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El trabajo del próximo presidente republicano de la Cámara de Representantes será un infierno

No está claro si el representante Kevin McCarthy (republicano por California) obtendrá el cargo que ha anhelado y por el cual se ha humillado por años. Sin embargo, hay algo que se hizo evidente en medio del caos en la Cámara de Representantes de Estados Unidos el martes 3 de enero, cuando por primera vez en un siglo la Cámara fue incapaz de elegir un presidente en la primera votación: quienquiera que resulte ser el alma desafortunada que sostenga el mazo de la presidencia, esa persona estará condenada a dos años infernales.

 

En tres rondas de votación, McCarthy no logró la mayoría necesaria porque 19 y luego 20 miembros de su propio partido se negaron a votar por él. Es por eso que, en lugar de pasar el día inaugural del Congreso número 118 celebrando el hecho de que habían recuperado la Cámara —aunque por escasa diferencia—, los republicanos estuvieron lidiando con la realidad de que la suya es una mayoría solo en nombre y números. En sus manos, la Cámara de Representantes promete ser prácticamente ingobernable.

McCarthy se engañó a sí mismo al creer que era posible convencer a un grupo vehemente de intransigentes radicales adoptando su agenda MAGA (sigla en inglés del famoso lema de Donald Trump “Haz América grande otra vez”) y ofreciendo concesiones en las reglas de la Cámara que debilitarían las funciones del presidente, entre las que incluso se encontraba la posibilidad de que un pequeño grupo de disidentes pudiera convocar a una votación rápida para destituirlo. Todo eso solo subrayó la debilidad de McCarthy y el desprecio que recibe de la facción a la que ha cortejado de manera tan ardua.
Sin embargo, el hecho es que esto no se trató del todo —por no decir muy poco— de McCarthy, independientemente de sus carencias como líder, tampoco incluso de la radicalización del Partido Republicano durante la era Trump. Las fuerzas que trajeron a los republicanos a esta realidad actual se han estado gestando durante más de una década, al menos desde las elecciones de medio mandato de 2010, con la llegada del movimiento Tea Party al Congreso.
La pérdida de 63 escaños que los demócratas sufrieron ese año fue la más grande que el partido de un presidente en funciones había sufrido en cualquier elección no presidencial desde 1938. Los 85 nuevos republicanos constituyeron 35% de la mayoría entrante de su partido. Lo diferente en ellos no era solo su conservadurismo, sino el hecho de que se habían postulado con la promesa explícita de generar obstruccionismo.
En otras palabras, el caos era su marca. Y en los años que han pasado desde entonces, se les han unido legiones de nuevos integrantes con ideas afines. El exdirector político de la AFL-CIO (sigla en inglés de Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales), Michael Podhorzer, calculó que 85% de los miembros del Partido Republicano fueron elegidos en 2010 o posteriormente.
Atrás quedaron los días en que el partido medía sus logros por las leyes que aprobaba. La Conferencia Republicana de la Cámara de Representantes de hoy es muy distinta incluso a la Clase de 1994, la cual ganó la primera mayoría del Partido Republicano en cuatro décadas tras haber basado su campaña electoral en su Contrato con Estados Unidos, un conjunto de leyes específicas que los republicanos prometieron aprobar en sus primeros 100 días.
Es discutible si el contrato en sí tuvo mucho que ver con la gran victoria de los republicanos ese año, pero sí les dio un plan de gobierno. Y aunque los republicanos de mediados de la década de 1990 no eran del todo reacios a generar caos —como lo hicieron con los cierres gubernamentales consecutivos en el otoño y el invierno de 1995-1996— la mayoría republicana bajo el entonces presidente de la Cámara, Newt Gingrich, también fue lo suficientemente pragmática como para cerrar acuerdos con el presidente demócrata para lograr objetivos, como equilibrar el presupuesto y renovar el sistema de asistencia social.
En las elecciones de noviembre, McCarthy elaboró lo que llamó un “Compromiso con Estados Unidos”, cuyo título fue una referencia deliberada de aquella plataforma de 1994. Pero en realidad no fue mucho más que una lista de una página de lemas fáciles de tragar con algunos temas sociales polémicos decantados allí. Casi la única promesa viable que hicieron los republicanos es que utilizarán el poder de citación de la mayoría para embarcarse en investigaciones incesantes al gobierno del presidente Joe Biden y a su hijo Hunter. O, en palabras de McCarthy en un tuit de principios de diciembre, que fijó de manera permanente en su perfil de Twitter: “Estamos enterándonos en tiempo real de cómo Twitter confabuló para silenciar la verdad sobre la computadora portátil de Hunter Biden solo unos días antes de las elecciones presidenciales de 2020. En 32 días, la nueva mayoría republicana de la Cámara de Representantes obtendrá respuestas para el pueblo estadounidense y le brindará la rendición de cuentas que se merece”.
¿Es en serio? ¿Es este el tema acuciante que los republicanos creen que los estadounidenses ven como una prioridad? El tuit permaneció fijado en el perfil de McCarthy incluso cuando comenzó la votación para elegir al presidente de la Cámara el martes 3 de enero, pero este desapareció del perfil principal luego de que Jake Tapper comenzara a burlarse del mismo en CNN.
Si McCarthy finalmente decide aceptar el mensaje que su partido está enviando, nadie sabe con certeza quién podría obtener los votos de la mayoría en la Cámara de Representantes. Sin embargo, la pregunta más importante es esta: ¿Habrán deslegitimado tanto los republicanos a sus supuestos líderes que ya ni siquiera vale la pena obtener el cargo de presidente de la Cámara?
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