cloe el objeto del deseo erótico de Gnatón. Cándido y franco, lo explica en una nota: “Hemos variado unos lances originados por cierta pasión repugnante para nuestras costumbres, sustituyéndolos con otros, fundados en más naturales sentimientos.” Fórmula de manual, que aplica hoy en día a los vocálicos timos del lenguaje y al ideario andrógino del conformismo de charol.

La traducción irradia su lógica y su espíritu al original. Józef Czapski, en las conferencias sobre Proust que dictó a sus compañeros de prisión en el campo soviético de Griazowitz, en el invierno de 1940-1941, recuerda que la versión polaca de En busca del tiempo perdido facilitó la comprensión de la novela desarmando y modelando en frases breves la sinuosa escritura proustiana: “Sacrifiqué lo precioso en pos de lo esencial”, alegó el traductor. Czapski reporta un chiste que cundía por Varsovia y que anhelaba una versión del polaco al francés, para que Proust, por fin, fuera leído en su país.

Termino el recuento con una experiencia personal. Hace años, traduje al italiano Los demonios de la lengua de Alberto Ruy Sánchez. La novela evoca el caso de un jesuita endemoniado a través de la voz de un dominico; o, para ser exactos, atribuye el manuscrito cifrado a Juan Antonio Llorente, autor de una Historia crítica de la Inquisición de España y conocido también por un vigoroso retrato de Goya. Fue Goya quien me metió en apuros. El libro menciona el grabado El sueño de la razón engendra monstruos, que representa a un hombre con la cabeza recostada sobre la cual vuelan unos murciélagos. Traduje de inmediato, orientando el sueño hacia el dominio de la fantasía, puesto que el sustantivo, en italiano, se bifurca en sonno, el estado de dormir, y en sogno, el estado de soñar. Al revisar la traducción, caí en cuenta de que el célebre grabado en Italia se conoce como Il sonno della ragione, atribuyendo a sueño su acepción referente al intelecto ciego, ofuscado. Consulté catálogos, tratados, examiné monografías… todos traducían así. Volví a la novela de Ruy Sánchez y el significado me parecía evidente: sueño como polémica contra la razón, mientras que el sonno italiano es una apología de la razón. Acudí al autor: ¿qué significaba, para él, ese grabado? Confirmó mi lectura y cuando le expliqué que en Italia se interpreta en el sentido opuesto, no lo podía entender. La crítica de Goya señala la utopía de una razón que a finales del siglo XVIII había engendrado una furia sanguinaria; ergo, la traducción debía ser sogno. El fallo autorizado por la idea de la novela y su contexto canaliza el término hacia un cuerno del dilema. El marco abona un sesgo al cuadro y, por otro lado, el cuadro moldea la estética y la ética del marco. Aún ignoro qué quiso decir don Francisco de Goya y Lucientes. Posiblemente, concentró en una palabra, que es una imagen, el ejercicio del sentido que despega. Lo que aprendí es que el sueño tiene unas alas más anchas de lo que la misma palabra pudiera imaginar.

 

Marco Perilli
Narrador y ensayista. Es fundador y director de la editorial AnDante. Su libro más reciente es: Dante (Pre-Textos, 2019).

 

 

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